Enigmas de las Civilizaciones Americanas

Desde que la humanidad existe, las tradiciones antiguas han vivido entre los varios pueblos. Los dioses griegos y romanos y casi todas las figuras de las sagas y leyendas están rodeados por el aliento del muy remoto pasado. Las culturas más recientes, también, nos proveen con indicaciones que apuntan a un remoto y desconocido pasado. Durante el tiempo de las Cruzadas, grandes civilizaciones habían venido y se habían ido en los continentes americanos.

Es difícil de estudiar la historia de las antiguas civilizaciones americanas, porque casi todos los registros originales de esas civilizaciones fueron destruidos hace siglos. Como resultado, los historiadores, a menudo son confrontados con disputas acerca de los hechos más básicos, como fechas. Por ejemplo, los estimados de tiempo respecto a la gran civilización maya la han puesto en cualquier tiempo desde hace 30.000 años hasta hace 12.000 años, y aun hasta hace sólo 700 años. Muchos arqueólogos creen que la primera civilización norteamericana importante fue la olmeca. Se estima que floreció aproximadamente de 800 a.C. hasta el 400 a.C. Muy poco es conocido sobre los olmecas. Sólo que dejaron atrás impresionantes ruinas incluyendo una gran pirámide.La existencia de la pirámide es una fuerte evidencia que había interacción entre el Viejo y el Nuevo Mundo en los tiempos de antes de Jesucristo. Se cree que los olmecas dieron nacimiento a la famosa civilización maya que les siguió. Otro pueblo, los toltecas, se cree que dejaron Tollan en el 987 d.C. bajo el liderazgo de To-piltzin-Quetzalcóatl, molestos con las abominaciones religiosas y buscando un lugar donde poder dar culto como en los días de antaño. Así fue como llegaron al Yucatán. En la mitología mesoamericana, Tollan era la ciudad gobernada por Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada.Tollan está vinculada con otro lugar mítico, elTamoanchan, una especie de paraíso. No debe confundirse la ciudad mítica con las ciudades terrenales de Tula, Cholula y Teotihuacan, todas ellas nombradas Tollan en virtud de ser grandes capitales.


Según el mito, los habitantes de Tollan cultivaban algodón de colores, maíz de la mejor calidad y vivían en paz. Sin embargo, Tezcatlipoca, el eterno rival de Quetzalcóatl, lo embriagó con pulque (octli) y lo hizo fornicar con su hermana Xochiquétzal. Avergonzado por lo ocurrido, Quetzalcóatl se retiró de la ciudad que gobernaba, prometiendo regresar en otro año que llevara el nombre de aquél en que había nacido. Seguramente los toltecas podrían haber encontrado un lugar más cercano, haciendo así su viaje menos arduo, teniendo que pasar por menos territorios de tribus hostiles. Sin embargo, decidieron llevar a cabo una larga caminata de más de mil quinientos kilómetros hasta una tierra diferente en todos los aspectos de la suya propia, ya que era llana, sin ríos y de clima tropical. No se detuvieron hasta llegar a Chi-chén Itzá, la ciudad sagrada que los mayas ya habían abandonado. ¿Por qué? Tan sólo podemos buscar una respuesta en sus ruinas. De fácil acceso desde Mérida, la capital administrativa de Yucatán, se ha comparado a Chichén Itzá con la italiana Pompeya, en donde, después de quitar las cenizas volcánicas bajo las cuales yacía enterrada, salió a la luz una ciudad romana, con sus calles, sus casas y sus murales, con sus pintadas callejeras y todo. Aquí, lo que había que quitar era la cubierta selvática, recompensando al visitante con un doble regalo: una visita a una ciudad maya del «Imperio Antiguo», y una imagen especular de Tollan, tal como sus emigrantes la habían visto por última vez. Pues, cuando los toltecas llegaron, reconstruyeron y construyeron Chichén Itzá a imagen de su antigua capital. Los arqueólogos creen que en este lugar hubo una importante población incluso en el primer milenio a.C. Las Crónicas de Chilam Balam dan fe de que hacia el 450 d.C, Chichén Itzá era la principal ciudad sagrada de Yucatán. Entonces, se le llamaba Chichén, «la boca del pozo», pues su rasgo más sagrado era un cenote o pozo sagrado al cual llegaban peregrinos de todas partes. La mayor parte de los restos visibles de aquella era de dominación maya están situados en la parte sur, lo que han dado en llamar el «Viejo Chichón». Es aquí donde están ubicados la mayor parte de los edificios descritos y dibujados por Stephens y Catherwood, y llevan nombres tan románticos como Akab-Dzib(«lugar de la escritura oculta»), la Casa de las Monjas, el Templo de los Umbrales, etc.


Los últimos en ocupar, o reocupar, Chichén Itzá antes de la llegada de los toltecas fueron los itzaes, tribu que algunos consideran parientes de los toltecas y otros ven como emigrantes del sur. Fueron ellos los que le dieron al lugar su actual nombre, que significa «La boca del pozo de los itzaes», y construyeron su propio centro ceremonial al norte de las ruinas mayas. Los edificios más famosos del lugar, como la gran pirámide central («el Castillo») y el observatorio (el Caracol) los construyeron ellos. Luego se apoderarían de éstos los toltecas, que los reconstruirían cuando recrearon Tollan en Chichén Itzá. Los Itzá o itzáes (maya: Itzá,‘brujo del agua‘) es el nombre de un pueblo maya que emigró a Yucatán aproximadamente en el siglo IV, provenientes posiblemente del Petén. Los también conocidos como los sabios iniciados son considerados como una rama descendiente de los chanes, putunes o tantunes, nombre asociado a la isla de Cozumel, conocidos por hablar la lengua maya de una manera entrecortada. Según el historiador Juan Francisco Molina Solís, los chanes (por Holón Chan, su líder), después llamados itzaes, se establecieron en Bacalar, hoy Quintana Roo, estado oriental de México “durante la primera bajada, o bajada pequeña del oriente, que mencionan las crónicas” hacia el año 320 d. C. Dos siglos después, hacia el año 525 d. C. comenzaron a emigrar hacia el poniente de la península de Yucatán, para establecerse primero en Chichén Itzá, y después fundar otras populosas ciudades: Izamal, T’Hó (hoy Mérida) y Champotón. De acuerdo al Chilam Balam de Chumayel, los itzá comenzaron a llegar de Centroamérica, en la península de Yucatán, desde los alrededores de las fuentes del Usumacinta, entrando por Bacalar y subiendo al norte y occidente. Vivieron en Chichén Itzá del 525 al 692 d.C., teniendo un largo peregrinaje por toda la península, comenzando por Polé (Xcaret). Aparentemente por razones políticas, económicas y culturales abandonaron el lugar y peregrinaron a Chakán Putún, hoy Champotón, donde habitaron más de doscientos años hasta el año 928. A la llegada de los xiuesa la península de Yucatán, los itzaes fueron desplazados de Chakán Putum e iniciaron un peregrinaje de 40 años por la selva, regresando más tarde a Chichén Itzá. Recibieron alta influencia de la cultura tolteca, según se ve por la transmutación de Quetzalcóatl en el dios Kukulcán, de preeminencia en el panteón maya.


Fueron partícipes de la Liga de Mayapán, hasta que ésta se deshizo, y emigraron al Petén guatemalteco en el año 1194, donde vivieron en Tayasal, actualmente la ciudad de Flores, hasta que fueron finalmente avasallados por los conquistadores españoles. En 1525, Hernán Cortés, después de haber mandado ahorcar a Cuauhtémoc en las cercanías de Xicalango, continuó su ruta en la persecución de Cristóbal de Olid. Y en ese viaje se entrevistó con Ah Kaan Ek (Canek), en Tayasal. Los españoles dejaron un caballo moribundo, y los itzá, sintiendo responsabilidad de la muerte del caballo y por temor a las represalias en el posible regreso de Cortés, fabricaron un caballo de madera. En 1618 los misioneros franciscanos intentaron evangelizar a los itzá en el Petén guatemalteco, pero sin éxito. Fue entonces cuando se dieron cuenta que los mayas itzaes adoraban a un caballo de madera. Finalmente los itzá fueron conquistados por los españoles al mando de Martín de Urzúa y Arizmendi el año 1697. El descubrimiento fortuito de una entrada permite al visitante de hoy pasar por el espacio que queda entre la pirámide de los itzaes y la de los toltecas, que cubre a la anterior, y ascender por la antigua escalinata hasta el santuario itzá, en donde los toltecas instalaron una imagen de Chacmool y de un jaguar. Desde el exterior, sólo se puede ver la estructura tolteca, una pirámide que se eleva en nueve niveles hasta una altura de unos 56 metros. Consagrada al dios de la Serpiente Emplumada, Quetzalcóatl-Kukulcán, no sólo se le venera con ornamentos de serpientes emplumadas, sino también incorporando en la estructura diversos aspectos calendáricos, como la construcción, en cada uno de los cuatro lados de la pirámide, de una escalinata con 91 peldaños que, junto con el último «peldaño» o plataforma superior suman los días del año solar (91 x 4 + 1 = 365). Otra estructura, llamada el Templo de los Guerreros, duplica literalmente la pirámide de los Atlantes, de Tula, tanto por su ubicación y orientación como por su escalinata, por las serpientes emplumadas de piedra que la flanquean, por su decoración y por sus esculturas. Al igual que en Tula (Tollan), frente a esta pirámide-templo, al otro lado de la gran plaza, está el principal juego de pelota. Es una inmensa cancha rectangular de casi 190 metros de larga, la más grande de América Central. Altos muros se elevan a lo largo de sus costados, y en el centro de cada uno de ellos, a algo más de diez metros del suelo, sobresale un anillo de piedra decorado con tallas de serpientes entrelazadas. Para vencer en el juego, los jugadores tenían que lanzar una pelota maciza de caucho a través de los anillos.

