EL RITUAL DE ESTAR FRENTE A UNA COMPUTADORA

Aunque me ha pasado estar frente a la computadora en el momento en que surgió un poema o el germen de un poema y lo escribí directamente allí, lo habitual es que escriba en pequeños cuadernitos o bloc de hojas lisas, alguno de los cuales siempre llevo conmigo. Cuando no lo hago, escribo donde sea, y generalmente a mano. En cualquier caso, creo que la poesía es rara, urgente, y tiene su propia necesidad. Es cierto que gusta de algunos rituales, pero aparece cuando quiere. Cuando el alma está desbordada, el cuerpo, agotado, o en una enérgica mañana cuando el cuenco fue llenado por los sueños. Por esa urgencia y por esa necesidad, escribo en cualquier parte, a cualquier hora, en cualquier época del año. Aunque hay ciertos lugares y cierta disposición, alejada de los reclamos cotidianos, que han significado momentos más fructíferos. Lo que no quiere decir que no haya escrito muchos de mis poemas en situaciones absolutamente inapropiadas, impensables y hasta ridículas. ¿Tal vez el viejo tema de la inspiración? No lo sé. Sé que hay algo que necesita decirse y yo lo escribo. Y montones de veces he tirado lo escrito a la basura.
Nunca tengo un plan pero sí he leído a partir de cosas que iban surgiendo y que se hacían evidentes como una necesidad. Esas lecturas podían o no ampliar el campo de la mirada, pero no fueron en vano. Algo se solidificaba. Investigar, leer, buscar de distintas maneras es llevar agua al mismo molino, a ese pozo desde donde uno percibe el mundo. Porque uno escribe desde esa percepción, genuina, distinta a otras. Una individualidad absoluta que de vez en vez toca a otras individualidades. Por algún magma común, vaya a saber porqué.
Corrijo en el momento, tacho y sigo, corrijo después. Hay cosas que me confunden, ni sé qué dicen, a veces las dejo, otras, no. Es raro que agregue o cambie, mi método habitual es de limpieza. Desmalezo.
Pueden aparecer imágenes o música o sentimientos, pero me parece que en el momento de volcarlo hay algo que se traduce como conceptual, aunque muchas veces quede como imágenes. De todas maneras, y sin que el pensamiento resigne su lugar, el cuerpo suele ser la vía. Un cuerpo confundido con el alma. Un alma de una vitalidad sensorial. Así es mi vínculo con la poesía, pura experiencia. Una experiencia que antecede y excede todo concepto. Si hay una idea acerca de la poesía no es a priori. Cuando escribo voy a tientas, sin saber hacia adónde ni por dónde. No tengo disciplina pero soy muy seria en cuanto a tratar de escuchar atentamente lo más genuino de mí. Tal vez como ni siquiera lo hago con mi vida.
Me pasó con un libro, “Hablar de lo que se ama”, que sentía que estaba escribiendo dos series de poemas muy distintos y pensé ¿qué voy a hacer con esto, serán dos libros? En el momento de armarlo me di cuenta que una parte espejaba a la otra, más desnuda, sin narración. En una se contaba una historia; la otra, vacía de anécdota, ahondaba en el gesto, la quietud, el movimiento. Pero yo no lo sabía. Lo vi en el momento de armar el libro. Sólo escribí lo que tenía que escribir. Y esto por supuesto fuera de toda valoración. No digo que el libro está bien así, digo que había una estructura, y yo no la percibía.
En cuanto a la valoración, aunque soy muy insegura y me pesa la mirada del otro, la poesía es un lugar, tal vez el único, en que en verdad la dejo afuera y no dejo que me distraiga.

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