Lincoln, un héroe liberal

 Pese a que hace un año y medio hablé largo y tendido de Lincoln, esto es un tema muy importante y no es ninguna pérdida de tiempo machacar algunas ideas y conceptos: en Abraham Lincoln tenemos una serie de pautas muy útiles para diferenciar qué es liberal y qué no es liberal. Pero no solo eso. Sabiendo porqué el bueno de Lincoln, el presidente que completó la fundación de los EEUU, tomó ciertas decisiones, cualquier liberal puede tener un buen arsenal de respuestas cada vez que algún “libertarian” (de los pocos que vayan quedando) le tache de “estatista” o “totalitario”.

Los anarko-neo-confederados actuales (y ya lo decían los que empezaron a surgir tras la derrota de la Confederación) tachan a Lincoln de “radical” que “se cargó la Constitución”. Estos libertarios, ronpauleros muchos de ellos, sostienen (y ya lo sostenían casi desde el momento en que Lincoln ganó las elecciones de 1860, antes incluso de su toma de posesión como presidente) que fue un “tirano” que impidió de forma inconstitucional la separación libre y pacífica de los estados del Sur, que aplastó los derechos individuales de los oponentes a su “régimen” y que fue el padre del crecimiento hipertrofiado del Estado y el gasto público.

En realidad, lo que no perdonan es que Lincoln terminará de sellar el hamiltonianismo (la inversión en infraestructuras de transportes para desarrollar el comercio, la creación de un Banco Central que estabilizara el crédito, el establecimiento de un arancel externo que facilitara el crecimiento de la industria local y un mercado interno para la misma, la protección de la legalidad y los contratos, así como la defensa de las nacientes corporaciones capitalistas) sobre los EEUU frente al feudalismo agrario del modelo de democracia populista jeffesoniana.

La victoria de Lincoln, primero en las elecciones de 1860, y luego en el campo de batalla frente a los sudistas, fue un triunfo póstumo de Hamilton y los federalistas. El hamiltonianismo representaba los intereses industriales, mercantiles y de los puertos marítimos. Los antifederalistas, dirigidos por Thomas Jefferson, los intereses rurales del Sur. Hamilton defendía formar un gobierno federal fuerte que actuara en interés del comercio y la industria. Él trajo a la vida pública el amor por la eficiencia, el orden y la organización. Pensaba que la economía de EEUU debía disponer de crédito para el desarrollo industrial, la actividad comercial y las operaciones del gobierno, con lo que diseñó un banco nacional, con posibilidad de establecer sucursales en diferentes partes del país, una casa de moneda nacional, y argumentó a favor de los aranceles, dado que la protección temporal de las nuevas empresas que estaban surgiendo podía ayudar a fomentar el desarrollo de las industrias nacionales competitivas. Estas medidas (colocar el crédito del gobierno federal sobre una base firme y darle todos los ingresos que necesitaba) alentó el comercio y la industria, y creo una sólida clase de hombres de negocios. Jefferson en lo que creía era en una república agraria descentralizada, con un gobierno federal fuerte únicamente en las relaciones exteriores, pero muy pequeño en otros aspectos. El enfrentamiento entre ambos, que se produjo poco después de que Jefferson asumiera el cargo de secretario de Estado, concluyó con una victoria de Hamilton y llevó a una interpretación nueva y muy importante de la Constitución. Cuando Hamilton presentó su proyecto de ley para establecer un banco nacional, Jefferson se opuso, pues sostenía que la Constitución expresamente enumeraba todos los poderes que pertenecen al gobierno federal, reservando todos los demás poderes a los estados, y que, por tanto, en ninguna parte se le facultaba para establecer un banco. Hamilton sostuvo que, debido a la gran cantidad de detalles existentes dentro de las funciones del poder federal, era necesario que un vasto conjunto de poderes tuviera que estar implícito en las cláusulas generales de la Constitución, según una de las cuales, el Congreso tiene la potestad de “expedir todas las leyes que sean necesarias y convenientes para llevar a efecto los poderes anteriores y todos los demás que esta Constitución confiere al gobierno de los Estados Unidos o cualquiera de sus departamentos o funcionarios”. La Constitución autorizaba al gobierno federal a imponer y recaudar impuestos, pagar deudas y préstamos y un banco nacional materialmente podía ayudar en la realización de estas funciones de manera eficiente. El Congreso, por lo tanto, tenía derecho, en virtud de sus poderes implícitos, para crear un banco. La opinión de Hamilton prevaleció y la historia de EEUU cambió para siempre, hasta convertirse en la superpotencia económica, industrial y tecnológica que conocemos hoy día. El posterior “lincolnianismo” lo que hizo fue llevar definitivamente a la presidencia estas ideas de Hamilton.