Cada equipo lo componían siete jugadores. El equipo que perdía pagaba un alto precio, ya que su líder era decapitado. Unos paneles de piedra, decorados con bajorrelieves que representaban escenas del juego, se instalaban en toda la longitud de estas largas paredes. El panel central de la pared oriental muestra todavía al líder del equipo ganador sosteniendo la cabeza cortada del líder del equipo perdedor. Tan severo fin sugiere que en este juego de pelota había algo más que juego y entretenimiento. En Chichén Itzá, como en Tula, había varias canchas para el juego de pelota, quizá para entrenarse o para juegos menos importantes. La cancha principal era única por su tamaño y esplendor, y la importancia de lo que pudo acaecer en ella viene subrayado por el hecho de que estuviera acompañada por tres templos ricamente decorados, con escenas de guerreros, de enfrentamientos mitológicos, el Árbol de la Vida y una deidad alada y con barba provista de dos cuernos. Todo esto, junto con la diversidad y la vestimenta de los jugadores, nos habla de un acontecimiento intertribal de gran importancia política y religiosa. El número de los jugadores (siete), la decapitación del líder del equipo perdedor y el uso de una pelota de caucho parecen remedar un relato mitológico del Popol Vuh en el que se da un combate entre dioses, que adopta la forma de una competición con una pelota de caucho. En ésta, se enfrentaban el dios Siete-Macaw y sus dos hijos contra varios dioses celestes, incluidos el Sol, la Luna y Venus. El hijo Siete-Huanaphu, derrotado, era decapitado: «Se le separó la cabeza del cuerpo y cayó rodando, se le sacó el corazón del pecho». Pero, siendo un dios, se le resucitó y se convirtió en un planeta. Esta representación de acontecimientos divinos convertiría esta costumbre tolteca en algo parecido a las representaciones religiosas del antiguo Oriente Próximo. En Egipto, la desmembración y la resurrección de Osiris se representaba anualmente en una obra de misterios en la cual los actores, entre los que estaba el faraón, hacían los papeles de diversos dioses. Y en Asiría, en una compleja representación que también se llevaba a cabo todos los años, se ponía en escena una batalla entre dos dioses, en la cual el perdedor era ejecutado, para ser perdonado y resucitado más tarde por el dios del Cielo. En Babilonia, se leía todos los años el Enuma elish, la epopeya que describía la creación del Sistema Solar, como parte de las celebraciones de Año Nuevo. En ésta, se representaba la colisión celeste que llevó a la creación de la Tierra, el Séptimo Planeta contando desde una hipotética entrada al Sistema Solar desde el exterior, como la muerte y decapitación de la monstruosa Tiamat a manos del supremo dios babilónico Marduk.


El mito maya y su representación, haciéndose eco de los «mitos» de Oriente Próximo y sus representaciones, parecen haber conservado los elementos celestiales del relato y el simbolismo del número siete, en su relación con el planeta Tierra. Es significativo que en las imágenes mayas y toltecas que hay a lo largo de las paredes del juego de pelota, algunos jugadores lleven como emblema un disco solar, mientras que otros llevan el de la estrella de siete puntas. Es éste un símbolo celeste y no un emblema casual, confirmado por el hecho de que por todas partes, en Chichén Itzá, se puede ver la imagen de una estrella de cuatro puntas en combinación con el símbolo del «ocho» para el planeta Venus, y que en otros lugares del noroeste de Yucatán, las paredes de los templos se decoraban con símbolos de estrellas de seis puntas. El representar a los planetas como estrellas con diferente número de puntas es tan común que solemos olvidar cómo surgió esta costumbre. Como otras tantas cosas, tuvo su origen en Sumer. Basándose en lo que habían aprendido de los nefilim, los sumerios no contaban los planetas tal como lo hacemos nosotros, desde el Sol hacia fuera, sino desde el exterior hacia el centro. Así, Plutón era el primer planeta, Neptuno era el segundo, Urano el tercero, Saturno el cuarto, Júpiter el quinto. Marte el sexto, la Tierra el séptimo y Venus el octavo. La explicación de los expertos de por qué tanto los mayas como los toltecas consideraban a Venus el octavo es porque lleva ocho años terrestres (8 x 365 = 2.920 días) repetir un alineamiento sinódico con Venus por sólo cinco órbitas de Venus (5 x 584 = 2.920 días). Pero, si esto es así, Venus debería ser el «quinto» y la Tierra el «octavo». El método sumerio parece mucho más elegante y preciso, y sugiere que las representaciones mayas/toltecas seguían la iconografía de Oriente Próximo, pues los símbolos encontrados en Chichén Itzá y en otros muchos lugares de Yucatán son casi idénticos a aquellos mediante los que se representaba a los distintos planetas en Mesopotamia.


De hecho, el empleo de símbolos de estrellas con puntas a la manera de Oriente Próximo se hace más insistente a medida que uno se mueve hacia el noroeste de Yucatán y su costa. Allí, en un lugar llamado Tzekelna, se encontró una notabilísima escultura, que se exhibe en la actualidad en el museo de Mérida. Esculpida a partir de un gran bloque de piedra, al cual la estatua aún está unida por su parte trasera, representa a un hombre de marcados rasgos faciales, posiblemente tocado con un casco. Tiene el cuerpo cubierto con un traje ceñido, con escamas o costillas. Bajo el brazo doblado, sostiene un objeto que el museo identifica como «la forma geométrica de una estrella de cinco puntas». Sobre el vientre, sujeto con correas, lleva un extraño dispositivo circular. Los expertos creen que, por algún motivo, identificaba a los que lo portaban como dioses de las aguas. En un lugar llamado Oxkintok, se encontraron grandes esculturas de deidades que formaban parte de enormes bloques de piedra. Los arqueólogos suponen que habrían servido como columnas de apoyo estructurales en los templos. Una de ellas parece la homologa femenina del hombre antes descrito. Su escamado atuendo aparece también en varias estatuas y estatuillas de Jaina, una isla que se extiende cerca de la costa de esta parte noroccidental de Yucatán, en la cual se levantó un templo de lo más inusual. La isla habría servido como necrópolis sagrada porque, según las leyendas, era el lugar del último descanso de Itzamna, el dios de los itzaes, un gran dios de antaño que habría llegado sobre las aguas para desembarcar allí, y cuyo nombre significaba «aquel cuyo hogar es el agua». Los textos, las leyendas y las creencias religiosas se combinan para señalar la costa del golfo de Yucatán como el lugar en donde un ser divino o deificado habría desembarcado para crear poblaciones y una civilización en aquellas tierras. Esta potente combinación, estos recuerdos colectivos, debieron de ser el motivo que impulsó a los toltecas a emprender el camino hasta este rincón de Yucatán, y concretamente hasta Chichén Itzá, cuando emigraron en busca de una reactivación y una purificación de sus creencias originales. Un regreso al lugar en donde todo había comenzado, y en donde tendría que desembarcar de nuevo aquel dios que había dicho que volvería desde el otro lado del mar. El punto focal del culto de Itzamna y de Quetzalcóatl, y quizá también de los recuerdos de Votan, era el cenote sagrado de Chichén Itzá, el enorme pozo que le había dado su nombre a Chichén Itzá.


Situado directamente al norte de la pirámide principal y conectado con la plaza ceremonial por medio de una larga avenida procesional, el pozo tiene en la actualidad algo más de 20 metros de profundidad entre la superficie y el nivel del agua, con otros treinta metros más o menos de agua y cieno más abajo. La boca del cenote, de forma oval, mide alrededor de 87 metros de larga y 52 de ancha. Existen evidencias de que el pozo se agrandó artificialmente y de que, en otro tiempo, hubo una escalinata que llevaba hacia abajo. Aún se pueden ver los restos de una plataforma y un santuario en la boca del pozo; allí, según escribe el obispo Landa, se llevaban a cabo ritos para honrar al dios del agua y las lluvias, se arrojaba a doncellas en sacrificio, y los fieles que se apiñaban alrededor echaban ofrendas preciosas, preferiblemente de oro. En 1885, Edward H. Thompson, que se había ganado una gran reputación por ser el autor del tratado titulado Atlantis Not a Myth, consiguió que se le asignara un consulado de los Estados Unidos en México. No pasó mucho tiempo antes de que comprara, por 75 dólares, más de 250 kilómetros cuadrados de selva, en donde se encontraban las ruinas de Chichén Itzá. Haciendo de aquellas ruinas su hogar, Thompson organizó para el Museo Peabody, de la Universidad de Harvard, una serie de inmersiones sistemáticas en el pozo con el objetivo de recuperar sus sagradas ofrendas. Sólo se encontraron alrededor de cuarenta esqueletos humanos. Ppero los buzos sacaron miles de ricos objetos artísticos. Más de 3.400 estaban hechos de jade, una piedra semipreciosa que era la más apreciada por mayas y aztecas. Entre los objetos había cuentas, varillas nasales, tapones para los oído, botones, anillos, pendientes, globos, discos, efigies y figurines. Más de 500 objetos llevaban grabados en los que se representaba tanto a animales como a personas. Entre estos últimos, algunos llevaban una visible barba, con un aspecto muy parecido al de las paredes del templo del juego de pelota. Aún más significativos eran los objetos de metal que sacaron los buzos. Centenares de ellos estaban hechos de oro, y algunos de plata y de cobre, descubrimientos muy llamativos, dada la aparente escasez de metales en la península. Algunos de los objetos estaban hechos de cobre dorado o de aleaciones de cobre, incluido el bronce, lo que indica una sofisticación metalúrgica desconocida en tierras mayas, y evidencia que los objetos tal vez se habían traído desde tierras distantes.

Pero lo más desconcertante de todo fue el descubrimiento de discos de estaño puro, un metal que no se encuentra en su estado nativo y que sólo se puede conseguir a través de un complejo refinado de minerales que están completamente ausentes en América Central. Entre los objetos de metal, exquisitamente trabajados, había numerosas campanas, así como objetos rituales (copas, lavamanos), anillos, tiaras, máscaras; ornamentos y joyas; cetros; objetos de propósito desconocido; y, lo más importante de todo, discos grabados o estampados con escenas de enfrentamientos. En éstas, personas con diferentes atuendos y de rasgos diferentes se enfrentaban entre sí, quizás en combate, en presencia de serpientes terrestres o celestes, o de dioses celestes. Curiosamente, el dominante o héroe victorioso se representaba siempre con barba. Es evidente que éstos no eran dioses, pues a los dioses celestes o serpiente se les mostraba por separado. Su aspecto, diferente del dios celeste alado y con barba, aparece en relieves grabados en paredes y columnas de Chichén Itzá junto con otros héroes y guerreros, como uno con larga y fina barba, que alguien apodó graciosamente «El Tío Sam». La identidad de esta gente con barba es un enigma. Pero lo que es seguro es que no eran indígenas nativos, puesto que no les crecía el vello facial y, por lo tanto, no podían tener barba. Entonces, ¿quiénes eran estos forasteros? Sus rasgos «semitas», o más bien mediterráneo orientales, aún más destacados en los objetos de arcilla que llevan imágenes faciales, han llevado a varios investigadores a identificarlos como fenicios, que quizás perdieron el rumbo y fueron llevados por las corrientes atlánticas hasta las costas de Yucatán, cuando el rey Salomón y el rey fenicio Hiram juntaron sus fuerzas para enviar expediciones marítimas a circundar África en busca de oro, hacia el 1000 a.C; o unos cuantos siglos después, cuando los fenicios fueron ahuyentados de sus ciudades portuarias en el Mediterráneo oriental, fundaron Cartago y navegaron hasta África occidental. A despecho de quiénes pudieran haber sido esos marinos y el momento propuesto de la travesía, los investigadores académicos más conservadores desechan radicalmente cualquier idea de una travesía deliberada. Explican las innegables barbas como barbas postizas, que los indígenas se pegaban en la barbilla, o bien dicen que se trata de supervivientes ocasionales de algún naufragio. Claro está que el primer argumento no hace más que llevar a esta pregunta: si los indígenas imitaban a alguna persona barbada, ¿de quién o quiénes se trataba?


