Al gritar Allahu Ákbar el musulmán manifiesta su convicción más íntima ante la que se desmorona la aparatosidad de la mentira, la hipocresía, el miedo, el desánimo. Allahu Ákbar es la consigna de la Verdad ante lo falso, lo que se desvanece cuando el ser humano es consciente de lo esencial en la existencia. Por ello, los musulmanes repetimos con frecuencia esas magníficas palabras que nos devuelven a la sensatez y todo a nuestro alrededor queda disuelto en medio del Poder creador del Uno-Único.
l du‘â continúa con otra frase: Lâ ilâha illâ llâhu rábbu l-‘árshi l-‘azîm, no hay más verdad que Allah, Señor del Trono Inmenso. Es Allah quien rige todas las cosas desde la trascendencia de su Poder que abarca a la existencia entera. El Trono de Allah (el ‘Arsh) rodea y subyuga todas las cosas. Ese Trono es, como Allah mismo, ‘Azîm, Inmenso, pues sus dimensiones son infinitas. Nada hay al margen del Poder creador. No hay nada, ni un instante, fuera del designio de la Única Verdad. El musulmán, con esto, se sabe en medio del Destino que hace plenas las cosas. El Trono de Allah es su imperio en la realidad, y musulmán es el que se entrega a su Señor sin resistencias. En lugar de dejarse abatir se levanta contra la opresión, contra la injusticia, contra la desgracia, que se hayan abatido contra él, tal como le ha ordenado hacer el que lo ha creado y lo mueve desde sus adentros. Rindiéndose a Allah, el musulmán se rebela contra el mundo de la falsedad y el mal. No reconoce más Trono que el de Allah, ni más rey que su Señor, ni más verdad que la que lo sostiene. El musulmán no se resigna, ni el Destino lo invita a la pasividad ni al fatalismo; todo lo contrario, significan para Él que lo que parece definitivo y determinante (la catástrofe en la que está inmerso, la desgracia que lo abate, la parafernalia de un tirano), todo eso es mentira, pura ficción, y el Destino le empuja a rechazar esas mentira, a no dejarse derrotar por lo falso, y hacer de Allah la Fortaleza desde la que combate lo que busca esclavizarlo).
Allahu rabbî lâ úshriku bíhi shái-a es el gran talismán, el resumen de todo lo que hemos dicho, la clarividencia que libera al hombre y lo convierte en guerrero, en muŷâhid que jamás será derrotado, ni por las circunstancias, ni por las catástrofes, ni por los hombres, ni por los demonios, ni por la muerte.
l du‘â continúa con otra frase: Lâ ilâha illâ llâhu rábbu l-‘árshi l-‘azîm, no hay más verdad que Allah, Señor del Trono Inmenso. Es Allah quien rige todas las cosas desde la trascendencia de su Poder que abarca a la existencia entera. El Trono de Allah (el ‘Arsh) rodea y subyuga todas las cosas. Ese Trono es, como Allah mismo, ‘Azîm, Inmenso, pues sus dimensiones son infinitas. Nada hay al margen del Poder creador. No hay nada, ni un instante, fuera del designio de la Única Verdad. El musulmán, con esto, se sabe en medio del Destino que hace plenas las cosas. El Trono de Allah es su imperio en la realidad, y musulmán es el que se entrega a su Señor sin resistencias. En lugar de dejarse abatir se levanta contra la opresión, contra la injusticia, contra la desgracia, que se hayan abatido contra él, tal como le ha ordenado hacer el que lo ha creado y lo mueve desde sus adentros. Rindiéndose a Allah, el musulmán se rebela contra el mundo de la falsedad y el mal. No reconoce más Trono que el de Allah, ni más rey que su Señor, ni más verdad que la que lo sostiene. El musulmán no se resigna, ni el Destino lo invita a la pasividad ni al fatalismo; todo lo contrario, significan para Él que lo que parece definitivo y determinante (la catástrofe en la que está inmerso, la desgracia que lo abate, la parafernalia de un tirano), todo eso es mentira, pura ficción, y el Destino le empuja a rechazar esas mentira, a no dejarse derrotar por lo falso, y hacer de Allah la Fortaleza desde la que combate lo que busca esclavizarlo).
Allahu rabbî lâ úshriku bíhi shái-a es el gran talismán, el resumen de todo lo que hemos dicho, la clarividencia que libera al hombre y lo convierte en guerrero, en muŷâhid que jamás será derrotado, ni por las circunstancias, ni por las catástrofes, ni por los hombres, ni por los demonios, ni por la muerte.