Al cumplirse el primer aniversario de la proclamación del Estado Islámico (EI), los logros de dicho grupo son indiscutibles.
Por: Arlene B. Tickner
Controla un territorio equivalente a 207.000 km², habitado por unos 10 millones de personas; libra guerras en siete países: Afganistán, Irak, Libia, Nigeria, Siria, Somalia y Yemen; tiene una veintena de franquicias en el mundo; maneja una campaña sofisticada de comunicación y reclutamiento, y goza de capacidades estratégicas envidiables, como lo ilustran los ataques simultáneos realizados en Túnez, Francia, Kobane y Kuwait a finales de junio.
Pese a los esfuerzos por combatirlo, la vitalidad del EI se parece a la de la hidra, cuyas cabezas se multiplican al ser cortadas. Se trata de un organismo no sólo fuerte sino inteligente y proyectivo. Además de su experticia militar y el uso de la extrema violencia, sus finanzas son robustas debido al contrabando de petróleo, la extorsión y el secuestro. El otro factor que explica su éxito es la exacerbación de diferencias y rencillas religiosas, sobre todo entre suníes y chiitas, y la incitación a la violencia contra los segundos.
Además de la impotencia militar y el “mal gobierno” que caracterizan las zonas en donde opera (los cuales han sido factores decisivos de su fortalecimiento), entre los muchos enemigos del EI la rivalidad y la multiplicidad de intereses dificultan la acción coordinada y decisiva. EE.UU. e Irán son un ejemplo. Por más que ambos lo estén combatiendo en Siria e Irak, y que el recién firmado acuerdo nuclear facilite la cooperación, tienen motivaciones distintas y ninguno quiere permitir que el poder del otro aumente en la región. En el caso de Turquía, que acaba de ingresar a la coalición anti-Estado Islámico, derrocar al régimen de Al Asad (respaldado por Irán) e impedir la unidad territorial de los kurdos son sus objetivos. Así, sus recientes bombardeos están pensados no sólo para combatir al EI sino para atacar al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), con el que existe un proceso de paz inconcluso. Ello aumenta la posibilidad de discordia en el interior de la coalición, ya que los militantes kurdos en Siria (respaldados por EE.UU. por ser los más efectivos en replegar al EI) mantienen relaciones con el PKK.
Así, comienza a ser creíble un futuro en el que el Estado Islámico “gana”: ejerce control territorial permanente en Irak y Siria, fortalece las estructuras administrativas que ya tiene —cobro de impuestos, monitoreo fronterizo, mantenimiento de fuerzas armadas y control de la población local— y se convierte en un Estado “de verdad”. En ese momento, preguntas que hoy parecen inimaginables (cómo negociar con este nuevo miembro de la comunidad internacional, contener su influencia y forzarlo a abandonar sus tácticas más atroces para volverse más “respetable”) pueden volverse centrales.
Arlene B. Ticker | Elespectador.com