
De pronto, sentir sobre las yemas la locura exacta del acero
y poseer la vida paralela de la carne,
asumir a tientas,
blandamente, la habilidad afilada de segar alientos.
Lograr el goce de algún dios -vacío de divinidad- mirándote a los ojos,
y en ese momento,
dejar que la lluvia sea cómplice de la serenidad.
Haber jugado en versión azul a la nostalgia que lastra las pasiones,
da espanto a la sazón espiritual
y en estas horas de tachaduras, la tinta maniaca
se amustia sobre el mármol,
donde la sangre es real y la tinta ocurrencia literaria.