Una vez detectamos que nuestra hambre no es una necesidad física, sino emocional, y que lo que realmente necesitamos es nutrir al espíritu (ese otro cuerpo sutil, de vibración más lenta que la del cuerpo físico), lo tenemos fácil: solo tenemos que decidir cómo lo vamos a hacer.
Es un paso crucial decidir si lo vamos a alimentar como realmente se merece o no, ya que seremos nosotros los primeros beneficiarios de estar emocionalmente equilibrados y, por lo tanto, mejor preparados para afrontar cualquier situación que la vida ponga en nuestro camino.
Éste es el alimento que confiere vida eterna a los puros de corazón y a los iluminados de espíritu.