Pasando a las acusaciones particulares a Lincoln, en cuanto a la de violar la Constitución, nada más lejos de la realidad. Difícilmente podremos encontrar un presidente de EEUU más respetuoso y pulcro con la Constitución como Lincoln, algo, el estricto respeto a la ley, que le venía de su formación como abogado. Precisamente, el ala más abolicionista del Partido Republicano le consideraba “tibio” y hasta “indiferente” hacia la esclavitud. Algunos hasta llegaron a decir que era un “simpatizante sureño” encubierto. Todo lo contrario: Lincoln consideraba odiosa la esclavitud pero sabía perfectamente que la Constitución no la prohibía expresamente. Como alguien democrático convencido, consideraba que era necesario un cambio legal, añadir una Enmienda a la Constitución para suprimirla, pero para ello debía conseguir una mayoría suficiente como para introducir un cambio constitucional, con la cual no contaba en el momento de su elección. Lincoln era consciente de que él mismo, como presidente, constitucionalmente no tenía la facultad de acabar con la esclavitud: debía seguir el procedimiento legal para introducir una Enmienda, es decir, dos tercios de las dos Cámaras, Congreso y Senado, y su ratificación por las tres cuartas partes de los estados. Sin embargo, cuando Lincoln llegó a presidente, incluso buena parte de la opinión pública del Norte no era favorable a la abolición de la esclavitud. Los abolicionistas más radicales querían una América sin esclavitud de la forma que fuera, aunque eso supusiera partir EEUU en dos. Pero Lincoln sabía que eso supondría el enquistamiento de la esclavitud en un Sur independiente, aparte de la tragedia de acabar con la Unión. En cualquier caso, Lincoln quería acabar con la esclavitud siguiendo estrictamente los procedimientos constitucionales.

¿Un “tirano” o un “totalitario” Lincoln? Vamos a ver:

Los confederados invocaban el “derecho de rebelión” para pretender legitimar su violenta separación de la Unión. Este derecho se fundamentaba en la existencia de un gobierno que no respetase las libertades previamente reconocidas a sus ciudadanos. Sin embargo, la supuesta “tiranía” contra la que se rebelaban los confederados era, ni más ni menos, era que el resultado electoral de 1860 no les había gustado, una derrota electoral bajo el mismo sistema que había permitido a los pro-esclavistas dominar el gobierno federal en años anteriores. Como ahora no les gustaba el resultado electoral… pues, ¡hala, secesión! “Sic Semper Tirannis!!”.

Precisamente, la alegación de tiranía era ridícula, pues justamente a la tiranía (o la anarquía) era a donde llevaba la idea de los confederados. En cualquier caso, los “antidemocráticos” eran ellos, quienes habían violentado un resultado electoral solo porque no les gustaba. 

Pero, es más, siete estados declararon su secesión de la Unión incluso antes de la toma de posesión de Lincoln (de hecho, todavía era presidente James Buchanan, un pro-negrero convencido). Otros cuatro estados se separaron durante las primeras semanas de presidencia de Lincoln, sin que éste hubiera siquiera llegado a hacer como presidente ningún pronunciamiento o discurso, ni siquiera en el de investidura, sobre intenciones sobre abolir la esclavitud (entre otras cosas porque Lincoln, como he dicho, no tenía esa potestad constitucional y él, a diferencia de los confederados anárquicos, sí respetaba escrupulosamente las leyes). ¿Contra qué “tiranía”, pues, se levantaron los confederados? Sin embargo, ante este hecho, la simple toma de posesión de Lincoln, los sudistas lo que hicieron fue ocupar las propiedades federales en el Sur, abandonadas a su suerte por el pro-negrero Buchanan, y bombardear el Fuerte Sumter el 12 de abril de 1861, disparando el primer tiro de la guerra.

“¡¡Abraham Lincoln suspendió el Habeas Corpus para perseguir a sus oponentes políticos!! ¡¡Déspota!!”, clamaban y siguen clamando hoy los confederados.

