¡La evidencia física definitiva!
El éxito de la novela El Código Da Vinci ha convertido en tema de
debate la cuestión de si existió una descendencia de Jesús. José Luis
Giménez, el autor del libro El legado de María Magdalena, ha realizado
una fascinante investigación de documentación iconográfica que se saldó
con importantes descubrimientos inéditos. En este artículo extractamos
algunos de sus hallazgos. Mi fuente de información, me había emplazado a
realizar un enigmático viaje.
Un viaje que me llevaría a descubrir aspectos insólitos y desconocidos
sobre la figura de María Magdalena, el nombre que la tradición cristiana
dio a la Myriam Migdal judía, o Myriam la de Magdala, que desempeña un
papel tan relevante en el Nuevo Testamento de la Biblia. Mucho se ha
escrito sobre Jesús el Nazareno, nombre que algunos atribuyen a la aldea
de Nazareth.
En cambio, otros autores sostienen que indicaba su pertenencia a la
secta judía de los Nazaritas o Nazareos, entre cuyos votos se incluía no
cortarse el cabello ni la barba. Sin embargo, muy poco sabemos con
certeza sobre su vida. El Nuevo Testamento recoge algunos momentos
fundamentales de la vida de Jesús en los cuatro Evangelios canónicos.
Pero éstos solo hacen referencia a su vida pública con el objetivo de
demostrar que era el Mesías prometido a Israel, y de una manera sesgada
en lo referente a su vida privada. En otros textos, conocidos como
apócrifos, podemos obtener una información complementaria. Entre éstos
destacan los descubiertos en 1945 en Nag Hammadi (Alto Egipto).
En evangelios apócrifos de cuño gnóstico se habla de un Jesús
íntimamente vinculado con María Magdalena, e incluso se afirma que Pedro
mostraba cierto recelo y envidia hacia esta mujer, negándose a aceptar
que, tras su muerte, Cristo resucitado le hubiese confiado sus
enseñanzas secretas y el primado sobre la comunidad de sus seguidores.
Según alguno de estos textos, como el Evangelio de Felipe, Magdalena era
la compañera o consorte de Jesús, e incluso se menciona la existencia
de una descendencia de ambos en términos claros: “existe el misterio del
Hijo del Hombre y el misterio del hijo del Hijo del Hombre”. Más aun:
este evangelio desarrolla esta afirmación, sosteniendo que Cristo tenía
la capacidad de crear y la de engendrar, para culminar sugiriendo que su
unión con Magdalena fue un “matrimonio sagrado”, al que diferencia del
profano calificado y califica de auténtico misterio.
No cabe duda de que estos textos apócrifos —perseguidos y destruidos
por la Iglesia desde los años que siguieron al Concilio de Nicea en el
siglo IV d.C.— dieron lugar a una leyenda que circuló ampliamente
durante la Edad Media. Pero, ¿hasta qué punto era posible documentar la
persistencia de esta tradición? Mis primeros hallazgos se situaron en
“El Camino de Santiago”, al que yo considero más apropiado llamar de
Prisciliano, “el Obispo hereje” nacido en Galicia, en el año de 340 d.C.
Prisciliano predicaba una doctrina gnóstica, que tuvo un notable éxito
en el norte de Hispania y en el sur de la Galia. Casi todos los lugares
relacionados con el Camino están salpicados de referencias toponímicas a
Oc. No es casual que una a Compostela con María de Magdala y el Secreto
del Grial, en el Languedoc francés, situándonos en el entorno de Rennes
le Château, una de las claves del enigma.
