Esta muerte invisible se originaba en una nube que apareció en los cielos de Sumer y cubrió el
país como con un manto extendido sobre él.
Cubría al sol con tonos marrones, durante el día,
por la noche, luminosa en sus bordes, tapaba la Luna. No era un
fenómeno natural. Era una gran tormenta enviada por
Anu… había llegado desde el corazón de
Enlil. Era el producto de las siete terroríficas armas.
armas
Un estallido maligno anunciaba la siniestra
tormenta,
un estallido maligno era el precursor
,
de la siniestra tormenta;
poderosa descendencia,
hijos valientes eran los heraldos de la
peste.
Los dos hijos de Anu: Ninurta y Nergal, soltaron las
siete armas mortales creadas por Anu, arrasándo todo en el
lugar de la explosión. Las antiguas descripciones son tan
precisas como las descripciones modernas de los testigos de una
explosión atómica. Cuando las
terroríficas armas fueron lanzadas desde los
cielos, hubo un inmenso resplandor: esparcieron
impresionantes rayos hacia los cuatro puntos de la tierra,
abrasándolo todo como el fuego, dice un texto; en
otro, una lamentación sobre Nippur, se recuerda la
tormenta, en el destello de un relámpago creada.
Después, se elevó en el cielo un hongo
atómico, una nube densa que trae la oscuridad,
seguido de fuertes ráfagas de viento… una tempestad
que abrasa furiosamente los cielos. Más tarde, los
vientos predominantes, soplando de oeste a este, se pusieron a
difundir el mal en Mesopotamia: las densas nubes que traen la
penumbra del cielo, que llevan la penumbra de ciudad en
ciudad.
Los textos describen que el Viento Maligno, que llevaba
la nube de la muerte, fue generado por gigantescas explosiones en
un día para el recuerdo:
En aquel día
cuando el cielo fue aplastado
y la Tierra fue herida,
su faz asolada por el remolino,
cuando los cielos se oscurecieron
y cubrieron como con una sombra…
Nippur recuerda lamentos, como éste:
En aquel día, en aquel único
día; en aquella noche, en aquella única noche… la
tormenta, en un destello de relámpago creada, al pueblo de
Nippur dejó postrado.
El Lamento de Uruk describe la confusión
tanto entre los dioses como entre el pueblo.
Los grandes dioses empalidecieron ante su
inmensidad» cuando presenciaron los rayos gigantes de la
explosión alcanzar el cielo [y] la tierra temblar en su
centro.
Cuando el Viento Maligno inició a esparcirse por
las montañas como una red, los dioses de Sumer
emprendieron la huida de sus amadas ciudades. En el texto
conocido como Lamentación Sobre la Destrucción
de Ur se hace una relación de todos los grandes
dioses y de algunos de sus más importantes hijos e hijas
que abandonaron al viento las ciudades y los grandes templos de
Sumer. El texto llamado Lamentación Sobre la
Destrucción de Sumer y Ur añade
detalles dramáticos a esta huida precipitada:
Ninharsag lloraba con amargas lágrimas cuando
huyó de Isin; Nanshe gritaba, Oh, mi devastada ciudad,
cuando el lugar en donde moraba cayó en la desgracia.
Inanna salió apresuradamente de Uruk, navegando en
dirección a África en un barco sumergible,
lamentándose de haber dejado atrás sus joyas y
otras posesiones. En las lamentaciónes por Uruk,
Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su ciudad y su
templo, debido al Viento Maligno que en un instante, en un abrir
y cerrar de ojos se había creado en el medio de las
montañas, y contra el cual no había defensa
alguna.
La confusión reinaba, tanto entre dioses como
entre hombres, por la inminente presencia del Viento Maligno.
El Lamento de Uruk, escrito años después,
las deidades que vivian en Uruk al ver que los leales ciudadanos
de Uruk cayeron presa del terror, hicieron sonar la alarma para
que la bandonen.
¡Levantaos!, llamaron a la gente en mitad de la
noche; huid, ¡ocultaos en la estepa!, les dijeron.
Inmediatamente, los dioses y las deidades huyeron por senderos
desconocidos.