Originariamente, el Habeas Corpus era una figura del Derecho anglosajón con reminiscencias en la Edad Media, cuando los jueces del rey viajaban por los condados de Inglaterra para impartir justicia, encargándose los alguaciles de llevar al preso ante el juez. Su presencia ante el juez se fue convirtiendo en una garantía de que le sería impuesto un arresto indefinido y arbitrario sin ser puesto a disposición judicial. El primer documento, que establecía la necesidad de justificar la detención de un súbdito, mediante un proceso público, controlado y sólo por voluntad del Monarca; fue la “Magna Carta Libertatum”, elaborada después de tensas y complicadas reuniones en Surrey entre los nobles normandos y la realeza inglesa. Después de muchas luchas y discusiones, entre los nobles de la época, la Carta Magna fue finalmente sancionada en 1215, en Londres, por el rey Juan I. El primer registro del uso de este recurso contra una autoridad establecida data de 1305, durante el reinado de Eduardo I, cuando se exigió al rey que rindiera cuentas de la razón por la cual la libertad de un sujeto era restringida donde quiera que esta restricción se aplicara. Más tarde se convertiría en la ley del Habeas Corpus de 1640, aunque no sería hasta la de 1679 cuando se establecieron los procedimientos correspondientes. La institución del Habeas Corpus estaba concebida como una forma de evitar agravios e injusticias cometidas por los señores feudales contra sus súbditos.

La Constitución americana, siguiendo la tradición jurídica inglesa, lo recogió en su Artículo I, Sección 9ª: “El privilegio de habeas corpus no se suspenderá, salvo cuando la seguridad pública lo exija, en los casos de rebelión o invasión”.

Justo la situación en que se encontraba el país en el momento del inicio de la Guerra Civil, con los confederados en abierta rebelión contra los EEUU. Y no solo eso, sino estando a un paso de invadir el propio territorio de EEUU. En el momento del estallido de la Guerra, con la secesión de Virginia el 17 de abril de 1861, el camino para tomar Washington estaba expedito para las tropas de la Confederación. El ejército estadounidense estaba compuesto en 1860 de unos 15.000 hombres repartidos por todo el país, del que unos dos tercios de los oficiales desertaron a la Confederación, y sin capacidad para movilizarse para defender Washington ante un eventual ataque fulgurante de los confederados, a quienes hubiera bastado la milicia de Virginia para tomarla, o sencillamente declarando la secesión en Maryland, donde la población estaba dividida casi en dos entre unionistas y pro-confederados, y cercando a la capital federal. A ello se unían los sabotajes de simpatizantes confederados en el propio territorio del Norte, como el que sufrieron en Baltimore las tropas llamadas a filas por Lincoln para la defensa de Washington: un intento de linchamiento por partidarios de la Confederación, destrozos en las vías del tren que debía llevarles a la capital, así como quema de algunos puentes por donde debían pasar esos trenes, solicitada al gobernador de Maryland por el propio alcalde de Baltimore.

La situación, por tanto, no era, en absoluto, normal. No solo existía una situación de rebelión por parte de una serie de estados del Sur, sino que, incluso en los estados que continuaban dentro de la Unión, tanto algunas autoridades públicas como simpatizantes de los confederados, hacían de las suyas con algunos actos que hasta podrían llegar a catalogarse como terroristas. Incluso había congresistas, como el demócrata Clement Vallandigham, que llamaban a la desobediencia civil, al boicot del reclutamiento en el Norte, a la rebelión en el Medio Oeste, incluso a la secesión de dicha región. Sobre todo, en los denominados estados fronterizos, había muchos ciudadanos e incluso oficiales del gobierno que eran simpatizantes de los secesionistas y ayudaban a la Confederación, saboteando las infraestructuras federales o simplemente haciendo manifestaciones públicas en contra de la Unión y a favor de la Confederación, en las que se incluían incitaciones a la sedición y la desobediencia civil.

