La muerte de occidente


La noche está triste y dormida, y las estrellas
perlas lloran por sus fieles amantes amargadas,
mohínas plegarias que de dolor vienen preñadas
entre los hondos y oscuros suspiros de tinieblas.

Un adusto semblante se dibuja entre la niebla
que deslizándose avanza sutil, sombra moriente,
negros nubarrones ahora a ti te acechan, occidente,
que hasta la misma entraña de tu vientre tiembla.

Poco a poco aproximándose van al mundano ruido
adentrándose silentes en el orbe, sepultando
tu alma, con fúnebres alaridos de hiel apabullando,
presagio apenado del futuro de ese cuerpo dolorido.

Blandiendo con furor, impía, al aire la guadaña,
-oye el crujir de huesos y rechinar de dientes-
se apropiarán sin piedad de los espíritus dolientes
y en nombre de otro dios se adueñarán de España.

Es ese ángel que ahora entre tinieblas se levanta
por bárbaros de semblantes feroces agredido
¡tan grave es lo que le espera a este cuerpo malherido,
como es el dolo y la traición que a esa bestia amanta!

Tormentas, rayos, truenos que a la memoria espanta,
atento escucho murmurando del eco los ardores,
aullidos, voces de lamentos que producen sinsabores,
tu, occidente, prepárate para una nueva guerra santa.

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