SALUDOS, LA CONDESA SANGRIENTA

Hola
Yo soy la Condesa,
tu Señora,
lapidada viva en esta celda,
hace años, años,
convivo con mi excremento
y la sensación de la sangre
todavía en mi carne;
sigo aquí sentada,
bella como la sangre
de las doncellas
que lavó mi cabello
y apretó mis carnes.
Bebí la belleza,
bebí sangre
regada por mujeres simples
que no tenían destino ni amor ni dolor posibles,
pero yo he hecho vivir su belleza
para siempre,
en este cuerpo blanco
al que se negaron los espejos
y la libertad;
me fue negado el derecho a poseer a mis lacayos,
a quitar, en caso necesario,
la vida,
me fue arrebatada la Nobleza
el día del juicio y del escarnio,
el día en que osaron condenarme,
el día de la hoguera que quemó vivas
a mis criadas, brujas
que escribieron su historia
con la sangre de seiscientas aldeanas,
el día en que se consumió, con la hoguera, mi nombre.
Me fue arrebatado
todo a lo que tenía derecho,
pero no pudo esta celda
ni la oscuridad ni la soledad,
limpiar de mi cuerpo
la sangre con la que nadaba
cada noche de luna.
Heredo a mis hijos
el poder de la belleza,
de mi vida entregada
a un guerrero lejano
que luchó, por mi
Heredo mi belleza
que ha triunfado.
Y será mi voluntad
no abandonar nunca los muros de este castillo,
el arcón de mi alma
que vagará, después,

QUIEN TE SALUDA
por los siglos de los siglos.



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