Fue en el Monasterio de Santa María de Oia, en su iglesia monacal
cisterciense del siglo XII, donde encontré la primera pista. Allí se
encontraba un retablo que describía la venida del Espíritu Santo. Por un
lado, llamó mi atención su gran parecido con el sello de los Caballeros
Templarios de la abadía de Notre Dame du Mont Sion. Por otro, la figura
central representaba a Magdalena rodeada por los apóstoles, mientras el
Espíritu Santo en forma de paloma descendía sobre ellos. IZQUIERDA:
Retablo de Maria Magdalena con los apóstoles. CENTRO: Sello templario de
la abadía du Mont de Sión. DERECHA: Monasterio de Santa María de Oia
(Pontevedra).
Muy cerca de donde yo vivía descubrí otro elemento significativo. Se
trataba del Reial Monestir de Santes Creus, perteneciente a la orden del
Císter, situado en Aiguamurcia, el Alt Camp, provincia de Tarragona. Al
margen de la indudable calidad artística de los diferentes estilos
representados en esta iglesia monacal, atrajo mi atención una de las dos
capillas dispuestas en los laterales del templo, junto a la puerta de
la entrada principal. Esta capilla, denominada de San Juan Evangelista,
me iba a deparar grandes y gratas sorpresas ya que, en la imagen central
del retablo, aparece la figura de un San Juan Evangelista con aspecto
señaladamente femenino, de largos y rizados cabellos pelirrojos, labios
de color carmesí carnosos y sensuales y que sostiene una copa o grial
con la mano izquierda, a la altura del pecho. JUAN EVANGELISTA.
Obsérvese
el color pelirrojo del cabello. Conforme me fui
acercando y
contemplando con detenimiento el retablo, realizado en madera
policromada y pintada al óleo, descubrí que había siete iconos
adicionales en la parte inferior del mismo y, al observarlos con
detenimiento, vi que reproducían diferentes pasajes bíblicos sobre Jesús
y María Magdalena. Aunque la figura central del retablo pretende ser la
de San Juan Evangelista, demasiados aspectos lo contradecían.
Tradicionalmente a éste se le representaba con un aspecto varonil,
barba poblada y edad madura, casi siempre con un libro en las manos.
Baste recordar los lienzos sobre San Juan Evangelista de pintores como
El Greco, Tiziano o Velázquez. En cambio, la imagen central del retablo
era indudablemente femenina. Yo la identifiqué como María Magdalena, por
la larga melena de color cobre-rojizo y el tipo de vestimenta y
colorido más utilizado en su representación, con predominio del rojo.
También por el hecho de sujetar en la mano izquierda la urna donde se
guardan los óleos con que ungió de Jesús, un dato inequívoco, pues así
es como se la ha representado mayoritariamente.
Como hemos mencionado, debajo del icono central hay siete iconografías
de menor tamaño, cuatro de cuyas figuras se identifican con María
Magdalena, y otras tres centrales de mayor tamaño, que representan
episodios de la vida de Jesús : el nacimiento, la crucifixión y el
descendimiento de la cruz. Exponer y describir en detalle lo
representado en todos los iconos resultaría imposible en el presente
articulo, por la gran cantidad de datos y fotografías. Pero como la
principal evidencia a la que nos hemos estado refiriendo se encuentra
precisamente en algunos de estos iconos, vamos a referirnos en concreto a
estos últimos resumidamente.
En el icono central aparece la escena de la crucifixión de Jesús, junto a
los dos ladrones y a los pies encontramos la mayor de las sorpresas:
¡María Magdalena embarazada! Contemplé la escena desde todos los ángulos
posibles para excluir la posibilidad de una ilusión óptica. Pero no se
trataba de ningún error de apreciación. La Magdalena representada a los
pies de la cruz de Jesús, totalmente desolada, con el cabello pelirrojo
suelto y el pañuelo en la mano izquierda enjuagándose las lágrimas,
había sido evocada como mujer embarazada, con sus pechos hinchados,
remarcando los pezones y su vientre abultado en la forma característica
de la preñez. Es un vientre muy bajo, a punto de parir, en la posición
que adoptaban antiguamente las mujeres de Oriente para dar a luz. Junto a
ella aparece una calavera, tradicionalmente asociada a Magdalena en la
iconografía.