Tampoco parece válida la explicación que afirma que se trata de unos cuantos supervivientes de naufragios. Las tradiciones nativas, al igual que la leyenda del dios vikingo Votan, nos hablan de viajes repetidos de exploración seguidos por asentamientos y la fundación de ciudades. Las evidencias arqueológicas contradicen la idea de unos cuantos supervivientes ocasionales arrojados a una playa singular. A los personajes barbados, a los que se les ve en diversas actividades y circunstancias, se les ha representado a lo largo de toda la costa del golfo de México, en localidades del interior y hasta en la costa del Pacífico. Y no se les representa estilizados, ni mitificados, sino retratados como gente real. Algunos de los más sorprendentes ejemplos se han encontrado en Veracruz. La gente a la que inmortalizaron eran claramente idénticos a los dignatarios semitas occidentales a los que tomaban como prisioneros los faraones egipcios durante sus campañas asiáticas, tal como los representaron los vencedores en sus inscripciones conmemorativas de las paredes de los templos. ¿Por qué, y cuándo, estos supuestos marinos mediterráneos llegaron a América? Las pistas arqueológicas son desconcertantes, pues llevan a un enigma aún mayor. Los olmecas, y sus aparentes orígenes negros africanos; pues, como se ve en muchas representaciones, los barbados y los olmecas se encontraron, cara a cara, en los mismos dominios y en la misma época. De todas las civilizaciones perdidas de América Central, la de los olmecas es la más antigua y la más desconcertante. A todos los efectos, fue la civilización madre, la que todos copiaron y adaptaron. Apareció a lo largo de la costa del golfo de México a comienzos del segundo milenio a.C. y estaba en pleno florecimiento en alrededor de cuarenta lugares hacia el 1200 a.C., o hacia el 1500 a.C. Se difundieron en todas direcciones, pero principalmente hacia el sur, dejando su huella por toda América Central hacia el 800 a.C.


Según el historiador Raymond Cartier, otras analogías con Egipto son discernibles en el admirable arte de los mayas. Sus pinturas murales y frescos, y decoración de jarrones muestran una raza de hombres con rasgos Semíticos [Mesopotámicos] fuertemente marcados, comprometidos en toda clase de actividades: agricultura, pesca, construcción, política y religión. Solamente Egipto ha pintado estas actividades con la misma cruel verosimilitud; pero la alfarería de los mayas recuerda a la de los etruscos [una antigua civilización de Italia]; sus bajorrelieves recuerdan algunos de la India, y las grandes escaleras empinadas de sus templos piramidales son como aquellos en Angkor [Camboya, dedicado al culto del hindú]. A menos que hubieran obtenido a sus modelos de fuera, sus inteligencias deben haber sido construidas de tal manera que adoptaron las mismas formas de expresión artística como todas las otras grandes antiguas civilizaciones de Europa y Asia. ¿Saltó, entonces, la civilización, de una región geográfica en particular a otra y luego se extendió gradualmente en cada dirección, como el fuego en el bosque?, o ¿apareció espontánea yseparadamente en varias partes del mundo? l ¿Algunas razas eran las maestras y otros los alumnos, o fueron todos autodidácticos? ¿Semillas aisladas, o un tallo madre emitió retoños en cada dirección? Las coincidencias son demasiado fuertes para que las civilizaciones americanas hayan surgido independientemente de las sociedades del Viejo Mundo. Las teorías de Carl Gustav Jung (1875 – 1961), médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, sobre el “inconsciente colectivo” son escasamente satisfactorias. Las llamativas similitudes indican que las civilizaciones americanas eran parte de una sociedad global, aun cuando los antiguos habitantes americanos no eran conscientes de ello. Una situación similar existe hoy. En diferentes ciudades alrededor del mundo, encontramos rascacielos modernos que parecen notablemente iguales, sin importar donde están ubicados en el globo: de Singapur a África a los Estados Unidos. La cultura circundante, sin embargo, puede ser sumamente diferente en cada país, indicando que el rascacielos en África no es un producto de la cultura nativa africana, sino que es el producto de una influencia global independiente. Una influencia global similar existió claramente hace más de un milenio, como es evidente por las notables similitudes entre las antiguas culturas mayas y egipcias.


Esa influencia global parece haber sido la de la Hermandad de Babilonia porque, en cuanto repasamos las escrituras americanas antiguas, encontramos una vez más el rastro de dicha Hermandad. En Babilonia surgió una gran red de “dioses”, que también tenían conexiones con Egipto. Nimrod y Semíramis han tenido el gran honor de ser reconocidos como los “dioses” más importantes de la Hermandad de Babilonia y han sido venerados hasta la actualidad bajo muchos diferentes nombres y símbolos. Nimrod fue simbolizado como un pez y la Reina Semíramis como un pez y una paloma. Semíramis es probable que sea el nombre simbólico de la “diosa” sumeria Ninkharsag, la supuesta creadora del Homo Sapiens, junto con Enki. Nimrod era el dios-pez Dagon, que fue retratado como mitad hombre y mitad pez. Pero hay cierta evidencias de que esta imagen en realidad representa a un ser mitad reptil y mitad humano. La Reina Semíramis también era simbolizada como un pez porque los babilonios creían que el pez era un afrodisíaco y se volvió el símbolo para la diosa del amor. Probablemente aquí tiene sus orígenes el uso del pez en el simbolismo y la arquitectura cristianos. Algunos miembros de la Hermandad parece que fueron adorados por los antiguos americanos como “dioses”, semejantes a los humanos en apariencia, que vinieron de otros mundos. Como en el Hemisferio Oriental, los miembros de la Hermandad en América fueron eventualmente ocultados con una capa de mitología. Como en Egipto y Mesopotamia, los sirvientes de los miembros de la Hermandad en América eran los sacerdotes, que mantenían considerable poder político debido a su relación especial con miembros de la Hermandad. Por consiguiente, no es sorprendente encontrar evidencia de que la Hermandad existió en las antiguas Américas. Por ejemplo, la serpiente era un importante símbolo religioso a lo largo del antiguo Hemisferio Occidental. Varios historiadores francmasones afirman que existe evidencia de tempranos ritos masónicos en las sociedades precolombinas.

El símbolo de la Hermandad y de los arios, la esvástica, también era prominente en América, como lo señala el Profesor W. Norman Brown, de la Universidad de Pennsylvania, en su libro “La Esvástica: Un Estudio de las Demandas Nazis de Su Origen ario”: “Hay un curioso problema con la presencia de la esvástica en América antes del tiempo de Colón. Es frecuente en América del Norte, América Central y América del Sur, y tiene muchas formas variantes“. Las civilizaciones americanas tenían una historia similar a aquellas del Viejo Mundo. Estaban llenas de guerras, genocidios, y calamidades. Las ciudades y centros religiosos en la antigua América vinieron y se fueron. Una cosa que permaneció consistente fueron las construcciones de pirámides. Los Toltecas continuaron la tradición de la construcción de pirámides, entre ellas la fabulosa Pirámide del Sol en México. Esta pirámide es más grande que la Gran Pirámide de Egipto en volumen, y está construida con la misma precisión de corte de piedra que caracteriza a su contraparte egipcio. Cuando los españoles invadieron América en el siglo XVI, deliberadamente destruyeron casi todo lo que pudieron de las antiguas culturas americanas, salvo el oro y metales preciosos, que fueron enviados a España. En ese momento de la historia, la Inquisición estaba en su auge y España era su abogado más celoso. Los antiguos americanos fueron considerados paganos, y por eso, los misioneros cristianos emprendieron una enérgica campaña para destruir todos los registros y artefactos relacionados a las religiones americanas. Desgraciadamente, esos registros incluían información de gran importancia para conocer aquellas civilizaciones. El efecto de esta eliminación fue muy parecido a la destrucción de la Biblioteca de Alejandría y provocó una gran pérdida del conocimiento sobre gran parte de la antigua historia de la humanidad. Esto ha dejado un gran vacío y muchas preguntas sin contestar sobre culturas como la maya, entre otras. Por ejemplo, los mayas construyeron muchos fabulosos centros religiosos y luego los abandonaron. Algunos historiadores creen que el abandono fue repentino, y la causa de ello sigue siendo un misterio. Otros concluyen que sucedió gradualmente, al deteriorarse la sociedad maya. Los mayas también fueron conocidos por practicar sacrificios humanos. Algunos historiadores creen que los sacrificios eran rituales poco frecuentes; otros piensan que los sacrificios llegaron a la escala del genocidio, implicando 50.000 muertes por año. ¿Dónde esta la verdad?


La primera escritura en glifos de Centroamérica aparece en el reino de los olmecas; y lo mismo se puede decir del sistema numérico de puntos y barras. Asimismo, las primeras inscripciones del calendario de la Cuenta Larga, con la enigmática fecha de comienzo en 3113 a.C, las primeras obras de arte escultórico grandiosas y monumentales, la primera utilización del jade, las primeras representaciones de armas o herramientas manuales, los primeros centros ceremoniales y las primeras orientaciones celestes. Todos estos logros fueron de los olmecas. No es de sorprender que algunos, como Jacques Soustelle, en su obraThe Olmecs, hayan comparado la civilización olmeca en Centroamérica con la de los sumerios en Mesopotamia, que fueron la primera civilización postdiluviana del antiguo Oriente Próximo. Y, al igual que la civilización sumeria, los olmecas también aparecieron de repente, sin ningún precedente o período previo de avance gradual. En sus textos, los sumerios describían su civilización como un regalo de los dioses, los visitantes a la Tierra que surcaban los cielos y, de ahí, que se les representara como seres alados. Los olmecas expresaron sus «mitos» en el arte escultórico, como en una estela de Izapa, en la que un dios alado decapita a otro. Este relato en piedra es notablemente similar a otra representación sumeria. ¿Quiénes eran estas gentes que habían logrado tales hazañas? Apodados olmecas («pueblo del caucho»), debido a que su región en la costa del golfo era conocida por sus árboles de caucho, en realidad eran un enigma. Eran forasteros en tierra extraña, forasteros de allende los mares, un pueblo que no sólo pertenecía a otra tierra, sino a otro continente. En una zona de costas pantanosas, en donde la piedra es rara, ellos crearon y dejaron tras de sí monumentos de piedra que asombran hasta en nuestros días. De éstos, los más desconcertantes son los que retratan a los propios olmecas.Únicos en todos los aspectos, se trata de gigantescas cabezas de piedra esculpidas con una increíble habilidad y con herramientas desconocidas. El primero en ver una de estas gigantescas cabezas fue J. M. Melgar y Serrano, en Tres Zapotes, en el estado de Veracruz. La describió en el Boletín de la Sociedad Geográfica y Estadística Mexicana (en 1869) como «Una obra de arte. Una magnífica escultura que lo que más sorprende es que parece representar a un etíope». Unos dibujos anexos reproducían fielmente los rasgos negroides de la cabeza.

