LA POESÌA ES UN OASIS EN EL DESIERTO

Ese oasis en medio del desierto, anida en mi ser, la insoportable duda de saber, si voy camino a ese anhelante oasis, o se trata tan solo, de un engañoso espejismo.

La poesía es un territorio luminoso en el centro del desierto.

Llegar a la poesía implica atravesar el desierto, el inmenso y sediento desierto.
Después de caminar un largo tiempo sin brújula por ese desierto, después de perderse innumerables veces entre las dunas y las tormentas de arena, un inesperado día, emocionado y perplejo, el poeta ve a lo lejos un resplandor, y vislumbra en esa lejanía engañosamente cercana, la región de la poesía, ese oasis que es la poesía, y entonces, ahora, con un objetivo brillante a la vista, emprende el viaje por ese terreno áspero y violento.
Ese inmenso desierto, que se debe recorrer, es el territorio del poema.

El poema es la sed.

Uno no escribe “poesías”, en el mejor de los casos, escribe “algo” que el otro puede recibir y sentir como un poema, o sea, uno escribe meros artefactos verbales, que podrán o no entrar en el canón establecido por la academia, en el aparato crítico, la tradición, o los marcos generales de una lectura, establecida y aceptada como válida, para definir “lo poético”.
Se escribe en la soledad del desierto, caminando por ese desierto, bajo un sol agobiante durante el día, bebiendo de las escasas gotas que nos da la lengua, nuestro pobre conocimiento de la lengua, pero también, nuestra cosmovisión personal en esa lengua, o en el frío insoportable de la noche, sin más cobijo que las gastadas y deshilachadas palabras de la cotidianeidad.
Muchos poetas, al vislumbrar ese resplandor, urgidos por llegar, emprenden una carrera desesperada, hasta caer exhaustos y morir de sed o perecer de inanición poética en medio de ese arenoso desierto.



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