I
Iba Cristo muy lento, muy triste y tan paciente
como la mansa roca bajo el furor del mar…
Incendio eran sus labios, incendio era su frente
y era su manto púrpura la pira del poniente,
serpenteando en las carnes de un mustio lirio albar
Y el látigo vibraba
y en sus miembros se hundía,
y con la cruz al hombro, Cristo se desmayaba,
y, como flor de invierno, Cristo palidecía
y siempre caminaba…
II
Y cuando en una cuesta, sin fuerzas, dolorido,
Cristo se va inclinando, casi falto de aliento,
de aquel turbión hirviente, de aquel mar removido
do ruge la blasfemia como un Satán erguido,
triunfa la voz de un bardo con este humano acento:
-"Corramos, que ya cae; mirad cómo se inclina,
que palidece y tiembla, que se desmaya y muere!
¡Piedad para ese Justo que el látigo asesina!
¡Mirad cómo en sus miembros la sangre purpurina
semeja un gran incendio que consumirle quiere!"
Y truenan al instante gritos aterradores
cual canto de montaña bajo la tempestad;
gritos que son agudos dardos desgarradores
que vuelan y se clavan sobre la sien de amores
del bardo que clamaba, para Cristo, piedad…
Y el látigo vibraba
más rudo todavía;
y con la cruz al hombro, Cristo se desmayaba,
y, como flor de invierno, Cristo palidecía
y apenas caminaba…
III
Y Cristo más no puede. La sangre derramada
en estrellas de púrpura florece en el camino.
La tarde en el poniente se entreabre cual granada
y vierte en el Calvario rubíes en cascada
como un chorro de sangre sobre un cráneo cetrino.
La pompa vespertina derrama su influencia
de amor en los esbirros, de paz en el turbión;
y aquel mar removido siente la somnolencia
del vértigo que vuelve de su rauda demencia
cuando bregó y no pudo vencer a la razón…
Y hay un recogimiento de toda gritería,
y suelta el manso diálogo su ritmo de colmena:
-¿Por qué lo ultrajan tanto?
-Dizque por ser Mesías.
Tercia un poeta y dice: -"Nadie jamás podría
decir: "Este es el crimen fatal que lo condena".
Y un fariseo dice: -"¡Por prédica hechicera!
Y un siervo de la noche de nupcias en Canaán:
-Por seductor y brujo; por su vida fiestera…
Lo he visto cien, mil noches bajo una borrachera
¡multiplicando el vino, multiplicando el pan!...
Cristo más palidece;
ya en su mirar no hay luz,
y, como flor de invierno, se inclina, desfallece
y cae bajo la cruz.