Cuando desliza el frío
la temple de tus pómulos
exaltados a corta luz;
me encierro,
en la cuna de formol
donde dormita el desparramo
inexacto del espacio,
burbujeando amarillos y naranjas.
Las persianas cuentan testigos,
de tu huida,
ciegas sin espesor
ventilando la ufonía de su juventud
diluyéndome entre el pozo bajo tus labios
y el haz marchito que dibujan,
guardando un tótem sin vida
en los pies del arco blanquecino de las fiebres,
entre los dientes que perdiste
para armar el tiempo.
Vuelve a ser fragmento la escarcha
de un grito efervescente
estirando los hilos elásticos
de tus huesos,
desamarrando lunas de corpúsculos idos
que parten mordidas
a son de trote sin vela.
Intuyéndome reflejos,
perdidos en el hueco esquivo
de mis dedos, solitarios van,
redimiéndote en la escoria tras tus vueltas,
divagando,
cuan murmullo callo en la pared de mi retina.
Como recita el remanso
de tu espectro en la vigilia de las nubes
canta sin sombras, desoldando mis costillas,
parturienta de libertad en tasajo;
soluble a mi vacío,
la constelación de tu herida;
en mis huellas.
¿Acaso me dirá el calor rasguñado en la almohada
perdiéndose entre el cobre de un marco
el evo de tus sueños
tartamudeándote los nombres
y apellidos en los sepulcros
que esquivaste a ojos tapados...
Cuando reventó el tiempo
en mis manos, tronando cascabeles
de tus miedos, flotando en tu locura?,
Cuando de Moira se viste el poniente
entre las ramas del ébano
donde reposo.
Más ida que los días,
coagulada a la intemperie de tu piel,
sobre las cenizas
no conjugadas de tu aliento.