Para no dejar ninguna duda respecto de su embarazo, el autor del icono
pintó una especie de cíngulo —tal como se hacía entonces para remarcar
los pechos en las embarazadas, tal como tuvo a bien indicarme mi amigo
Manuel de Perea, pintor, orfebre y escultor y por tanto capacitado para
aportar tales referencias—, que va desde el hombro hasta la cintura,
remarcando claramente el pecho hinchado de la Magdalena. María Magdalena
embarazada al pie de la cruz. En el icono solo aparecen las dos mujeres
que tradicionalmente son identificadas con María la Virgen (madre de
Jesús) y María Magdalena, lo que despeja cualquier duda sobre la
identidad y el estado de embarazo de la figura representada. El tercer
personaje representado es el apóstol Juan.
Esta era la prueba o evidencia definitiva que había estado buscando.
¿Sería posible que nadie antes lo hubiese advertido? ¿Durante cuanto
tiempo había permanecido oculto el mensaje del retablo? Ahora empezaban a
encajar todas las piezas del rompecabezas. Necesitaba observar con
atención el resto de la iconografía, desafiando el tiempo transcurrido
desde su ejecución hasta este triunfal momento. Un momento que nunca
habría podido ni imaginar. En la siguiente escena, correspondiente al
icono de la derecha, podemos ver el descenso de la cruz de Jesús ya
fallecido, rodeado de varios personajes.
De izquierda a derecha aparecen María, esposa de Cleofás y prima de la
madre de Jesús; José de Arimatea, con barba y el típico turbante que
llevaban algunos fariseos; Magdalena, quien aparece con la urna de los
óleos en sus manos; Lázaro-Juan, sujetando por los brazos a la Virgen
María; Juana, hermana de la Virgen María y tía de Jesús, quien aparece
arrodillada, recogiendo los pies del crucificado; y por último y subido
en la escalera que hay apoyada en la cruz, un personaje que bien podría
ser Nicodemo. Icono del descenso de Jesús de la cruz.
En la iconografía del descenso de la cruz, el autor nos da un detalle
de suma importancia: todos los personajes que aparecen en el icono, por
fuerza tenían que ser parientes de Jesús. Según la Ley de Moisés no
estaba permitido tocar a los muertos, a menos que fuesen parientes, como
podemos confirmar en Números1 9,11: “El que tocare un muerto, el
cadáver de un hombre cualquiera, seré impuro por siete días”, un tabú de
contacto con el cadáver reiterado en Números 19, 14 y 19 : 16. En
Levítico 21, 1-3, tenemos una mayor precisión: “Yahveh dijo a Moisés:
‘Habla a los sacerdotes, hijos de Aaron, y diles: Ninguno se contamine
con el cadáver de uno de los suyos, excepto si es de alguno de sus
parientes más próximos: su madre, su padre, su hijo, su hija, su
hermano. Podrá también hacerse impuro por el cadáver de su hermana,
todavía virgen, si, por no haber pertenecido a ningún hombre, era su
pariente próxima’”.
Un pasaje que corrobora Ezequiel 44, 25: “No se acercaran a persona
muerta para no contaminarse, pero por el padre, la madre, el hijo, la
hija, el hermano, la hermana que no tenga marido, si podrán
contaminarse”. Como vemos, sólo estaba permitido tocar a los muertos a
los familiares más cercanos. En este caso, el autor del icono dejaba
claro una vez más la relación de pariente cercano que ostentaba María
Magdalena con respecto a Jesús. El resto de la iconografía también hacía
referencia a la relación entre ésta y Jesús. De hecho, vuelve a
insistir en la misma idea, como podemos ver en otro icono donde aparece
ella con los signos inequívocos del embarazo.
