Sin embargo, un día llegaron los hombres blancos, armados y violentos, que comenzaron a conquistar y a destruir todo a su paso. Toro Sentado y su tribu intentaron defenderse, pero pronto se dieron cuenta de que estaban luchando contra algo mucho más grande que ellos.
En su desesperación, Toro Sentado miró al cielo y suplicó a los dioses extraterrestres que vinieran en su ayuda. Pero nada sucedió. Los dioses no respondieron a sus plegarias. Se sintió traicionado y engañado, como si los dioses lo hubieran abandonado en su momento de necesidad.
La tribu luchó valientemente contra los hombres blancos, pero fue en vano. Fueron derrotados y su tierra fue arrebatada. Toro Sentado, desolado y con el corazón roto, se preguntó por qué los dioses extraterrestres no habían intervenido para ayudar a su pueblo. ¿Habían sido engañados todo este tiempo? ¿Habían adorado a seres que no eran dignos de su adoración?
Toro Sentado se sintió abrumado por la pérdida de su tierra y su pueblo, y la falta de respuesta de los dioses extraterrestres que él había venerado durante tanto tiempo. Pero en su corazón, todavía creía en la bondad de la humanidad y en la posibilidad de que las diferentes culturas pudieran coexistir pacíficamente. Así que decidió usar su experiencia para luchar por los derechos de los nativos americanos y de todas las personas marginadas.
Toro Sentado se convirtió en un líder espiritual y político en su comunidad, y trabajó incansablemente para mejorar las condiciones de vida de su pueblo. Luchó contra la opresión y la discriminación, y defendió los derechos de las tribus indígenas en todo el país. También viajó por el mundo, compartiendo su sabiduría y enseñando a otros sobre la cultura y la historia de su pueblo.
De Satanael