Se critica que esto era una facultad no del presidente, sino del Congreso. El caso es que, no estando recogida tampoco como una facultad expresa del Congreso, tampoco nada obstaba al presidente asumirla dentro de sus poderes ejecutivos: y más en una situación de rebelión o invasión, en la que las propias posibilidades del Congreso para reunirse podían estar muy limitadas o ser prácticamente imposible. En el momento del estallido de la Guerra esta reunión era imposible, puesto que el Congreso no estaba en sesión y Lincoln ni siquiera podía esperar a convocar una sesión extraordinaria sin que se celebrasen varias elecciones parciales pendientes en algunos estados. El 4 de julio de 1861 convocó la Sesión Extraordinaria, la cual ratificó la suspensión del habeas corpus.

Pese a ello, en los cuatro años de la Guerra, y pese a que una parte importante del Partido Demócrata en el Norte se dedicaba a conspirar con los confederados, el número de casos en que hubo que llegar a la detención sin Habeas Corpus no paso de unos pocos miles, puesto que, así y todo, numerosas peticiones por parte de mandos del ejército sobre aplicación de la ley marcial fueron denegadas por Lincoln. ¿Qué decir en comparación, por ejemplo, con presidentes como Woodrow Wilson, quien encarceló a decenas de miles de estadounidenses por “delitos políticos”, o Franklin Delano Roosevelt, quien confinó en campos de prisioneros a 200.000 americanos de ascendencia japonesa durante la II Guerra Mundial? La actuación de Lincoln en absoluto superó lo que serían los parámetros normales en una situación excepcional de una ultra-violenta rebelión sediciosa, devenida en guerra civil.

Como bien dijo Lincoln al Congreso, “¿Deben todas las demás leyes dejar de aplicarse y el gobierno mismo romperse en pedazos no vaya a ser que una (la de habeas corpus) sea violada?”.

Otro punto:

Desde las bancadas libertarias, hoy día también se tacha a Lincoln de ser el presidente que inició la expansión sin fin del gasto público y el agrandamiento del gobierno federal. Sí, Lincoln estableció un impuesto sobre la renta y permitió el aumento del déficit: que “raro”, ¿no?, en una situación de guerra, en la que había que improvisar a toda prisa una infraestructura militar, industrial y de transportes, así como reclutar a medio millón de hombres. Y, hombre, a Lincoln no es que nos lo imaginemos diciendo: “YO CREO QUE EL MERCAO SE AUTORREGULA SOLO”. No era un “laissez-faire”, pero tampoco es que fuera un “rojete” ni un “socialista”.

Más bien, antes al contrario: fue el padre del sistema económico capitalista norteamericano, con medidas, entre otras, como la dolarización de la economía o la legislación sobre sociedades de responsabilidad limitada, que permitió a los inversores crear empresas sin el riesgo de tener responder con el patrimonio personal de las deudas de la sociedad. Lincoln, convencido whig, llevó a la práctica los principios del “American System” que años antes habían enunciado Alexander Hamilton, John  Quincy Adams, y su Partido Nacional-Republicano, Henry Clay y el Partido Whig: apoyo a la industria naciente (mediante la defensa de aranceles), crear las infraestructuras para favorecer el comercio y el desarrollo de la industria (mediante la financiación del gobierno y la regulación de las infraestructuras privadas para asegurar que cumplían con las necesidades de la nación, como en el caso de la carretera de Cumberland y el ferrocarril Union Pacific) y la creación de una infraestructura financiera, así como la regulación del crédito para fomentar el desarrollo de la economía, e impedir la especulación. Hamilton había escrito en su “Informe sobre las manufacturas” que los EEUU no podrían llegar a ser totalmente independiente hasta que fuesen autosuficiente en todos los productos económicos necesarios. Henry Clay llegó a ser conocido como el “Padre del Sistema Americano” por su apoyo apasionado por este sistema que consiguió unificar la nación de norte a sur, de este a oeste, y la ciudad con el campo. Veinte años después de la presidencia de Lincoln, en la década de 1880, EEUU superaba al Imperio Británico y pasaba a ser la primera potencia económica mundial.

El gobierno federal hubo de aumentar su musculatura durante la Guerra Civil, sin embargo, a los pocos años, el presupuesto federal volvió a niveles anteriores a los de la contienda. Pero, es que hasta durante la guerra, el presupuesto federal era de unos 1.000 millones, incluso comparativamente, y actualizado al valor del dinero hoy día, muy inferior al actual.

