El cansancio me desmorono. “Comencé a preguntarme qué diablos estaba haciendo, siempre durmiendo con un teléfono bajo la almohada por si tenía que levantarme a las 3 de la mañana para escribir sobre un accidente de coche en un campo”. Entonces, ocurrió la tragedia: perdió un hijo y se vio obligado a replantearse todo. “En el periodismo, tienes que entregarte completamente a tu trabajo” dijo de una profesión que a menudo requiere trabajar fines de semana y vacaciones. “No puedes tomarte días libres para disfrutar de tus seres queridos y no tienes tiempo para ti mismo. Realmente, renuncias a tu vida”.
El hecho es que el periodismo sigue siendo muy competitivo; muchos compiten por cada vez menos trabajos. “Hay tanta gente ansiosa por estar ahí, que los jefes sabes que pueden hacer lo que quieran contigo”, contaba Justin. “Prácticamente tienes que agradecerles que te sigan pagando”. Sopesó las ventajas y los inconvenientes y decidió que un trabajo así no merecía todos esos sacrificios.
Tras considerar los trabajos que los experiodistas suelen realizar, como las comunicaciones o la educación, acabó encontrando algo que le atraía muchísimo más: un puesto de trabajo en una carnicería. Justin, que acababa de terminar su capacitación, dijo que estaba encantado con su nueva rutina, aunque no fuera fácil adaptarse. “Es un mundo completamente diferente. Es difícil cuando tienes 30 años y ves que hay muchachos de 18 años que lo hacen mucho mejor que tú”. Ahora, busca un trabajo de su nuevo oficio. Dice que aún sigue leyendo el periódico todos los días.
Dominique se siente culpable por haberse aprovechado de los jóvenes periodistas que trabajaban para él. “Cuando tenemos trabajadores temporales, los exprimimos como si fueran limones. Así eran las cosas. Sabíamos que nunca dirían que no y nos aprovechábamos”. Y, sin embargo, muchos de esos trabajadores se quedaban años, esperando conseguir un trabajo estable.
Él cree con toda certeza que contribuyó a que muchos periodistas jóvenes decidieran dejar ese mundillo. Ya fueran sus gritos, la presión constante a la que sometía a los empleados o las horas escandalosas a las que los hacía trabajar, Dominique asegura que él solo hacía lo que le pedían sus jefes. También recuerda haber pasado por lo mismo cuando era más joven.
“Pero cada vez más, me di cuenta de que no había ninguna razón que justificara lo que estaba haciendo. Obligaba a la gente a conducir distancias larguísimas solo para darme un informe meteorológico. Eso no es periodismo”. Entonces Dominique perdió a su madre, con la que había tenido una relación muy cercana hasta que su trabajo hizo que se separaran poco a poco. Entró en depresión, aunque siguió yendo a trabajar.
Un programa de televisión sobre la próxima temporada de regreso a clases le hizo plantearse hacerse profesor. “Fue entonces cuando tuve una especie de epifanía. Nunca había podido tener hijos por mi trabajo y quería algo más sustancial en la vida”. Se preparó para las oposiciones a profesorado y las aprobó a la primera.
“Entonces, empecé a llorar. Solo entonces me percaté de que finalmente podía hacer otra cosa”.
Ahora, Dominique lleva un año trabajando como profesor en París y, aunque cobra una tercera parte del salario anterior, dice que no lo cambiaría por nada en el mundo.