
Se desnudaba la mujer frente al espejo
como sus lágrimas caídas
que mojaron hasta sus pechos.
Se miró detenidamente
hasta el quinto palmo
con el que midió su ambiente.
Estaba llena de martirios sacrificados.
Moralidad vencida a los que comieron
de su fuente
para meterse el orgullo del hambre
de aquel momento inconsciente.
Se sentó en la bañera helada
erizando su piel
que la juzgaba.
Su cabello,
casi en los ojos
y silenciosa,
no apartaba sus puntas
que metidas en los parpados lastimaban.
Ahora
ya era hora de la última
falta de dignidad,
para hacerse descanso.
Por eso tomó el negro pinta labios
y escribió en el espejo
el mensaje llorando:
"No soy más que la oscuridad
que abandona mi cuerpo,
porque pertenezco a la libertad de la nada".
Y tomado la navaja sin miedo
degolló su incertidumbre,
festejando el agua de la bañera
con vino rojo
la negrura de esta alma
que viajó a lo inconstante
de su profundidad
amarga.