Sábado a la noche –horario de protección al menor– en la sala Haroldo Conti de la Feria del Libro. Frente a los micrófonos se sientan cinco escritores argentinos jóvenes. De izquierda a derecha, el plantel formó así: Lolita Copacabana, que acaba de publicar la novela Aleksandr Solzhenitsyn y que es además una de las cabezas incendiarias detrás de la novísima editorial Momofuku. A su lado, Hernán Vanoli, narrador y conocido polemista, que este año va a publicar Cataratas. En el centro está Juan Sklar, que debutó hace meses nomás con Los catorce cuadernos, un relato acelerado y generacional que superó ampliamente la repercusión que suelen tener los primeros libros. A su costado, Luis Mey, que también acaba de publicar Diario de un librero, una bitácora de anécdotas y reflexiones. Cierra la mesa Diego Erlan, narrador personalísimo, que va a coordinar y procurar que la cosa no se desbande. El título del convite, por lo pronto, es una tentación al desmadre: “Sexo, droga e internet en la reciente literatura argentina”. Copacabana dice que “hay novelas donde internet se puede ver de un modo muy claro o donde influye directamente en la manera de narrar”. Piensa, dice, en autores como Sebastián Robles o Nicolás Mavrakis. Vanoli se sube a la idea y agrega que para él “internet es una condición de lectura. Leemos, directamente, desde internet”. Sklar y Mey coinciden y aseguran, además, que para ellos internet es algo que está dado, sobre lo que casi no piensan: está ahí, como antes estaba el teléfono. Un poco más tarde Erlan cambia el eje de la charla y pregunta por el sexo en sus ficciones. Vanoli y Copacabana coinciden en que no les calienta especialmente leer una escena realista de un acto sexual. A Sklar sí: escribe, de hecho, desde esa excitación, ése es su combustible. Termina leyendo un párrafo largo de su propia novela, con todas las formas posibles de la masturbación del narrador, que piensa en una chica. No llegan a hablar de drogas, pero no hace falta.
Sexo, droga e internet en la nueva literatura argentina
Sábado a la noche –horario de protección al menor– en la sala Haroldo Conti de la Feria del Libro. Frente a los micrófonos se sientan cinco escritores argentinos jóvenes. De izquierda a derecha, el plantel formó así: Lolita Copacabana, que acaba de publicar la novela Aleksandr Solzhenitsyn y que es además una de las cabezas incendiarias detrás de la novísima editorial Momofuku. A su lado, Hernán Vanoli, narrador y conocido polemista, que este año va a publicar Cataratas. En el centro está Juan Sklar, que debutó hace meses nomás con Los catorce cuadernos, un relato acelerado y generacional que superó ampliamente la repercusión que suelen tener los primeros libros. A su costado, Luis Mey, que también acaba de publicar Diario de un librero, una bitácora de anécdotas y reflexiones. Cierra la mesa Diego Erlan, narrador personalísimo, que va a coordinar y procurar que la cosa no se desbande. El título del convite, por lo pronto, es una tentación al desmadre: “Sexo, droga e internet en la reciente literatura argentina”. Copacabana dice que “hay novelas donde internet se puede ver de un modo muy claro o donde influye directamente en la manera de narrar”. Piensa, dice, en autores como Sebastián Robles o Nicolás Mavrakis. Vanoli se sube a la idea y agrega que para él “internet es una condición de lectura. Leemos, directamente, desde internet”. Sklar y Mey coinciden y aseguran, además, que para ellos internet es algo que está dado, sobre lo que casi no piensan: está ahí, como antes estaba el teléfono. Un poco más tarde Erlan cambia el eje de la charla y pregunta por el sexo en sus ficciones. Vanoli y Copacabana coinciden en que no les calienta especialmente leer una escena realista de un acto sexual. A Sklar sí: escribe, de hecho, desde esa excitación, ése es su combustible. Termina leyendo un párrafo largo de su propia novela, con todas las formas posibles de la masturbación del narrador, que piensa en una chica. No llegan a hablar de drogas, pero no hace falta.