Por contra, mientras el capitalismo se desarrollaba en el Norte, en el Sur, los supuestos “liberal-libertarios” confederados nacionalizaron todas las industrias, así como buena parte del comercio y la agricultura, subordinándolas al esfuerzo bélico, en una forma de economía casi planificada, que dio lugar a hiperinflación y una deuda galopante, así como en la incapacidad (como ha ocurrido con otras economías planificadas) en la tarea de intentar abastecer a sus tropas, contribuyendo esto decisivamente a la derrota.

Para terminar y sacar algunas conclusiones, no me voy a detener demasiado en los argumentos de los confederados basados en el “derecho de secesión”, pues fue algo que ya traté de sobra en esta entrada: https://lavozliberal.wordpress.com/2011/05/20/abraham-lincoln-y-sus-revisionistas-neo-confederados-ii-la-confederacion-una-secesion-ilegal-e-ilegitima/

A Lincoln podemos definirlo como un LIBERAL CLÁSICO HASTA LA MÉDULA, teniendo en cuenta estas virtudes:

1) AMOR POR LA CONSTITUCIÓN Y LA LEY:

Lincoln era tan radicalmente contrario a la esclavitud como los abolicionistas más entusiastas, que le instaban a ignorar la ley, sin embargo, sabía que no podía saltarse a la torera la Constitución, que no la sancionaba como “derecho” pero tampoco la prohibía. Admitir la idea de que unos podían imponer su criterio a otros fuera de la ley era destruir el orden democrático y los principios del gobierno representativo: eso era así tanto en el caso de los confederados que pretendían romper la baraja porque sus representantes habían perdido unas elecciones, como en el de los abolicionistas que pretendían subordinar la ley a “la moral” (tanto una actitud como otra nos deben sonar familiares). Lincoln reconoció en múltiples ocasiones que la Constitución no le confería poderes para actuar de acuerdo con “su moral” en lo relativo a la esclavitud. Por ello, debió dictar la Proclama  de Emancipación en el marco de sus poderes de guerra y, por ello, no impulsó una enmienda que aboliera la esclavitud hasta tener la mayoría suficiente para ello.

2) AFÁN POR SALVAR EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA Y EL GOBIERNO REPRESENTATIVO:

Para Lincoln, la Unión era mucho más que algo compuesto por los lazos de afecto entre los norteamericanos, era el futuro mismo de la democracia en la Tierra. EEUU era una nación “peculiar”, fundada en “libertad y dedicada a la proposición de que todos los hombres son iguales. Una minoría que había perdido unas elecciones no podía romper a su antojo las bases del gobierno constitucional, ni podía invocar una supuesta “violación de derechos” por parte de una gobierno que ni tan siquiera había tomado aún posesión, ni entidades menores, como eran los estados, podían destruir mediante una declaración unilateral de secesión las decisiones que habían establecido la “Unión perpetua” (los Artículos de Confederación) y una “Unión más perfecta”, otorgada por el pueblo americano en la Constitución. Ni moral ni legalmente asistía la razón a los estados confederados al separarse: sus representantes NO habían ganado unas elecciones proponiendo como programa la incorporación a la Constitución de una Enmienda que contemplase la posibilidad de secesión por parte de los estados, ni pidieron la convocatoria de una convención constitucional de todos los estados para negociar una separación. Lo que hicieron fue emprenderla a cañonazos contra el Fuerte Sumter.

Consentir la secesión hubiera dado la bendición al principio de que cualquier minoría podría destruir las leyes solo porque estas no le gustan, es decir, a la anarquía. O, también, al despotismo, puesto que, mientras los confederados clamaban por su “derecho de secesión”, a la vez no reconocían este supuesto “derecho” a los once estados que conformaban los Estados Confederados de América.

3) LINCOLN NO ERA UN “CENTRALISTA”:

Es decir, no se opuso a la secesión de los confederados porque pretendiera ampliar el poder del gobierno federal frente a los estados. Lincoln no era un “nacionalista estadounidense” opuesto a “nacionalistas confederados”. Era un constitucionalista liberal que estaba en el deber de oponerse a una oligarquía poco respetuosa con la Constitución y el resto de leyes. Más bien, hasta ese momento, los verdaderos “centralistas” habían sido los secesionistas sureños, quienes durante décadas habían estado intentando imponer desde el centro su idea de lo que debía ser la Unión: una donde se permitiera la esclavitud libremente en todo el territorio nacional. Desde Washington, pretendían imponer eso a los estados del Norte utilizando su control del poder federal. Sin embargo, perdieron sus posibilidades y los resortes del poder cuando el Norte superó demográficamente al Sur. La derrota electoral de 1960 ante Lincoln les llevó a pretender romper la baraja, abandonando centro, periferia y toda la Unión en su conjunto. Un buen ejemplo de ello fue el presidente de los EEUU pro-sureño John Tyler, quien ocupó la Casa Blanca entre 1841 y 1845, el cual, dieciséis años después, se rebeló contra el país del que había sido presidente, convirtiéndose en senador de los Estados Confederados de América.

