Nuestro reino tampoco es de este mundo
y, sin embargo, la belleza imprime
formas de su dolor. ¿Y a quién invoco,
y a quién he de invocar? Oh, tú, la tarde
junto al agua color de yelmo y de asta.
Árbol: escudo en la llanura inmensa.
Soledad del camino. ¡Tú, vencejo
crucificado en la pared del hombre!
Claro ha de ser el día y presurosas
irán las nubes. Como en un cayado
de pastor mal grabado con las piedras,
el símbolo del campo y de la vida
se quemará en mi piel. No es de este mundo
y, sin embargo, la misión me culpa.
¿Yo soy la causa de que las estrellas
teman caer? ¿Yo miro y todo calla?
¿Yo hago al racimo agraz y negro al trigo?
Sé lo que es ser gusano en la manzana
y, sin embargo, entérate, no es de este
mundo tampoco mi ebriedad. ¡Bodega,
qué combustible corazón, qué alta
uva pisada por los pies desnudos
de los ángeles como los de un pobre
tan hermoso que muere al menor signo!
Claro ha de ser el día porque siempre,
siempre a campana herida te anunciabas.