CAPITULO IV
Quiénes son los hombres de Ganímedes
Hace muchos siglos, muchos miles de años, en nuestro sistema solar existía otro planeta que giraba en tomo al Sol entre las órbitas que siguen Marte y Júpiter. Hoy en día, ese espacio está ocupado por el Cinturón de Asteroides, como se conoce entre los astronomos a la ancha estela de meteoros y meteoritos que se encuentra en aquella zona, girando constantemente en la misma órbita.
Nuestros hombres de ciencia conocen bien su existencia, y saben que está formada por cuerpos siderales de todo tamaño, desde simple polvo cósmico hasta masas como la del asteroide Ceres, cuyo diámetro alcanza a 780 kilómetros. Si tenemos en cuenta que el susodicho "cinturón" llega a extenderse, en la múltiple suma de las órbitas de todos sus incontables planetoides, hasta la respetable cifra de cerca de 250 millones de kilómetros de ancho, podemos imaginarnos la magnitud de cuerpos, o masas dispersas, que lo forman.
Ya los astrónomos suponen que puedan ser los restos de aquel planeta desaparecido... y aquí comienza, en verdad, el re. lato que me hicieran de tan maravillosa historia. Hace miles, muchos miles de años, repito, aquel planeta, al que llamaremos "Planeta Amarillo" por la clase de luz que despedía, era el hogar de una raza muy antigua, que en su larga evolución de milenios había alcanzado niveles de cultura semejantes, o quizá superiores a los que estamos llegando los hombres en la Tierra.
En esos remotos tiempos, nuestro planeta aún no era habitado por seres humanos. En cambio, los hombres del Planeta Amarillo volaban, ya por el espacio... Su ciencia y su técnica les permitía, entonces, iniciar las primeras expediciones a los otros mundos de nuestro sistema solar, y en esa forma, a través de muchos siglos, fueron conociendo la existencia y las características propias de todos y cada uno de los diferentes planetas.
Lo que hoy se proponen los hombres de la Tierra, lo habían logrado ellos cuando en la Tierra no había hombres... En tales condiciones de adelanto llegaron a visitar otros astros, como hoy lo estamos haciendo con la Luna. Y su sabiduría les permitió descubrir a tiempo, los síntomas precursores de la destrucción de su mundo. Cuando el terrible cataclismo cósmico redujo ese planeta a los restos que hoy forman el "Cinturón de Asteroides" muchos de ellos habían ya logrado establecerse en uno de los satélites mayores de los doce que posee Júpiter, bautizado por nuestro sabio Galileo con el nombre de Ganímedes.
Y en ese nuevo mundo, en esa nueva esfera, adaptada poco a poco, siguió progresando y desarrollándose la vida y la cultura de aquella civilización de superhombres. Pero no todos volaron a Ganímedes. Parece que algunos, quizás los más reacios a dejar su mundo o tal vez los postreros fugitivos del desastre, llegaron hasta la Tierra... Ya, por entonces comenzaba a florecer la humanidad en estos lares. Los hombres bajados del cielo fueron recibidos como dioses por las primitivas tribus de esas épocas, y su presencia explica el misterio de tantos seres mitológicos en la multitud de leyendas aborígenes en los más remotos pueblos de este mundo.
Pero no solamente hay leyendas al respecto. Recientes des. cubrimientos arqueológicos vienen a respaldar este aserto. Uno de los más asombrosos es, a no dudarlo, el realizado en México por el arqueólogo Alberto Ruiz Luillier, el año de 1952, en la Pirámide de Palenque, en el Estado de Chiapas, que ha merecido ser divulgado ampliamente, en todo el mundo, por la prensa, la radio y la televisión, conmoviendo profundamente a todos los círculos científicos especializados. Es el caso que muchos han denominado "enigma del Hombre de la Máscara de Jade".
En la mencionada Pirámide de Palenque, fue descubierto el sarcófago con los restos momificados de un ser a quien los Mayas habían adorado como el dios Kulkulkan. Estaba rodeado por todos los atributos de la divinidad en el culto milenario de esa raza, llevando el rostro cubierto por una fina máscara de jade y oro. Pero lo más notable del hallazgo lo constituye la piedra sepulcral que tapaba esa tumba: es una losa monolítica de 3.80 metros do largo por 220 metros de ancho, con un espesor promedio de 25 centímetros y un peso de seis toneladas, en la que se encuentra esculpida nítidamente la figura de un hombre sentado en el interior de una máquina que guarda extraordinario parecido con las cápsulas espaciales empleadas, actualmente, por nuestros cosmonautas.
La escultura maya muestra a ese hombre en actitud de manejar dicho artefacto; tiene ambas manos en las palancas de comando, claramente representadas, y el pie derecho pisando un pedal. Lleva la cabeza con un extraño casco y un vástago del mismo, a manera de tubo o manguera, está aplicado a la nariz. El diseño de todo el conjunto comprueba la evidente intención de reproducir los complicados mecanismos de una nave espacial, con sorprendente similitud a las que hoy usamos en la Tierra, pues se ha cuidado hasta el detalle de la expulsión de gases, o fuego, por la parte posterior del artefacto.