Pero hasta 1925 los expertos occidentales no confirmaron la existencia de tan colosales cabezas de piedra, cuando un equipo arqueológico de la Universidad de Tulane, encabezado por Frans Blom, encontró «la parte superior de una colosal cabeza que estaba profundamente hundida en la tierra», en La Venta, un lugar cercano a la costa del golfo, en el estado de Tabasco. Cuando se desenterró la cabeza, media casi 2,5 metros de alta y 6,4 de circunferencia, y pesaba alrededor de 24 toneladas. No cabe duda de que representa a un negroide africano con un visible casco. Con el tiempo, en La Venta se encontrarian mas cabezas, cada una con sus diferencias individuales y con cascos diferentes, pero con los mismos rasgos faciales. Otras cinco de estas colosales cabezas se encontraron en la decada de 1940 en San lorenzo, un asentamiento olmeca a casi 100 kilometros de La Venta. El descubrimientos lo hicieron las expediciones arqueologicas dirigidas por Matthew Stirling y Philip Drucker. Y los equipos de la Universidad de Yale que les siguieron, liderados por Michael D. Coe, descubrieron más cabezas e hicieron lecturas de radiocarbono que dieron fechas en torno al 1200 a.C. Esto significa que la materia orgánica, en su mayor parte carbón, encontrada en aquel lugar, tenía aquella antigüedad. Pero el lugar mismo y sus monumentos bien podrían ser más antiguos. De hecho, el arqueólogo mexicano Ignacio Bernal, que descubrió otra cabeza en Tres Zapotes, data estas colosales esculturas hacia el 1500 a.C. Hasta ahora se han encontrado dieciséis de estas enormes cabezas, que miden entre metro y medio y tres metros de altura, y llegan a pesar hasta 25 toneladas. Quienquiera que las esculpiera estuvo a punto de esculpir algunas más, pues, junto a las cabezas terminadas, se ha encontrado gran cantidad de grandes piedras que se habían extraído ya de la cantera y se habían redondeado hasta darle la forma de una pelota. Las piedras de basalto, terminadas y sin terminar, se llevaron desde su origen hasta lugares en donde no existe la piedra, recorriendo distancias de 100 kilómetros o más, a través de selvas y pantanos. Cómo se extrajeron estos colosales bloques de piedra, cómo se transportaron y, por último, cómo se esculpieron y se erigieron en su destino, sigue siendo un misterio. Sin embargo, está claro que para los olmecas era muy importante conmemorar a sus líderes de esta manera. Viendo una galería de retratos de estas cabezas, se puede ver con claridad que se trataba de personas, todas ellas de la misma estirpe negroide africana, pero con sus propias personalidades y con diferentes tocados.


Las escenas de enfrentamientos grabadas en las estelas de piedra y otros monumentos nos ofrecen una clara imagen de los olmecas como gente alta, de constitución fuerte, con cuerpos musculosos, «gigantes» en estatura, sin duda, a los ojos de la población indígena. Pero, para que no supongamos que se trata sólo de unos cuantos líderes y no de la verdadera población de etnia negroide africana, con hombres, mujeres y niños, los olmecas dejaron tras ellos, esparcidas por una inmensa región de Centroamérica, que va desde el golfo hasta la costa del Pacífico, centenares si no miles de representaciones de sí mismos. En esculturas, en grabados en piedra, en bajorrelieves, en estatuillas, siempre vemos las mismas caras de negro africano, como en los jades del cenote sagrado de Chichén Itzá o en las efigies de oro encontradas allí. También en numerosas terracotas encontradas, desde la isla de Jaina, en que podemos ver una pareja de enamorados, hasta el centro y el norte de México, e incluso como jugadores de pelota, en los relieves de El Tajín. En algunas terracotas y en las esculturas de piedra, se retrata a los olmecas sosteniendo bebés, un acto que debió de tener un significado especial para ellos. Pero no son menos intrigantes los asentamientos en donde se encontraron las colosales cabezas y otras representaciones de los olmecas. Su tamaño, magnitud y estructuras dejan ver la obra de unos colonizadores organizados, no la de unos cuantos náufragos fortuitos. La Venta era en realidad una pequeña isla en una pantanosa región costera, que fue artificialmente conformada, rellenada de tierra y construida según un plan preconcebido. Los principales edificios, entre los que se incluye una inusual «pirámide» cónica, montículos alargados y circulares, estructuras, patios pavimentados, altares, estelas y otros elementos de factura humana, se dispusieron con una gran precisión geométrica a lo largo de un eje norte-sur que se extendía casi cinco kilómetros. En un lugar carente de piedra, se utilizó una sorprendente variedad en la construcción de estructuras, monumentos y estelas, a pesar de que hubo que trasladarlas desde grandes distancias. Sólo la pirámide cónica precisó de 28.300 metros cúbicos de tierra. Todo esto supondría un tremendo esfuerzo físico. También precisaba de un alto nivel de experiencia en arquitectura y mampostería, de lo cual no había precedente en Centroamérica. Obviamente, todos estos conocimientos debieron aprenderlos en algún otro lugar. Entre los extraordinarios descubrimientos de La Venta había un recinto rectangular que estaba circundado o vallado con columnas de basalto, que era el mismo material con el que se esculpieron las enormes cabezas.


El recinto protegía un sarcófago de piedra y una cámara funeraria rectangular que también estaba techada y rodeada de columnas de basalto. En el interior, varios esqueletos yacían sobre una plataforma baja. En conjunto, este descubrimiento único, con su sarcófago de piedra, parece haber sido el modelo para la igualmente inusual cripta de Pacal, en Palenque. Al menos, la insistencia en el empleo de grandes bloques de piedra, aun cuando tuvieran que ser traídos desde tan lejos, para monumentos, esculturas conmemorativas y enterramientos, debería servir de pista sobre el enigmático origen de los olmecas. No menos desconcertante fue el descubrimiento en La Venta de centenares de objetos artísticamente tallados del poco común jade, incluidas unas extrañas hachas elaboradas con esta piedra semipreciosa, que no se puede encontrar en la zona. Después, para hacer aún mayor el misterio, todos estos objetos fueron enterrados deliberadamente en largas y profundas zanjas. Éstas, a su vez, se cubrieron con diferentes capas de arcilla, de diferentes clases y colores, miles de toneladas de tierra traída desde varios lugares distantes. Increíblemente, las zanjas tenían el fondo cubierto de miles de baldosas de serpentina, otra piedra semipreciosa verde azulada. La mayoría de los expertos supone que las zanjas se cavaron para enterrar en ellas estos preciosos objetos de jade, pero los suelos de serpentina también podrían estar sugiriendo que las zanjas se construyeron mucho antes, con un propósito completamente distinto. Pero se utilizaron para enterrar unos objetos muy apreciados, como esas extrañas hachas, una vez dejaron de necesitarlos y de necesitar las zanjas. No existen dudas de que los olmecas abandonaron sus asentamientos hacia los comienzos de la era cristiana, y que incluso intentaron enterrar algunas de sus colosales cabezas. Quienquiera que llegara a sus poblados después, lo hizo con ansias de venganza, ya que algunas de las cabezas fueron derribadas de sus bases, para después hacerlas rodar hasta los pantanos. Otras muestran marcas que denotan haber sido golpeadas. Como otro de los muchos enigmas de La Venta, hay el descubrimiento en las zanjas de unos espejos cóncavos de mineral de hierro, magnetita y hematites, cristalizados, moldeados y pulidos a la perfección. Después de estudiarlos y de hacer algunos experimentos, los expertos del Instituto Smithsoniano de Washington D.C. llegaron a la conclusión de que los espejos pudieron ser utilizados para enfocar los rayos del sol, para encender fuego o con «propósitos rituales», que es la forma que tienen los expertos de decir que no saben para qué servía un objeto.


Pero el principal enigma en La Venta es el lugar en sí mismo, pues está exactamente orientado según un eje norte-sur, con 8o de inclinación al oeste del verdadero norte. En diversos estudios se ha demostrado que esta orientación fue premeditada, con el objetivo de permitir la observación astronómica, quizá desde la cúspide de la «pirámide» cónica, cuyas prominencias podrían haber servido como indicadores direccionales. En un estudio especial, de M. Popenoe-Hatch (Papers on Olmec and Maya Archeology N° 13, University of California), se llegó a la conclusión de que «el patrón de observación hecho en La Venta hacia el 1000 a.C. habría que remontarlo a un cuerpo de conocimientos desarrollado un milenio antes. El asentamiento de La Venta y su arte del 1000 a.C. parecen reflejar una tradición basada en gran parte en los tránsitos de estrellas sobre el meridiano que tuvieron lugar en los solsticios y los equinoccios de alrededor del 2000 a.C.». Unos inicios en el 2000 a.C. harían de La Venta el «centro sagrado» más antiguo de Centroamérica, precediendo a Teotihuacán, salvo por la época legendaria en que sólo los dioses moraban allí. Aún así, puede que no sea ésa la verdadera fecha en que los olmecas llegaron allí tras cruzar los mares, pues su Cuenta Larga comienza en el 3113 a.C. Pero sí indica en qué medida se adelantaron a civilizaciones más famosas, como los mayas o los aztecas. En Tres Zapotes, cuya fase previa sitúan los arqueólogos entre 1500 y 1200 a.C, se pueden ver, esparcidas por el lugar, construcciones de piedra, aunque la piedra es rara aquí, terrazas, escalinatas y montículos. Se han localizado al menos otros ocho lugares en un radio de 24 kilómetros desde Tres Zapotes, lo que nos sugiere que debió de ser un gran centro rodeado de poblaciones satélites. Además de las cabezas y de otros monumentos escultóricos, también se desenterraron gran cantidad de estelas. Una de ellas, la «Estela C», lleva la fecha de Cuenta Larga del 7.16.6.16.18, que equivale al 31 a.C, confirmando la presencia de los olmecas en este lugar en aquella época. En San Lorenzo, las ruinas olmecas están compuestas por estructuras, montículos y terraplenes, entremezclados con estanques artificiales. La parte central de este lugar se construyó sobre una plataforma de factura humana de alrededor de 2 kilómetros cuadrados, que fue elevada unos 56 metros por encima del terreno circundante, una proeza que empequeñece muchas obras modernas. Los arqueólogos descubrieron que los estanques estaban interconectados a través de un sistema de conductos subterráneos «cuyo significado o función resultan aún desconocidos».

