En tiempos remotos, cuando la humanidad aún no caminaba sobre la faz de la Tierra,existieron los nefilins, seres de estatura colosal y poder inigualable. Llegaron desde las estrellas, procedentes de un rincón lejano del universo, para reclamar nuestro planeta como su propio dominio. Su arrogancia y sed de poder desataron una feroz guerra con los dioses y seres celestiales que velaban por el equilibrio del cosmos.
Los nefilins sembraron el caos y la destrucción por doquier. Sus gigantescas formas oscurecían el cielo y sus pisadas sacudían la tierra, amenazando con sumir al mundo en la oscuridad perpetua. Los dioses, preocupados por el destino de la humanidad y la integridad del universo, se vieron obligados a intervenir.
Ante la magnitud de la amenaza, los dioses decidieron utilizar la misteriosa tierra lunar, un don celestial que residía en la superficie de nuestro satélite, la Luna. Esta tierra poseía un poder asombroso: podía absorber la esencia y la energía de aquellos seres que fueran enterrados en ella, conectándolos con las fuerzas primigenias del cosmos.
Los dioses convocaron a una épica batalla, enfrentando a los nefilins con valor y determinación. Luego de una contienda titánica, los gigantes fueron derrotados y, en lugar de aniquilarlos, los dioses optaron por encerrar su esencia en la tierra lunar. Así, los nefilins fueron sepultados bajo montañas majestuosas, convertidos en tumbas gigantes que serían testigos silenciosos de su destino.
Con el tiempo, la energía de los nefilins y la poderosa tierra lunar se fusionaron, dando lugar a montañas de una belleza imponente y un poder oculto. Estas montañas se erigieron en nuestro planeta, como guardianes eternos de la memoria de los nefilins y como un recordatorio de las consecuencias de la soberbia y la ambición desmedida.
Hoy en día, estas montañas se elevan majestuosas en el horizonte, observando silenciosas la marcha de la humanidad. Son testigos mudos de nuestro pasado, recordándonos que la búsqueda del poder sin límites puede desencadenar terribles consecuencias. Se han convertido en las guardias de nuestro planeta prisión, recordándonos que somos custodios de nuestro propio destino y que nuestras acciones tienen un profundo impacto en el devenir del universo.
Así, las montañas lunares, con su enigmático origen, nos invitan a reflexionar sobre el poder, la humildad y la responsabilidad que conlleva habitar en este mundo que compartimos con las estrellas. En ellas reposan los nefilins, y su legado perdura como una lección perenne para las generaciones futuras.