Por todo el mundo han circulado las fotografías y dibujos de tan extraordinario descubrimiento. Está demás decir que tanto la momia, como el sarcófago y los objetos encontrados en la tumba, fueron sometidos a todas las pruebas con que nuestra ciencia actual puede determinar la autenticidad y antigüedad de los mismos, y los resultados de esas pruebas, incluso las del carbono 14, rindieron un veredicto irrefutable y desconcertante: El Hombre de la Máscara de Jade y la piedra esculpida con tan extrañas figuras datan de hace 10 mil años...
Además, de las investigaciones realizadas se desprendió, también, que el personaje enterrado bajo aquella enigmática losa no era de raza maya. Su morfología y la estatura de la momia eran notablemente distintas a las de los mayas. El "Dios Kulkulkan" —como lo denominaban— tuvo una talla de 1.72 aproximadamente, y caracteres raciales marcadamente distintos a los de los antiguos pobladores de lo que, después, fue México y la América Central.
Pero no es el de la Pirámide de Palenque el único caso que nos prueba la visita a la Tierra, desde hace milenios, de seres de una raza y con una civilización muy superiores. Durante siglos, nuestra humanidad se creyó la única habitante del universo. Las distancias y los primitivos medios de comunicación en tiempos remotos de nuestro planeta, favorecieron la ignorancia de muchos núcleos, y el lento desarrollo de los pueblos, hasta hoy día, ha sido la base de conceptos erróneos y del olvido, para millones de seres humanos, de la existencia de otros hombres y de otras civilizaciones en diferentes mundos repartidos en el Cosmos.
Sin embargo, en distintas ¿pocas y en varios lugares han quedado las huellas irrefutables de esas visitas de seres y máquinas ex trate tres tres. Los arqueólogos y los eruditos en la materia poseen, ya, un copioso archivo de datos al respecto. Muchos se han rendido a la evidencia de pruebas irrefutables como la del Hombre de la Máscara de Jade.
Otros, aún dudan... Pero ¿cómo podrán explicar hechos y conocimientos de pueblos remotos cuyas pruebas se han mantenido a través del tiempo?
Otro de los casos maravillosos en los albores de la civilización terrena, es el de la famosa pirámide de Keops, en el antiguo Egipto, Ha sido estudiada por legiones de sabios en el curso de varios siglos, y el resultado de todos esos estudios llega a la conclusión de que tuvo que ser dirigida, en su construcción, por hombres que poseían una ciencia que, en materia de matemáticas, astronomía y metafísica, en ingeniería y arquitectura, igualan o superan todavía a las actuales. Los cálculos astronómicos evidenciados en la pirámide egipcia demuestran que, hace seis mil años, en el Egipto hubieron sabios conocedores de los secretos de nuestro sistema solar, de las constelaciones que nos rodean, de las estrechas relaciones entre los demás astros y la Tierra, de las fuerzas naturales y de las leyes cósmicas hasta el grado de permitirles predecir el futuro de nuestra humanidad y de su civilización en todo un ciclo de seis mil años, sin equivocarse...
Los viejos papiros egipcios contienen abundantes alusiones al respecto, y un papiro de la época del faraón Tutmosis III, escrito mil quinientos años antes del nacimiento de Cristo, relata los detalles de la visita de un "platillo volante" y describe al aparato en los pintorescos términos que el asombrado autor pudo expresar.
Las mitologías de Asiria, Babilonia, Persia, la India y el Tibet, además de los mayas y de los egipcios, abundan en referencias de este tipo. Todas ellas coinciden en mencionar las visitas de "dioses que bajan de las estrellas, en cairos o naves de fuego, que instruyen a los humanos y luego regresan al cielo, rodeados por grandes resplandores".
Los antiquísimos libros de la India, Samarangana Sutradara, el Mahabarata y el Ramayana, escritos ha. ce miles de años, contienen precisas descripciones de viajes realizados por "platillos volantes", denominados en sánscrito "Vimanas", conduciendo a dioses que bajaron a la Tierra.
Y en las legendarias tradiciones del pueblo chino, también, encontramos la explicación de su origen atribuido a la venida de seres divinos, bajados del cielo para enseñar a los hombres. Recordemos que los antiguos emperadores de China fueron llamados siempre, "Hijos del Cielo..." Y ¿qué explicación tendrían las pinturas encontradas por el explorador Henri Lothe en las cavernas de Tassili, en pleno desierto del Sahara?
Este descubrimiento tuvo lugar el año 1956 y aquellas figuras, que representan a seres muy parecidos a nuestros astronautas, tienen, igualmente, una antigüedad de más de diez mil años...