CUANDO LLEGAMOS A PALMIRA

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Llegué a la ciudad de Homs, a orillas de Orontes; y hallándome cerca de la de Palmira, situada en el desierto, quise conocer sus tan ponderados monumentos; y habiendo, después de tres días de camino por áridos yermos, atravesado un valle lleno de cavernas y sepulcros, al salir de él a deshora, vi en la llanura el más pasmoso espectáculo de ruinas: innumerable muchedumbre de soberbias columnas en pie, que como las calles de nuestras alamedas, se prolongaban hasta perderse de vista en simétricas hileras. (…) Después de tres cuartos de hora de camino siguiendo estas ruinas entré en el recinto de un vasto edificio, que fue antiguamente un templo consagrado al dios Sol 
visitamos Palmira llegamos al atardecer cuando el sol iniciaba su marcha hacia poniente. El cielo estaba diáfano, el aire sereno y sosegado, la escasa luz del día templaba las tinieblas que poco a poco se apoderaban de un espacio infinito. Antes de que las sombras crecieran, antes de que nuestras miradas dejaran de distinguir los blanquecinos fantasmas de columnas, iniciamos la subida hacia la fortaleza de Fekher Eddin Al-Maani.
Por la estrecha carretera que la circunda avanzamos contra reloj, a un lado vamos dejando las tumbas verticales, al otro, la nada. Culmina nuestra subida al pie del castillo justo en el momento en el que el sol declina.



Por la estrecha carretera que la circunda avanzamos contra reloj, a un lado vamos dejando las tumbas verticales, al otro, la nada. Culmina nuestra subida al pie del castillo justo en el momento en el que el sol declina.
Atravesamos el foso, excavado en la misma cumbre 
de la montaña, por un puente de madera renqueante. Cruzamos el portalón y nos instalamos en una de las terrazas del castillo para, desde allí, contemplar un panorama extraordinario.
Palmira o Tadmor se yergue a nuestros pies con su oasis de palmeras.
Las ruinas reverberan iniciando una danza sinuosa, como resistiéndose a la oscuridad que las ciñe.  
Avanzamos con la vista y localizamos, en el centro de la ciudad, junto al Mercado el Anfiteatro, aunque de pequeñas dimensiones merece la pena hacer una parada, sentarse en las gradas y contemplar la belleza de la fachada del escenario adornada con grabados geométricos y nichos.
Bajo un cielo estrellado la luna hace su aparición proyectando una tenue claridad fantasmal cargada de aceradas sombras sobre un escenario de ensueño sumido en la penumbra.
Las ruinas de Palmira, oasis de oro y mármol, se sumergen poco a poco en una silente oscuridad y alcanzan así cada noche una segunda muerte.
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