Podríamos proseguir largamente con la descripción de lugares olmecas. Hasta el momento, se han descubierto alrededor de cuarenta. En todas partes, además del arte monumental y de los edificios de piedra, hay montículos por docenas y otras evidencias de movimientos de tierra deliberados. Sin embargo, las obras de sillería, los terraplenes, las zanjas, los estanques, los conductos y los espejos deben tener algún sentido, aun cuando los expertos modernos no alcancen a comprenderlo. Tampoco la simple presencia de los olmecas en América Central, a menos que se suscriba la teoría de los supervivientes de un naufragio. Los historiadores aztecas describieron a los olmecas como los remanentes de un antiguo pueblo de habla no náhuatl, que crearon la civilización más antigua de México. Las evidencias arqueológicas apoyan esta idea y demuestran que, desde una base o «área metropolitana», que lindaría con el golfo de México, en donde La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo conformarían un triángulo pivotal, la zona de asentamientos e influencia olmecas cruza por el sur hacia la costa del Pacífico, de México y Guatemala. Expertos en terraplenes, maestros de la sillería, excavadores de zanjas, canalizadores de aguas y fabricantes de espejos. ¿Qué estaban haciendo los olmecas en Centroamérica? Las estelas los muestran emergiendo de «altares» que representan entradas a las profundidades de la tierra, o en el interior de cuevas, con un desconcertante surtido de herramientas, como puede verse en estelas de La Venta, en la que es posible discernir los enigmáticos espejos, que están sujetos a los cascos de los que llevan las herramientas. En conjunto, las capacidades, las escenas, las herramientas, parece que nos llevan a una conclusión: los olmecas eran mineros, venidos al Nuevo Mundo para extraer algunos metales preciosos, probablemente oro, o quizá también algún otro mineral extraño. Las leyendas del dios vikingo Votan, que hablan de túneles a través de las montañas, apoyan esta conclusión. También el hecho de que, entre los dioses de Antaño, cuyo culto adoptaron los pueblos nahuatlacas de los olmecas, estuviera el dios Tepeyolloti, que significa «corazón de la montaña». Era un dios de las cuevas con barba. Su templo tenía que ser de piedra y debía de estar construido preferiblemente en el interior de una montaña. Su símbolo jeroglífico era una montaña perforada y se le representaba con una herramienta parecida a un lanzallamas, similar a lo que puede verse en Tula.


El lanzallamas se utilizaba probablemente para cortar la piedra, no sólo para tallarla. Esto resulta manifiesto en un relieve conocido como Daizu N° 40, que se descubrió en el Valle de Oaxaca. En él, se muestra a una persona en un lugar estrecho, utilizando el lanzallamas contra la pared que tiene delante. El símbolo del «diamante» que hay en la pared significa un mineral, pero aún no se ha descifrado cuál. Tal como atestiguan gran cantidad de representaciones, el enigma de los «olmecas» africanos se entremezcla con el enigma de los barbados del Mediterráneo oriental. Se les plasmó en multitud de monumentos de todos los asentamientos olmecas, en retratos individuales o en escenas de enfrentamientos. Curiosamente, algunos de los enfrentamientos se representan como si hubieran tenido lugar en el interior de cavernas. En uno de Tres Zapotes aparece incluso un ayudante que lleva un dispositivo luminoso, en un tiempo en que, supuestamente, sólo se utilizaban antorchas. No menos sorprendente es una estela de Chalcatzingo, en donde aparece una mujer «caucásica» manipulando lo que parece un sofisticado equipo técnico. En la base de la estela hay un revelador signo de «diamante». Todo parece establecer una relación con los minerales. ¿Acaso los supuestos barbados del Mediterráneo llegaron a América Central al mismo tiempo que los africanos olmecas? ¿Eran aliados, se ayudaban entre sí, o competían por los mismos minerales o metales preciosos? Nadie puede decirlo con certeza, pero parece que los africanos olmecas llegaron allí primero, y que las raíces de su llegada hay que buscarlas en esa misteriosa fecha de comienzo de la Cuenta Larga: el 3113 a.C. No importa cuándo y por qué comenzó la relación, pero parece que terminó con una convulsión. Los expertos se preguntan por qué en muchos asentamientos olmecas existen evidencias de una destrucción deliberada, tales como monumentos deformados, incluidas las colosales cabezas, objetos rotos, monumentos derribados, todo ello como si se tratara de una venganza. Y no parece que toda esta destrucción tuviera lugar de una vez. Parece como si los poblados olmecas se hubieran ido abandonando gradualmente, primero el «centro metropolitano» más antiguo, cercano al Golfo, hacia el 300 a.C, para más tarde ir abandonando los lugares más al sur.

Hemos visto la evidencia de una fecha equivalente al 31 a.C. en Tres Zapotes, que sugiere que el proceso de abandono de los centros olmecas, seguido por la vengativa destrucción, pudo durar varios siglos, a medida que los olmecas iban cediendo terreno y retirándose hacia el sur. Las imágenes de este turbulento período y de esa zona meridional de los dominios olmecas los muestran cada vez más como guerreros, con máscaras aterradoras de águila o de jaguar. En uno de estos grabados en la roca de las regiones meridionales se ve a tres guerreros olmecas con lanzas en las manos, y dos de ellos con máscaras de águila,. En la escena se puede ver también a un cautivo desnudo y con barba. Lo que no queda claro es si los guerreros están amenazando al cautivo o lo están salvando. Lo cual deja sin aclarar esta intrigante pregunta: ¿estaban en el mismo bando los negroides olmecas y los supuestos barbados del Mediterráneo oriental cuando aquellos tiempos turbulentos hicieron añicos la primera civilización de América Central? Al menos, parece que compartieron el mismo destino. En uno de los asentamientos más interesantes que hay cerca de la costa del Pacífico, en Monte Albán, levantado sobre un inmenso surtido de plataformas de factura humana y con extrañas estructuras construidas con fines astronómicos, existen docenas de losas, erigidas en un muro conmemorativo, que llevan las imágenes grabadas de estos negroides africanos en posiciones un tanto retorcidas Durante mucho tiempo, se les llamó Danzantes, pero los expertos coinciden ahora en que representan los cuerpos mutilados y desnudos de olmecas, supuestamente muertos durante alguna sublevación violenta de los indígenas de la zona. Entre estos cuerpos, se puede ver también el de un hombre con barba y una nariz semita, que compartió el mismo destino de los olmecas. Se cree que Monte Albán se pobló hacia el 1500 a.C., y que fue un centro importante desde el 500 a.C. Así, en unos cuantos siglos de grandeza, sus constructores terminaron como cuerpos mutilados, honrados en las piedras, victimas de aquellos a los que habían enseñado. Y así sucedió con los milenios, la edad de oro de los forasteros de allende los mares, que se convirtió poco menos que en una leyenda.


La cultura Maya se extendió de México a Centroamérica y duró aproximadamente desde 300 a.C. hasta el 900 d.C. Como los Olmecas, los Mayas eran aficionados a construir pirámides. Sorprendentemente, algunas pirámides mayas fueron cubiertas con una capa de piedra caliza, como las más tempranas pirámides de Egipto. Los mayas también copiaron a los egipcios, momificando los cuerpos y sosteniendo similares creencias acerca de la “vida” después de la muerte. Las ruinas de Guatemala y Yutacan pueden ser comparadas con los colosos edificios de Egipto. El área de la base de la pirámide de Cholula, 60 millas al sur de la capital de México, es más grande que la de la pirámide de Keops. El lugar de las pirámides de Teotihuacán, 25 millas al norte de la ciudad de México, cubre un área de casi 8 millas cuadradas, y todos los edificios están alineados según las estrellas. Los textos más antiguos sobre Teotihuacan nos cuentan que los dioses se reunieron aquí y organizaron un tipo de concilio sobre los seres humanos, aún antes de que el homo sapiens existiera. Los mayas no construyeron pirámides o templos porque los necesitaran. Construyeron templos y pirámides porque el calendario decretaba que un número fijo de escalones de un edificio debía ser completado cada 52 años. Cada piedra tiene su relación con el calendario; cada edificio terminado está conformado exactamente con un cierto requerimiento astronómico. Pero un hecho absolutamente increíble sucedió aproximadamente el 600 a.C. De repente, y sin razón aparente, un pueblo entero dejó sus trabajosa y sólidamente construidas ciudades, con sus ricos templos, artísticas pirámides, plazas con estatuas y grandiosos estadios. La jungla invadió los edificios y calles, quebró la piedra y transformó todo en un panorama de ruinas. Aparentemente, ningún habitante retornó. Supongamos que este evento, una enorme migración nacional, hubiese sucedido en el antiguo Egipto. Durante generaciones la gente construyendo templos, pirámides, ciudades, canales de agua, y calles, de acuerdo a las fechas del calendario. Maravillosas esculturas n laboriosamente talladas en la piedra e instaladas en magníficos edificios. Cuando este trabajo, que llevó más de un milenio, fue terminado, dejaron sus hogares y se mudaron al árido norte. Semejante procedimiento parece increíble. Cuanto más incomprensible es un proceder, más numerosas son las interpretaciones que intentan explicarlo. La primera versión insinuó que los mayas pudieron haber sido desalojados por invasores extranjeros. Pero no hay huellas de un enfrentamiento militar.


