Mucho se ha hablado, sobre la existencia de un Código Secreto Templario. Unos dicen que se escribió sobre los extremos de la cruz flamígera. Probst-Mirabent, citado por Gerard de Sède, cree haber descubierto la existencia de un alfabeto secreto desarrollado en la cruz que llevaban los templarios bajo el escudo de armas, con puntos y reforzamiento de las líneas en los cuatro brazos y ocho puntas.
Otros, con letras intercambiadas. Sin embargo unos y otros pueden estar en lo cierto desde que existe la posibilidad de la existencia conjunta de más de un código. No es novedad decir que se compone o utiliza un código para escamotear un secreto a los profanos. ¿Para qué querían los templarios un código secreto?
La respuesta es de Perogrullo: porque debían manejar material o información secreta. El secreto en sí, a su vez, tanto puede ser profano o no. Vale decir, en su caso, transmisión de información militar, comercial o trascendental por no decir religiosa o esotérica. Ya hemos hablado suficientemente de sus campañas militares y de las funciones bancarias que desempeñaron; en ambas es necesario la discreción, el sigilo o el secreto. En lo religioso, la transmisión de ritos y principios se hace sólo a iniciados, usualmente en forma verbal y nunca por escrito.
Más en ocasiones es necesario emplear la escritura. ¿Podía quedar un mensaje de esa naturaleza expuesto a cualquier curioso? Hoy en día, ¿conoce el público en general la fórmula para armar una bomba atómica?, por poner un mal ejemplo. Según Drosnin, por otra parte, en la Torá, es decir los cinco primero libros del Antiguo Testamento, existe al menos un Código Secreto, parcialmente develado por el matemático israelí Eliyahu Rips con la colaboración del físico ruso-israelí Doron Witztum. Según esos autores, todo lo que viene ocurriendo está escrito allí… el problema es saber encontrarlo.
Otras veces la idea está naciendo y es necesario, según un viejo principio alquímico, mantenerla en la mayor oscuridad, tanto real como simbólica. ¿No nace acaso un ser vivo en la más profunda oscuridad, no germina la semilla en ausencia absoluta de luz?
También podría haber ocurrido que el contenido de un secreto hallado, pongamos por caso, un papiro, hubiera de ser conocido por algunos pocos.
Para lo cual no es necesario, posible o conveniente, trasladar el papiro, sino simplemente hacer una copia de él. Pero ¿cómo puede ser conocido y difundido – entre elegidos siempre- ese contenido si no es mediante códices?
Presiento que algún lector, con justicia, preguntará ¿y los hospitalarios o los teutones, también tuvieron códigos? No lo sé, no he estudiado con detenimiento esas Ordenes, pero al momento, por lo poco que sé, no los tuvieron. ¿Y por qué no? Tal vez porque no lo necesitaron. Tal vez porque no tenían nada tan precioso que ocultar como los templarios.
Según parece, uno de los primitivos investigadores de los Rollos del Mar Muerto, Hugh Schonfield, descubrió en ciertos rollos un código hebreo que llamó la clave Atbash, utilizada para ocultar los nombres de las personas.
Parece ser, según ese estudioso, que los templarios lo utilizaron. Una de las acusaciones contra el Temple fue la de adorar a una cabeza, un especie de ídolo, al que se lo llamó Baphomet que nunca fue encontrado y no existieron dos templarios que lo describieran igual, para algunos tenía barba y cuernos, otros atribuían pechos de mujer, otros decían tenía cuatro patas y otros dos.
Pues bien, Schonfield escribió en hebreo esa palabra y aplicó el código Atbash. El resultado: Sofía, sabiduría (Knight y Lomas). Drosnin, Michael. El Código Secreto de la Biblia, Planeta, 1997, Barcelona. Knight, Cristopher & Lomas, Robert. La clave secreta de Hiram. Faraones, Masones y el descubrimiento de los rollos de Jesús, Grijalbo, 1999, México. Sède, Gerard de. Los Templarios están entre nosotros, Sirio, 1985, Málaga.