Así, todos sus dioses evacuaron
Uruk;
se mantuvieron lejos de ella;
se ocultaron en las montañas,
escaparon a las distantes llanuras.
El pueblo de Uruk, abandonado al caos, sin
dirección ni ayuda, acostumbrados a las decisiones de los
dioses, fue presa del pánico, que se apoderó de la
muchedumbre en Uruk, su sentido común se
distorsionó. Entraron en los santuarios rompiéndo
todo, mientras se preguntaban: ¿Donde esta el
benévolo ojo de los dioses? ¿Quién provoco
todo este pesar y lamento? Sus preguntas no tuvieron respuesta;
y, cuando la Tormenta Maligna pasó, los cadáveres
del pueblo fue amontonado en pilas… el manto del silencio
cayó sobre Uruk.
Después que la tormenta de mal salio de la
ciudad, barriendo los campos, Enki entró en Eridú;
encontró una ciudad cubierta por el silencio… Sus
habitantes yacían amontonados. Los que se salvaron le
dirigieron un lamento: ¡Oh, Enki, lloraban, tu ciudad
ha sido maldecida, ha sido convertida en un territorio
extraño!, y sollozaban preguntándo adonde ir y
qué hacer. Aunque el Viento Maligno había pasado,
el lugar era inseguro, y Enki se quedó fuera, como si se
tratara de una ciudad extraña.
Enki abandono Eridú y llevó a los que
habían salido de Eridú al desierto, hacia una
tierra hostil; allí, utilizó sus conocimientos
científicos para hacer comestible el árbol
desagradable.
Desde el extremo norte de la amplia extensión que
cubría el Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk
preocupado le envió a su padre Enki un mensaje urgente,
ante la inminente llegada de la nube de la muerte a su
ciudad:
¿Qué debo hacer?, preguntaba. El consejo
de Enki, que más tarde Marduk transmitiría a sus
seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar la
ciudad, lo hicieran, que fueran sólo hacia el norte;
similar consejo que le dieron los dos emisarios a Lot, a la gente
que huía de Babilonia se le aconsejó no volver ni
mirar atrás. También les dijo que no llevaran
consigo alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido
tocados por el fantasma. Si no era posible la huida, Enki
aconsejaba ocultarse bajo tierra: Métete en una
cámara bajo la tierra, en la oscuridad, hasta que el
Viento Maligno haya pasado.
Mientras partían, vieron la muerte y la
desolación. La gente, como fragmentos de cerámica,
llenaba las calles de la ciudad; en sus nobles puertas,
allí donde iban a pasear, había cadáveres
por todas partes; donde se celebraban las fiestas, yacían
esparcidos; en sus plazas, donde tenían lugar las
festividades de la tierra, la gente yacía amontonada. Los
muertos no eran enterrados: los cadáveres, como
manteca bajo el sol, se derretían por sí
mismos.
Todo el sur de Mesopotamia quedo postrado; el suelo y
las aguas envenenados por el Viento Maligno.
En las riberas del Tigris y el Eufrates, sólo
crecían plantas enfermizas. En los pantanos crecían
juncos enfermos que se pudrían en el hedor… En los
huertos y en los jardines no había brotes nuevos, y pronto
quedaron yermos… Los campos cultivados ya no se araban, ni se
plantaban semillas en el suelo, ni canciones resonaban en los
campos. En el campo, los animales también se afectaron. En
la estepa, quedó poco ganado grande y pequeño,
todas las criaturas vivas llegaron a su fin, los animales
domesticos, también, fueron aniquilados. Los rediles se
han entregado al viento… El ronroneo del giro de la mantequera
ya no resuena en el redil… Los corrales ya no dan manteca ni
queso… Ninurta ha dejado a Sumer sin leche.
La tormenta aplastó la tierra, lo barrió
todo; rugía como un gran viento sobre la tierra, nadie
podía escapar; asolando las ciudades, asolando las
casas… Nadie recorre las calzadas, nadie busca los caminos. La
desolación de Sumer era completa.
Las ciudades sumerias, una tras otra, fueron
"abandonadas", sin dioses, sin gente, sin animales.
¿Cuál era la causa? La respuesta al enigma ya lo
hemos descrito tal conforme los textos sumerios: Se lo
llevo el viento maligno.