MÍ AMOR POR SATANAEL

“Satanael, ¿tú sabes lo que es amar?”

  Me miró confuso por unos momentos, sin decir nada, sólo para comenzar a enrojecerse unos instantes después, tartamudeó un poco y luego, tomándome de los hombros, preguntó:

–“¿P-Por qué lo dices?”

  Respondí sin apartar la mirada, completamente segura de lo que estaba por decir.

“Porque yo te amo, Satanael. Sin importar que los demás digan que no puedo hacerlo, o que no debo.”

  El desconcierto de Satanael creció, sus ojos se abrieron todo lo que sus párpados les permitieron, sus hombros cayeron, y el tono rojizo de su rostro se intensificó. Acorté la distancia entre nosotros, y junté mis labios con los suyos mientras la luz del día terminaba de desaparecer del cielo.

  Para cuando salió la luna, nuestras manos ya se habían tomado.

  Cuando las estrellas comenzaron a bailar por el cielo, formando siluetas brillantes en el oscuro firmamento, nuestros dedos se habían entrelazado, nos habíamos acercado más aún.

  El viento sopló, tierno, acariciando la fina hierba del suelo y las tímidas flores que empezaban a brotar a nuestros pies, pequeñas, de colores cálidos.

  La luz plateada se reflejó en la superficie cristalina del lago, mientras Satanael acariciaba mi rostro con delicadeza, como si temiera que fuera a romperme o desaparecer.

  Me aparté con suavidad, buscando sus ojos, y los encontré. Eran todavía más oscuros en la noche, pero podía ver amor en ellos, como también podía visualizar una sonrisa ligera en las comisuras de sus labios y un rubor apenas perceptible en sus mejillas.

  Se inclinó con lentitud hacia el suelo, y tomó una de los pequeños botones a nuestros pies, uno de un amarillo pastel, lo acomodó en mi cabello, haciéndome enrojecer. Unió una de sus manos con una de las mías, y me guió hasta uno de los árboles más frondosos. Tenía un tronco muy grueso, que era capaz de cubrir su ancha espalda.

  Me di cuenta de que ya estaba terminando de sanar; lo cual no me sorprendió, puesto que él mismo me había explicado que tenía la capacidad de curarse a una gran velocidad. Toqué su rostro con mi mano libre, muy suavemente, y le sonreí, a lo que él me sonrió de vuelta.

  Se quitó la armadura de la cintura para arriba, lo cual no me incomodó, no supe entender por qué, sentándose en el pasto, recargando su espalda en la madera. Me indicó que me sentara en el espacio vacío entre sus piernas, y lo hice. Me rodeó con sus brazos y me incliné hasta que mi espalda tocó su torso, mis hombros, los suyos, y mi coronilla, su mentón.

  Conocí, en ese momento, qué es lo que los humanos llaman felicidad al lado de Satanael. En ese cómodo silencio, roto por el silbido del viento entre las hojas de los árboles, él correspondió mi confesión en un susurro a mi oído. Besó la base de mi cuello y me hizo estremecer, por lo que me giré, preguntándome qué significaría eso. Con mayor rapidez, me tomó de la cintura, que habíamos contorneado cuando buscaba mi apariencia ideal, y me sentó sobre sus caderas. Lo abracé, confundida, y me sonrió.

“Quería estar más cerca de ti”

  Junté nuestras frentes y le sonreí muy amplio, él solamente volvió a besarme, esta vez sin detenerse, en ningún momento, me abrazó aún más fuerte, y el tiempo, por primera vez, se detuvo.
 

 

  
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