LA GRANDE BOUFFE COMER HASTA REVENTAR Y ASÍ MORIR Y OLVIDAR LA PENA




¡Ave, César!, los que van a morir se comerán primero todas las aves. No te saludarán. Los que van a morir han decidido controlar su propia muerte y comerán primero, dada su básica condición de carnívoros hambrientos, toda la carne. Masticarán hasta quedarse tiesos. Nuestro equilibrio es precario y nos pesa la cabeza. 

Una cabeza de cerdo ha eclipsado y deshecho la legendaria calavera que una vez alzó Hamlet. Aguantar o no aguantar, es esa la cuestión. Los que van a morir deciden suicidarse para abreviar el agónico trámite de la pena y saltear el calvario de la agonía. No nos alcanzan los narcóticos, Dr. Freud, ni las poderosas distracciones. Ni el láudano ni el opio ni Tahití. Las cajas de ansiolíticos guardan la llave de nuestra visión terrenal del paraíso. 

El juez tiene un retraso madurativo importante y no ha escapado aún de los pechos de su nodriza. Le cuesta salir de la cama, por molicie o temor. No encarna la ley pero la aplica: la ley habla por la boca del juez. El juez pone a disposición, para la bacanal suicida, su aristocrática y decadente mansión en las afueras, en la que regirá un estado de suspensión de la ley. 

Es la mansión pasoliniana de Saló, estrictamente invertida y transformada en parque de diversiones desbocadas. Nada nos cierra la boca y no nos frena ni el juez, que amablemente cede el predio donde descarrilar. Marco Polo no mintió al Kublai Khan al asegurarle que estábamos en el infierno, según narra Calvino. Aquí está, Sr. Juez, como prueba que no admite presunción en contrario, la mansión insoportablemente visible deSaló.

Hemos dejado toda esperanza atrás al venir al mundo, tal como indica el cartel que Dante vio en los umbrales del infierno. Y nadie nos cazó para ponernos la correa al cuello. Nos la pusimos solos y solos resolvimos tapar nuestros agujeros con un exceso homicida de placer. No quedará energía sin usar y agotar, Sr. Bataille, en compensación por toda aquella que la prohibición y su hijo dilecto, el azote mental, nos ha robado. 

Llegan los camiones cargados de animales muertos. Nuestras espléndidas viandas. Es otoño y crepúsculo y niebla, la meteorología espectral del condenado. Proliferan los utensilios de cocina. Dentro de la mansión habrá intermitentemente un cadáver nuevo y, afuera, cada vez más animales vivos que acabarán disputándose a mordiscos las últimas viandas, colgadas de los árboles raquíticos de lo que fue un jardín. Proliferarán los perros. 

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