El lobo que con su
sombra solo entonaEl enemigo de la superficialidad rastrante
El vagabundo desorientado en la selva de cemento
De esta ciudad dominante y trepidante
Que convierte al vulgo, todos al unísono,
En puro caos marginal de hora punta.
—¡Cómo!— exclamó el santo —¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?