La idea de que la migración pudo ser causada por un importante cambio en el clima es digna de ser considerada. Pero no hay signos que le den base. La distancia cubierta por los mayas desde el antiguo territorio hasta el nuevo reino es de 220 millas, una distancia demasiado corta para escapar de un cambio catastrófico en el clima. La explicación de que una devastadora epidemia provocó la huida también debe ser analizada. Pero no hay la menor prueba de ello. ¿Hubo una guerra civil o una revolución? Si optamos por esta posibilidad, es obvio que sólo una parte de la población, los derrotados, hubieran dejado el territorio y los victoriosos habrían permanecido en el antiguo lugar. Las investigaciones de los sitios arqueológicos no han dado la menor prueba de que un solo maya se haya quedado. Todo el pueblo emigró de repente, dejando sus lugares sagrados abandonados a la jungla. Pero podría haber una nueva teoría. En algún momento de su historia, los ancestros de los mayas tal vez tuvieron una visita de los “dioses“. Dada una serie de evidencias, se puede sostener la idea de que los antecesores de los pueblos desarrollados de América tal vez vinieron del antiguo Oriente. Pero en el mundo de los mayas había sagradas tradiciones sobre astronomía, matemáticas y su calendario. Los sacerdotes guardaron el conocimiento tradicional porque los “dioses” les habían dado su palabra de que regresarían. Crearon una grandiosa y nueva religión, la religión de Kukulkan, la serpiente emplumada. De acuerdo a la tradición de los sacerdotes, los dioses volverían de los cielos cuando las construcciones estuvieran terminadas de acuerdo con las leyes del ciclo del calendario. Entonces, la gente se apuró a completar los templos y pirámides de acuerdo con este ritmo sagrado, porque el año en que se completaran sería un año de regocijo. El dios Kukulkan volvería de las estrellas, tomaría posesión de los edificios, y de allí en adelante viviría entre los hombres. El trabajo se terminó, el año del regreso del dios llegó, pero nada pasó. La gente cantó, rezó y esperó un año entero. Esclavos y joyas, maíz y aceite, fueron ofrecidos en vano. Los cielos siguieron sordos y sin un signo. Ningún carro celestial apareció, no podían oír el distante trueno. Nada, absolutamente nada, pasó.


Si le damos crédito a esta hipótesis, la desilusión de los sacerdotes y la gente debe haber sido tremenda. El trabajo de siglos fue hecho en vano. Comenzaron las dudas. ¿Había un error en el cálculo del calendario? ¿Habían aterrizado los dioses en otro lugar? ¿Habían todos cometido un terrible error? Tenemos que mantener in mente que el año místico de los mayas, en el que el calendario comienza, es el 3113 a.C. Hay pruebas de ello en las escrituras mayas. Si aceptamos este año como correcto, entonces hay sólo cien años entre esta fecha y el supuesto comienzo de la cultura egipcia. Esta legendaria fecha parece ser genuina porque el calendario maya nos lo confirma. En 1935, un relieve tallado en roca que probablemente represente al dios Kukumatz, en Yucatán, Kukulkan, fue encontrado en Palenque. Una mirada sin prejuicios haría dudar al más escéptico. Allí se sienta un ser humano, con la parte superior de su cuerpo inclinada hacia delante, como un piloto en una carrera. Hoy en día puede identificarse su vehículo con un cohete. Es puntiagudo en el frente, luego se ensancha y termina en una cola con una llama. El ser inclinado está manipulando un indefinido número de controles y tiene el talón de su pie izquierdo en un tipo de pedal. Viste pantalones cortos con un ancho cinturón, una chaqueta con un moderno cuello japonés y bandas ajustadas en brazos y piernas. Vemos una especie de tubos y antena en la parte superior. Nuestro supuesto viajero espacial no sólo está inclinado hacia adelante en tensión, sino que también mira intensamente un aparato que cuelga frente a su cara. El asiento delantero está separado de la parte de atrás del vehículo, en la que pueden verse extrañas cajas, círculos, puntas y espirales. Todo ello nos evoca un viaje espacial. ¿Por qué los mayas construyeron sus ciudades más antiguas en la jungla, y no en junto a un río o al lado del mar? Tikal, por ejemplo, está a 109 millas del Golfo de Honduras, al norte del Océano Pacífico. El hecho curioso es que los mayas estaban familiarizados con el mar, ya que pueden verse objetos hechos en coral, conchas y moluscos. ¿Por qué, entonces, se fueron a la jungla? ¿Por qué construir reservas de agua cuando pudieron establecerse al lado del agua de un río? En Tikal solamente, hay 13 tanques de reserva de agua con una capacidad de 214.504 yardas cúbicas. ¿Por qué tenían que vivir, construir y trabajar allí y no en un lugar ubicado con más lógica? Después de un largo viaje, los desilusionados mayas fundaron un nuevo reino en el norte. Y nuevamente ciudades, templos y pirámides se levantaron de acuerdo a las fechas prefijadas en el calendario.

En el calendario maya coexisten tres cuentas de tiempo: el calendario sagrado (tzolkin o bucxok, de 260 días); el civil (haab, de 365 días); la cuenta larga. El calendario maya es cíclico, porque se repite cada 52 años mayas. En la cuenta larga, el tiempo de cómputo comenzó el día 0.0.0.0.0 4 ajau y 8 cumkú (en notación maya) que equivale, según la correlación generalmente aceptada, al 11 de agosto del 3113 a.C. en el calendario gregoriano. La casta sacerdotal maya, llamada ah kin, era poseedora de conocimientos matemáticos y astronómicos que interpretaba de acuerdo con su cosmovisión religiosa, los años que iniciaban, los venideros y el destino del hombre. El calendario maya, según algunos estudiosos, aparece ya en culturas más antiguas como la olmeca; para otros, sin embargo, este calendario es propio de la civilización maya. Las similitudes con el calendario mexica, ofrecen evidencia de que en toda Mesoamérica se utilizó el mismo sistema calendárico. El sistema de calendario tzolkin consta de 260 días (kines) y tiene 20 meses combinados con trece numerales (guarismos). El tzolkín se combinaba con el calendario haab de 365 días de 18 meses (uinales) de 20 días (kines) cada uno y cinco días adicionales denominados uayeb, para formar un ciclo sincronizado que dura 52 tunes o haabs o 18.980 kines (días). La cuenta larga era utilizada para distinguir cuándo ocurrió un evento con respecto a otro evento del tzolkín y haab. El sistema es básicamente vigesimal (base 20), y cada unidad representa un múltiplo de 20, dependiendo de su posición de derecha a izquierda en el número, con la importante excepción de la segunda posición, que representa 18 × 20, o 360 días. Algunas inscripciones mayas de la cuenta larga están suplementadas por lo que se llama serie lunar, otra forma del calendario que provee información de la fase lunar. Otra forma de medir los tiempos era medir ciclos solares como equinoccios y solsticios, ciclos venusianos que dan seguimiento a las apariciones y conjunciones de Venus al inicio de la mañana y la noche. Muchos eventos en este ciclo eran considerados adversos y malignos, y ocasionalmente se coordinaban las guerras para que coincidieran con fases de este ciclo. Los ciclos se relacionan con diferentes dioses y eventos cósmicos. Es así como el quinto sol representa el final del ciclo estelar asociado a la luna y el inicio del periodo conocido como el sexto sol asociado al regreso de Kukulkan.


Pero los escalones de piedra basados en las fechas del calendario no son lo único que se eleva sobre el techo verde de la jungla, porque también construyeron observatorios. El observatorio de Chichen en el primer y más antiguo edificio redondo de los mayas. Incluso hoy el edificio restaurado parece un observatorio. El edificio circular se eleva por encima de la jungla en tres terrazas. En el interior hay una escalera caracol que lleva a la parte superior. En la cúpula hay aberturas dirigidas a las estrellas que dan una impresionante vista del firmamento por la noche. Las paredes exteriores muestran máscaras del dios de la lluvia y la imagen de una figura humana con alas. Pero el interés de los mayas en la astronomía no es razón suficiente para una hipótesis de su relación con inteligencias de otros planetas. La abundancia de preguntas sin respuesta es asombrosa. ¿Cómo sabían los mayas de Urano y Neptuno? ¿Por qué los puestos de observación del observatorio de Chichen no están dirigidos a las estrellas más luminosas? ¿Qué significa el relieve en piedra del personaje manejando un cohete en Palenque? ¿Cuál es el motivo del calendario maya con sus cálculos para 400 millones de años? ¿De dónde sacaron el conocimiento necesario para calcular los años solares y venusinos con cuatro decimales? ¿Quién les transmitió su inconcebible conocimiento astronómico? Todavía hay muchas preguntas sin respuesta. Por ejemplo, la historia del pozo sagrado de Chichen Itza. De su lodo Edward Herbert Thompson extrajo no sólo joyas y objetos de arte sino también esqueletos de jóvenes. De acuerdo con antiguas historias, Diego de Landa estableció que en tiempos de sequía los sacerdotes hacían peregrinajes al pozo para aplacar la ira del dios de la lluvia arrojando a él niños y niñas durante una solemne ceremonia. Los hallazgos de Thompson corroboran lo que sostiene el Dr. Landa. Una historia horripilante, que trae más preguntas desde el fondo del pozo. ¿Cómo llegó agua al pozo? ¿Por qué se lo declaró sagrado? La exacta contraparte al pozo sagrado de Chichen Itza existe, escondida en la jungla, apenas a 76 yardas del observatorio maya. Custodiado por víboras, ciempiés venenosos y otros insectos, el agujero tiene las mismas medidas que el pozo “real“. Sus paredes verticales están igualmente erosionadas por el clima y convertidas en pantanosas por la jungla. Los dos pozos se parecen increíblemente. El agua tiene la misma profundidad y su color cambia de verde a marrón. Sin duda los dos pozos tienen la misma edad y, tal vez, los dos se deben a impactos de meteoritos. Pero los eruditos sólo hablan del primer pozo de Chichen Itza. El segundo pozo, tan similar, no encaja con sus teorías, aunque ambos están a 984 yardas de la pirámide más alta, el Castillo.

La serpiente es un símbolo en casi todos los edificios mayas. Esto es asombroso, porque uno podría esperar que un pueblo rodeado por flora exuberante dejara motivos florales en los relieves de piedra. Pero nos encontramos con la siniestra serpiente por todos lados. Desde tiempo inmemorial la serpiente se arrastra por tierra. ¿Por qué alguien le otorgaría la capacidad de volar? Como primitiva imagen del mal, la serpiente está condenada a arrastrarse. ¿Por qué alguien adoraría esta criatura como un dios y por qué podría volar? Entre los mayas era así. El dios Kukulkan (Kukumatz) presumiblemente corresponde al posterior dios Quetzalcoatl. ¿Qué nos cuenta la leyenda maya de Quetzalcoatl? Nos cuenta que vino de un desconocido país del sol naciente, con un traje blanco, y que tenía barba. Enseño a la gente todas las ciencias, artes y costumbres y dejó leyes muy sabias. Se decía que bajo sus directivas el maíz creció alto como un hombre y el algodón crecía ya coloreado. Cuando Quetzalcoatl completó su misión, volvió al mar, predicando y enseñando en su camino, y abordó un barco que lo llevó a la estrella de la mañana. Y el barbudo Quetzalcoatl prometió volver. Naturalmente, no faltan explicaciones sobre la apariencia del sabio anciano. Se le atribuye un papel mesiánico, dado que un hombre con barba no es una ocurrencia normal en estas latitudes. Hay incluso una versión que sugiere que el viejo Quetzalcoatl fue Jesús. Pero cualquiera que hubiera llegado a los mayas desde el antiguo mundo conocería la rueda para transportar gente y objetos. Seguramente una de las primeras acciones de un dios como Quetzalcoatl, que aparece como misionero, doctor, instructor de leyes, y consultor en muchos aspectos prácticos de la vida, hubiera sido instruir a los pobres mayas en el uso de la rueda y el carro. Pero de hecho los mayas nunca usaron ninguno de los dos.


