Bebe de mis venas heladas
la sangre que tu corazón desborde,
acaricia con afiladas garras
mi carne con deleite,
besa mis heridas... profundas y sagradas,
lava mis pies con aceite,
y con tu cabellera mojada
seca mi sudor hirviente,
esta tarde dolorosa y desgraciada,
en que mi corazón inocente,
sucumbe entre la odiosa nada,
entre la muchedumbre insolente
en mi cruz con carmín manchada.
Toma tus lágrimas rojas, diamantinas,
espesas, y calma con ellas de mi sed los gritos,
el dios que el sol del desierto domina
ha hecho mi corona de espinos,
me seca con la crueldad divina
y fiera, los labios... que se rompen en
los filos, posa tus lágrimas ligeras
por tanto en mis párpados caídos.
Soy la voz que te llama en medio
de este desierto sembrado de
osamentas, el crucificado portento,
el maldito santo y tras la cenicienta
tez que cubre mi cruento cuerpo,
te pido vengas pronto a succionar mis venas,
no quiero socorro, solo muerte serena.