4) PADRE DEL CAPITALISMO SERIO Y RESPONSABLE QUE CONVIRTIÓ A EEUU EN SUPERPOTENCIA MUNDIAL:

Eso sí, nada que ver con los actuales “liberales” que quieren convertir a los trabajadores poco menos que en chinos trabajando 12 horas al día para un empresario al que solo falte un caballo, un látigo y un sombrero, como si estuviera en una antigua plantación algodonera del Sur (no es raro que, de esa forma, guste tanto la Confederación a los anarko-“liberales” actuales). Lincoln dijo en 1864 lo siguiente: “Veo en el futuro cercano una crisis que me inquieta y me hace temblar por la seguridad de mi país. Las corporaciones han sido entronizadas, una era de corrupción en las altas esferas seguirá, y el poder del dinero en el país, se esforzará por prolongar su reinado trabajando sobre los prejuicios de la gente hasta que la riqueza sea apilada en las manos de unos pocos y la República sea destruida”. Hoy sería visto como un “rojeras” por memos que lo único que conozcan de “liberalismo” sean tres o cuatro articulillos en Libertad Digital o en la web del Instituto Juan de Mariana… y no hayan, entre otras cosas, leído en la “Riqueza de las Naciones” de Adam Smith (seguramente, otro “rojete”) cosas como esta: “El interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o de la industria es siempre en algunos aspectos diferente del interés común, y a veces su opuesto […] Cualquier propuesta de una nueva ley o de un reglamento del comercio, que proviene de esta clase de gente, debe ser siempre recibido con la mayor desconfianza, y no adoptarla nunca hasta haberla sometido aun largo y serio examen, al que hace falta dedicar, no digo solamente la más escrupulosa, sino la atención más cuidadosa. Esta propuesta viene de una clase de gente cuyo interés no sabría nunca ser exactamente el mismo que el de la sociedad, ya que tienen, en general, interés en engañar al público, e incluso en oprimirlo y que, además, han hecho ya una y otra cosa en muchas ocasiones” (¡UY, UY! ¡ANDA! ¡Hablando del INTERÉS COMÚN! ¡ESTATISTA!). Ningún liberal clásico ha idolatrado jamás a las empresas. A Smith, Hamilton o Lincoln hubieran entrado arcadas o ganas de vomitar al ver a lo que se llama ahora “capitalismo”.

Lincoln, como dije en la entrada anterior, ha sido acusado de ser quien inició la imparable hinchazón del gasto público y el crecimiento del gobierno federal. Ciertamente, si a eso pudiera llamarse a cualquier aumento de poderes o competencias del gobierno, los “libertarian” tendrían razón. También se podría abogar por una sociedad sin regulaciones, como en la que creció Lincoln, en la zona fronteriza con la de la nueva colonización hacia el Oeste, con una agricultura de subsistencia y un régimen casi feudal, sin inversión pública en carreteras, puertos, medios de transportes, educación, justicia, policía o defensa, pero, eso sí, muy “libertaria”.

Lincoln defendía el trabajo libre sobre la servidumbre, la expansión del crédito en la economía, la industria sobre la economía rural, a la clase mercantil e ilustrada whig a la que él mismo pertenecía. Pero también pensaba que el Estado tenía un papel en la mejora de las infraestructuras y la calidad de vida, en democratizar el crédito y en el sostenimiento de un ejército necesario para la seguridad de la nación.

Resumiendo, lo mejor es leer lo que dijo el propio Lincoln el 1 de julio de 1854 sobre el papel del gobierno: “El objeto legítimo del gobierno es realizar para una comunidad de personas lo que éstas necesitan que se haga pero no pueden hacer por sí mismas individual y separadamente. En todo aquello que los individuos pueden hacer por sí mismos, el gobierno no debe interferir”.

DEMOLEDOR.


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