En 1900, buzos griegos que buscaban esponjas, encontraron un antiguo navío naufragado cargado con estatuas de mármol y bronce de Antikythera. Los tesoros artísticos fueron rescatados y las investigaciones posteriores mostraron que el barco debía haber encallado alrededor del tiempo de Cristo. Cuando todo fue rescatado, hubo un hallazgo extraordinario. Se encontró algo que, después de ser tratado con cuidado, resultó ser una objeto de bronce, con círculos, inscripciones y ruedas dentadas. Los expertos pronto se dieron cuenta que las inscripciones debían estar relacionadas con la astronomía. Cuando las partes separadas se limpiaron, se vio una extraña construcción. Se trataba de una máquina con punteros movibles, complicadas escalas de cuadrantes y placas de metal con inscripciones. La máquina reconstruida tenía más de veinte pequeñas ruedas, un tipo de engranaje diferencial, y una rueda dentada. En un lado había un eje que ponía todos los cuadrantes en movimiento a velocidades diferentes tan pronto como era girado. Los punteros estaban protegidos con coberturas de bronce en las que se podían leer largas inscripciones. En el caso de la “máquina de Antikythera“, parece evidente que mecánicos de precisión estuvieron trabajando en la antigüedad. Sin embargo, la máquina es tan complicada que es probable que no sea la primera de su tipo. El profesor Solla Price interpretó el aparato como una máquina de calcular con cuya ayuda se podían obtener los movimientos de la luna, el sol y probablemente otros planetas. El hecho de que la máquina tenga como año de construcción el 82 a.C. no es tan importante. Sería más interesante encontrar quién construyó el primer modelo de esta máquina, un planetario a pequeña escala. El emperador de Hohenstaufen, Federico II, aparentemente trajo una carpa muy inusual cuando volvió de la quinta cruzada en 1229. En el interior de la carpa se colocaba un motor regulado por un reloj, y la gente veía las constelaciones en movimiento a través del techo en forma de cúpula de la carpa. La idea de un antiguo planetario nos irrita porque en la época de Cristo el concepto de un cielo con estrellas fijas tomando en cuenta la rotación de la tierra, no existía.. Incluso los astrónomos chinos y árabes de la antigüedad no nos pueden dar ayuda en este hecho inexplicable, y no se puede negar que Galileo Galilei nació 1.500 años después. Cualquiera que vaya a Atenas debe ir a ver la “máquina de Antikythera“. Está expuesta en el Museo Nacional Arqueológico. Sobre la carpa planetaria de Federico II sólo tenemos relatos escritos.

Pero hay otros hechos extraños que nos ha legado la antigüedad. Hay dibujos de animales que simplemente no existieron en Sudamérica hace 10.000 años, como camellos y leones, que fueron encontrados en las rocas de la planicie desierta de Marcahuasi, a 12.500 pies sobre el nivel del mar. En Turkestán algunos ingenieros encontraron estructuras semicirculares hechas de un tipo de vidrio o alfarería. Su origen y significación no han podido ser explicadas por los arqueólogos. Existen las ruinas de una ciudad antigua que debe haber sido destruida por una gran catástrofe en el Valle de la Muerte, en el Desierto de Nevada. Incluso hoy se pueden ver huellas de rocas derretidas y de arena. El calor de una erupción volcánica no hubiera sido suficiente para derretir rocas. Además, el calor hubiera quemado primero los edificios. Hoy en día sólo el rayo láser produce esa temperatura. Extrañamente, ni una brizna de pasto crece en el distrito.Hadjar el Guble, la Piedra del Sur, en el Líbano, pesa más de 2.000.000 libras. Es una roca decorada, pero manos humanas ciertamente no pudieron moverla. Hay marcas creadas artificialmente, y aún sin explicación, en rocas extremadamente inaccesibles en Australia, Perú y al norte de Italia. Textos en placas de oro, encontradas en Ur, en Caldea, cuentan de “dioses” parecidos a hombres que vinieron de los cielos y presentaron esas placas a los sacerdotes. En Australia, Francia, India, Líbano, Sud África, y Chile hay extrañas rocas negras ricas en aluminio y berilio. Las investigaciones más recientes mostraron que esas rocas deben haber sido expuestas a altas temperaturas, con un bombardeo altamente radioactivo, en un pasado muy remoto. Podemos encontrar tablas cuneiformes sumerias que muestran estrellas fijas con planetas. En el Museo Británico, el visitante puede leer los eclipses pasados y futuros de la luna, en una tabla babilónica. Ha aparecido un libro que pretende ser un registro de antiguas creencias mayas. Es conocido como el Popol Vuh (“Libro del Concilio”). El Popol Vuh no es un trabajo genuinamente antiguo. Fue escrito en el siglo XVI por un maya desconocido. Después fue traducido al español por el Padre Francisco Ximenez, de la Orden dominicana. La traducción de Ximenez fue primero publicada en Viena en 1857 y es la versión sobreviviente más temprana del Popul Vuh.


Se dice que el Popol Vuh es una colección de creencias mayas y leyendas que ellos pasaban oralmente de una generación a otra a través de los siglos. Sin embargo está claro que muchas ideas cristianas están incorporadas en el trabajo, ya sea por el desconocido autor maya original, por su traductor, el Padre Ximenez, o por ambos. También es obvio que el Popol Vuh parece un cuento de ficción mezclados con lo que se dice que es la verdadera historia de la creación del hombre. No obstante, varios segmentos del Popol Vuh merecen la pena considerarse, porque repiten importantes temas religiosos e históricos que nosotros hemos visto en otras partes, pero con mucha mayor sofisticación de lo que se encuentra en las escrituras cristianas. Esos temas son expresados por el Popol Vuh dentro del contexto de los múltiples dioses de los antiguos mayas. El Popul Vuh declara que la humanidad fue creada para ser un sirviente de los “dioses”. Con respecto a los “dioses” se dice: “¡Permítanos hacer a quien nos nutrirá y nos sostendrá! ¿Qué haremos para ser invocados, para ser recordados en la tierra? Ya lo hemos intentado con nuestras primeras creaciones, nuestras primeras criaturas; pero no pudimos hacerlos alabarnos y venerarnos. Así, entonces, permítanos intentar hacer a seres obedientes, respetuosos que nos nutrirán y nos sostendrán”. Según el Popul Vuh, los “dioses” habían creado criaturas conocidas como “figuras de madera” antes de crear al Homo sapiens. Se decía que se parecían y hablaban como los hombres. Estas raras criaturas de madera “existían y se multiplicaban; ellos tenían hijas, ellos tenían hijos”. Ellos eran, sin embargo, sirvientes inadecuados para los “dioses”. Para explicar las razones, el Popol Vuh expresa una sofisticada verdad espiritual no encontrada en la Cristiandad, pero que se encuentra en las escrituras Mesopotámicas más tempranas. Las “figuras de madera” no tenían almas, relata el Popol Vuh, por lo que caminaban en todas las cuatro (¿patas, pies?) sin objetivo. En otras palabras, sin almas para animar los cuerpos, los “dioses” encontraron que ellos habían creado criaturas vivientes que podían reproducirse biológicamente, pero que les faltaba inteligencia para tener objetivos. Los “dioses” destruyeron sus “figuras de madera” y celebraron largas reuniones para determinar la forma y composición de su próximo intento. Los “dioses” finalmente produjeron criaturas a las que podrían atar seres espirituales. Esta nueva y mejorada criatura era el Homo sapiens. Según los textos sumerios, los Homo sapiens se parecían a los dioses. Esto puede explicar porque los “dioses” del Popol Vuh tuvieron éxito con el Homo sapiens, pero no con otros tipos de cuerpos. Los seres espirituales estaban más dispuestos a habitar cuerpos que se parecieran a aquellos que ellos ya habían animado antes.

Sin embargo, crear al Homo sapiens no acabó con los dolores de cabeza de los dioses. Según el Popol Vuh, los primeros Homo sapiens eran demasiado inteligentes y tenían demasiadas habilidades. Ellos [los primeros Homo sapiens] fueron dotados con inteligencia. Ellos vieron y al instante podían ver lejos. Ellos tuvieron éxito viendo, ellos tuvieron éxito sabiendo todo lo que hay en el mundo. Cuando ellos vieron, al instante vieron a su alrededor y contemplaron el arco de cielo y la faz redonda de la tierra a su vez. Pero los Creadores no oyeron esto con placer y dijeron: “No está bien que nuestras criaturas y nuestro trabajo hablen. Ellos saben todo, lo grande y lo pequeño”. Algo tenían que hacer. Los humanos y, por implicación, los seres espirituales que animaban los cuerpos humanos, necesitaban que se les redujera su nivel de inteligencia. La humanidad tuvo que ser hecha menos inteligente: “¿Que haremos ahora con ellos? ¡Permitamos que su vista alcance solo lo que está cercano; permitamos que sólo vean un poco de la faz de la tierra! No está bien lo que ellos dicen. ¿Por casualidad, no son ellos por naturaleza simples criaturas de nuestra fabricación? Tienen ellos que ser también Dioses?”. El Popol Vuh dice entonces, simbólicamente, lo que los dioses creadores le hicieron al primer Homo sapiens para reducir su inteligencia y su visión: “Entonces el Corazón de Cielo voló una llovizna en sus ojos, la cual nubló su vista como cuando se respira sobre un espejo. Sus ojos fueron cubiertos y ellos podían ver solamente lo que estaba cerca, sólo eso era claramente visible a ellos. De esta manera la sabiduría y todo el conocimiento de los cuatro hombres [los primeros Homo sapiens] fue destruido“. El pasaje anterior le hace eco a la historia bíblica de Adán y Eva, en la cual “espadas rotativas” habían sido puestas para bloquear el acceso humano al importante conocimiento. También hace pensar en una intención de los dioses de que los seres humanos nunca debían aprender acerca del mundo más allá de lo obvio y superficial. El Popol Vuh contiene otro elemento que vale la pena mencionar, porque refleja la “confusión de idiomas”, tema de la historia bíblica de la Torre de Babel. El Popol Vuh relata que varios “dioses” hablaban idiomas diferentes, que las antiguas tribus mayas fueron compelidas a adoptar cuando caían bajo el gobierno de un nuevo dios. Incluso en el Nuevo Mundo, los humanos fueron divididos en diferentes grupos lingüísticos por los “dioses”. Para el tiempo en que los españoles llegaron a América, a finales del siglo XV, los “dioses” dejaron de ser visibles en los asuntos humanos y no lo fueron durante siglos. Aunque se continuaron observando OVNIs alrededor del mundo, las personas ya no los vieron como vehículos de los “dioses”. La Hermandad de Babilonia asumió un perfil bajo, lo que hizo parecer como si hubieran dejado la Tierra y hubieran regresado a su lejano hogar. Pero ellos todavía permanecen aquí.