Finalmente,
la posible descendencia de Jesús y María Magdalena quedó testimoniada
por el autor del retablo en otro de los iconos, donde podemos observar a
Magdalena acompañada ya de sus dos vástagos, en este caso, de dos niñas
gemelas. IZQUIERDA: María Magdalena embarazada con la cruz. DERECHA:
Iconografía correspondiente a Magdalena con las dos niñas gemelas,
llevadas de la mano y en brazos. ¿La evidencia de la descendencia de
Jesús y María Magdalena?
Este retablo dejó constancia, en forma iconográfica, de una tradición
antiquísima que, a pesar de la hostilidad de la Iglesia, se transmitió a
lo largo de toda la Edad Media. Básicamente, recogía el mensaje
siguiente: Estatus social de María Magdalena en el icono de la princesa,
con la inscripción de IVSTICIA. Esposa de Jesús, vestida de luto tras
la crucifixión, con la palma de martirio, igualmente testigo del
martirio al que fue sometida su memoria, al ser presentada como una
prostituta, cuando en La Biblia no existe ninguna base para
identificarla con el personaje de la pecadora evangélica. Esta
arbitraria identificación se consolidó en los siglos V y VI, proyectando
una imagen de descrédito que veló su verdadero valor y significado
histórico. Grial viviente en calidad de portadora de la sangre de Jesús,
a través de su descendencia (icono que la presenta embarazada,
soportando la cruz, la carga).
Confirmación de la descendencia (icono con los dos niños gemelos en
brazos, mostrando claramente su parecido con los progenitores). No es
posible detallar en un artículo toda la información que recabé con
respecto al autor del retablo —tarea que abordo en mi libro—, pero baste
recordar que el Monasterio de Santes Creus pertenecía al Císter, la
Orden fundada por San Bernardo de Claraval, quien a su vez intervino de
manera decisiva en la creación de la Orden de los Caballeros Templarios.
Posteriormente, éstos llegaron hasta el Monasterio de Santes Creus, a
través de la Orden Militar de Santa María de Montesa, fundada en 1.319
por el rey Jaime II de Aragón para acoger a los Caballeros de la Orden
del Temple que consiguieron huir de la persecución del Rey Felipe IV el
Hermoso de Francia, con el beneplácito del Papa Clemente V. Los
Caballeros Templarios que consiguieron huir de Francia, se refugiaron en
otras órdenes, como la de Montesa o la de Calatrava. Con ellos también
llegarían los conocimientos secretos de la Orden, por los cuales habían
sido acusados de herejes.
Entre estos secretos siempre se ha destacado el de la existencia de una
sangre real (Santo Grial) que reivindicaba una ascendencia sagrada y se
remontaba a Jesús y Magdalena. El retablo que hemos examinado fue
realizado en el año 1.603, según consta en el mismo, utilizando un
lenguaje oculto del iniciado para transmitir de forma encubierta una
tradición considerada herética, cuyos depositarios en Europa occidental
habían sido los Caballeros Templarios, y anteriormente los cátaros.
Sinceramente, creo que las evidencias hablan por sí solas.
Más si tenemos en cuenta que se trata de un retablo de principio del
siglo XVII y que, con anterioridad a esa época, ya existían diversas
iconografías e imágenes sobradamente conocidas de San Juan Evangelista,
entre éstas las ya citadas de Tiziano, El Greco y Velázquez, por poner
sólo algunos ejemplos, que proyectan sin excepción una imagen
acusadamente viril de esta figura. Esta tradición excluye que dicho
personaje pueda corresponderse con la imagen femenina representada en el
retablo de la iglesia del Monasterio de les Santes Creus. Me parecía
increíble que aquel retablo no hubiese llamado anteriormente la atención
de nadie (por lo menos, no tengo constancia de ello). Pero como dijese
Hermes (mi enigmático informante): “Todo tiene su momento”. Y quizá
ahora había llegado el momento propicio. Extraído del libro El Legado de
María Magdalena, de José Luis Giménez