Los primeros navegantes europeos que desembarcaron en la Isla de Pascua a comienzos del siglo XVIII no podían creer lo que veían. En este pequeño trozo de tierra, a 2.350 millas de la costa de Chile, vieron cientos de colosales estatuas desparramadas por toda la isla. Enteros macizos montañosos habían sido modificados, rocas volcánicas duras como el acero habían sido cortadas como manteca, y 10.000 toneladas de roca maciza yacían en lugares en los que no podían haber sido talladas. Cientos de estatuas gigantes, algunas de entre 33 y 66 pies de altura y con un peso de 50 toneladas, todavía miran desafiantes al visitante de hoy en día, como robots que esperan volver a ponerse en movimiento. Originalmente estos colosos tenían un tipo de sombrero. Pero incluso los sombreros no permiten conocer el misterioso origen de las estatuas. Las piedras de los sombreros, que pesan 10 toneladas cada una, son diferentes que las del cuerpo. Y, además, el sombrero debía ser elevado muy alto para colocarlo sobre la cabeza de la estatua. Tablas de madera, cubiertas con extraños jeroglíficos, también se hallaron en algunas de las estatuas. Pero hoy en día es difícil encontrar más de diez trozos de esas tablas en los museos del mundo, y ninguna de las inscripciones ha sido descifrada. Las investigaciones sobre estos misteriosos gigantes de Thor Heyerdahl (1914 – 2002), explorador y biólogo marino noruego, con especial interés en antropología, distinguen tres períodos claramente separados. Y, curiosamente, el más antiguo de los tres parece ser el más avanzado. Heyerdahl establece la fecha de este periodo más avanzado en alrededor del 400 a.C. No ha sido probado aún si las chimeneas y restos óseos tienen algo que ver con los colosos de piedra. Heyerdahl descubrió cientos de estatuas sin terminar en los bordes de los cráteres, dejados como si el trabajo hubiera sido abandonado de repente. La Isla de Pascua está lejos de cualquier continente y civilización. Los isleños están más familiarizados con la luna y las estrellas que con otro país. No crecen árboles en la isla, que está formada por roca volcánica. La explicación usual es que los gigantes de piedra fueron llevados a su lugar actual mediante rodillos de madera, pero no parece factible. Además, la isla apenas puede producir alimento para 2.000 habitantes. Actualmente viven unos pocos cientos de nativos. Un comercio marítimo, que trajese comida y ropa para los artesanos de la roca, es difícil de concebir en la antigüedad. Entonces, ¿quién cortó las estatuas de la roca, quién las talló y transportó? ¿Cómo las movieron a través del país por millas sin rodillos? ¿Cómo fueron decoradas, pulidas y colocadas en forma vertical? ¿Cómo colocaron los sombreros, con piedra de diferentes canteras?

Incluso quienes han imaginado la construcción de las pirámides de Egipto con un ejército de trabajadores, tienen que reconocer que un método similar hubiera sido imposible en la Isla de Pascua, por falta de mano de obra. Incluso 2.000 hombres, trabajando día y noche, no hubieran sido suficientes para tallar estas colosales figuras en la roca, dura como acero, con herramientas rudimentarias. Y, por lo menos, una parte de la población tendría que haberse dedicado a la agricultura, pesca, etc. No, 2.000 hombres solos no podrían haber hecho las gigantescas estatuas. Y una población mayor no es concebible en la isla. Luego, ¿quién hizo este trabajo? ¿por qué las estatuas se colocaron en la periferia de la isla y no en el interior? ¿a qué culto servían? Desafortunadamente, como ha pasado frecuentemente en la Historia, los primeros misioneros europeos se preocuparon de asegurarse que las épocas oscuras de la isla permanecieran oscuras. Quemaron las tablillas con caracteres jeroglíficos, prohibieron los antiguos cultos a los dioses y liquidaron toda la tradición existente. Pero, aunque lo hicieron concienzudamente, no pudieron evitar que los nativos llamasen a su isla la Isla de los Hombres Pájaro. Una leyenda transmitida oralmente dice que hombres voladores aterrizaron y prendieron fogatas en antiguos tiempos. La leyenda es confirmada por esculturas de criaturas voladoras, con grandes ojos. Las conexiones entre la Isla de Pascua y Tiahuanaco aparecen forzosamente. En ambos lugares encontramos gigantes de piedra del mismo estilo. Cuando Francisco Pizarro preguntó a los incas sobre Tiahuanaco, en 1532, le dijeron que ningún hombre había visto la ciudad salvo en ruinas, porque Tiahuanaco había sido construida en la noche de la humanidad. Las tradiciones llaman a la Isla de Pascua “el ombligo del mundo“. Está a más de 3.125 millas de Tiahuanaco, por lo que nos podemos preguntar: ¿cómo pudo una cultura inspirar a la otra? Tal vez la mitología pre-incaica nos puede dar una clave. Según la tradición, el antiguo dios de la creación, Viracocha, creó el mundo cuando estaba todavía oscuro y no había sol. Esculpió una raza de gigantes en la piedra, y cuando le disgustaron, los destruyó mediante una terrible inundación. Entonces hizo que el sol y la luna se levantaran por sobre el lago Titicaca, para que hubiera luz en la tierra. Y entonces modeló figuras de arcilla de hombres y animales y les insufló la vida. Después, instruyó a las criaturas vivientes en idiomas, costumbres y artes. Y, finalmente, hizo volar a algunas criaturas a diferentes continentes, donde se suponía debían habitar de allí en adelante.


Después de esta tarea, el dios Viracocha y dos de sus asistentes viajaron a muchos lugares para ver si sus instrucciones habían sido seguidas y qué resultados habían tenido. Vestido como un hombre anciano, Viracocha estuvo vagando por los Andes y a lo largo de la costa, y a menudo no era bien recibido. Una vez, en Cacha, quedó tan irritado por el recibimiento , que lleno de furia incendió un acantilado y comenzó a prenderse fuego en todo el lugar. Entonces la gente mal agradecida pidió su perdón, a lo que el dios apagó el fuego con un solo gesto. Viracocha siguió viajando, dando instrucciones y consejos, y muchos templos se erigieron en su honor por tal motivo. Finalmente, se despidió en la provincia costera de Manta y desapareció en el océano, viajando sobre las olas. Pero prometió volver. Los conquistadores españoles de Centro y Sudamérica se encontraron con historias sobre Viracocha por todos lados. Nunca antes habían oído hablar de los gigantescos hombres blancos que vinieron de algún lugar del cielo. Llenos de asombro, aprendieron sobre una raza de hijos del sol que instruyeron a la humanidad en todo tipo de artes y luego desaparecieron. Y en todas las leyendas que escucharon los españoles había la certeza de que los hijos del sol volverían. Aunque el continente americano es la cuna de antiguas culturas, nuestro conocimiento de América tiene apenas 1000 años. Es un misterio absoluto para nosotros por qué los incas cultivaron algodón en Perú en el 3000 a.C., aunque no conocían ni tenían telares. Los mayas construyeron caminos pero no usaban la rueda, aunque la conocían. El fantástico collar de jade en la pirámide mortuoria de Tikal es inexplicable, ya que el jade viene de China. Las esculturas de los Olmecas son increíbles. Con sus hermosos cascos y gigantescos cuerpos, sólo pueden ser admirados en los lugares en los que fueron encontrados, porque nunca serán mostrados en un museo debido a su enorme peso, que impide trasportarlos actualmente. Podemos mover monolitos más pequeños, que pesen hasta cincuenta toneladas, con nuestras modernas grúas. Pero cuando llegamos a cientos de toneladas, nuestra tecnología no resiste. Pero nuestros antepasados pudieron moverlos y decorarlos. ¿Cómo?

Los egipcios trajeron su obelisco desde Asuán, los arquitectos de Stonehenge trajeron sus bloques desde Gales del sudoeste y de Malborough, mientras que los constructores de la Isla de Pascua trajeron sus enormes estatuas, ya terminadas, desde una distante cantera hasta su lugar actual. Y nadie puede decir de dónde vinieron algunos enormes monolitos de Tiahuanaco. Nuestros remotos antepasados deben haber sido pueblos extraños, ya que les gustaba hacer las cosas más difíciles y frecuentemente construyeron estatuas en los lugares más imposibles. No podemos creer que los artistas de nuestro pasado fueran estúpidos. Podrían igualmente haber erigido sus estatuas y sus templos al lado de las canteras, si algún tipo de tradición no les hubiera impuesto dónde debían estar. Probablemente la fortaleza inca de Sacsahuaman no se construyó sobre Cuzco por casualidad, sino por una tradición que indicaba el lugar como sagrado. Los desconocidos viajeros espaciales que visitaron nuestro planeta hace muchos miles de años no pueden haber tenido una visión más corta de la que tenemos nosotros hoy en día. Estaban convencidos que un día el hombre se movería hacia el universo por su propia iniciativa, usando sus propias habilidades. Es un hecho histórico conocido que las inteligencias de nuestro planeta han buscado continuamente en el cosmos vida e inteligencias similares a la nuestra. Las antenas y los transmisores de hoy en día han enviado impulsos de radio hacia posibles inteligencias desconocidas. Si recibiremos una respuesta en diez, quince o cien años, no lo sabemos. Tampoco sabemos qué estrella devolverá nuestro mensaje, porque no tenemos idea de que planeta nos interesa. Sin embargo, hay bases para creer que la información necesaria para llegar a nuestra meta está depositada en nuestra Tierra. Estamos intentando ra neutralizar la fuerza de gravedad y estamos experimentado con partículas de antimateria. ¿Estamos haciendo lo mismo para encontrar la información oculta en nuestra Tierra, a fin de descubrir nuestro origen?

Fuentes:
Daniken, Erich von – Carrozas de los dioses
Bramley William – Los Dioses Del Eden
Zecharia Sitchin – Los Reinos Perdidos

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