LAS MISAS NEGRAS





Las Misas Negras son la máxima expresión de la rebeldía de Satán, al contrario que el Sabbath, en su celebración ya no intervenían las características míticas o, legendarias de los antiguos, de los primeros adoradores del Diablo. La principal cualidad de la Misa Negra era que fuese celebrada por un sacerdote renegado, la virtud que le concede la orden sacerdotal a divinis et in aeternum, de consagrar el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, complace al Diablo y a sus adoradores.


💋El objeto de la Misa Negra, es realizar el culto igual que los cristianos sólo que al revés, maldición en vez de bendición, blasfemia y sacrilegio en vez de oración, la cruz invertida, cirios negros, letanías satánicas, libertinaje, desenfreno... Por ello el concurso de un sacerdote renegado es importante, quién mejor que él conoce el culto católico para poder invertirlo?, para ilustrar este tema incluyo la descripción de una de las muchas Misas Negras que celebraron el monje Guilbourg y Madame de Montespán, en una granja abandonada de Menil, cerca de Monthléry.


La granja estaba cubierta en su interior por lienzos negros. El altar allí levantado también era negro. Una gran cruz blanca, con los brazos invertidos, se alzaba sobre un tabernáculo de plata.
El abate Guibourg entró cubierto con un amplio manto negro y una capucha que ocultaba su rostro. Empujó la puerta y avanzó seguido de Mme. de Montespán, que llevaba puesto un antifaz.


De una maleta que llevaba consigo, el abate sacó unos cirios negros, de forma serpenteante, que decía habían sido hechos con la grasa de los ahorcados, que le proporcionaba el verdugo de París. Luego sacó unas hostias negras y las puso en un cáliz.


Terminadas estas operaciones, Guibourg se despojó de su manto y apareció vestido con los hábitos de aquel culto que iba a profanar una vez más. La de Montespán le observaba en silencio, mirando de vez en cuando a la puerta de la cabaña, con marcada impaciencia. Al fin entró la joven a quien estaba esperando, la cual llevaba en brazos una toquilla con una criatura. Era Mademoiselle des Oeillets.


Siento haberme retrasado - les dijo- pero hasta hace muy poco no conseguí el crío. Tiene sólo dos meses y hace una semana que fue bautizado.


Está bien - dijo Guibourg-. Colóquese al lado del altar y espere.


Al mismo tiempo, Mme de Montespán se quitó el manto de terciopelo que conservaba puesto. Desanudó el cinturón dorado que ceñía al talle los velos blancos y casi transparentes con que iba vestida y bajo los cuales estaba completamente desnuda. Después, se despojó de aquellos velos. Sin pronunciar palabra, Mme. de 

Montespán avanzó hacia el altar se tendió sobre éste en la forma ritual: la cabeza sobre una almohada y las piernas colgando, muy abiertas, frente a la cruz y a al abate.


Con mano experta, el renegado le quitó las peinetas que sejetaban los cabellos de la Montespán, cayendo éstos en cascada por encima de los lienzos negros hasta rozar el suelo. Despues, entre los opulentos senos, temblorosos por una anhelada voluptuosidad, Guiborug colocó la copa de plata y sobre el vientre, precisamente sobre el pubis, puso un crucifijo.


Guibourg se arrodilló con las manos juntas, cerca del cuerpo desnudo y, durante algunos minutos, imploró en silencio la ayuda de las potencias infernales.


Cuando el cura se levantó, tomó en sus manos una de las hostias negras, sosteniéndola entre el pulgar y el índice de su mano derecha. La alzó luego a la temblante luz de los negros cirios mientras su mano izquierda acariciaba los senos de la Montespán, de cuya garganta se escapaban algunos gemidos de voluptuosa impaciencia.
La mayor de las profanaciones la realizó entonces el renegado utilizando el sexo de la Montespán como receptáculo de la hostia negra. Acto seguido se arrodilló entre la spiernas colgantes, que se cerraron aprisonando su cabeza. La Montespán gimió con fuerza. Como un arco de carne palpitante, su cuerpo se tendió y ya su cintura no rozó siquiera el altar profano. 

Esto hizo que basculara la copa de plata y cayera al suelo el crucifijo, mientras ella increpaba al renegado, pidiéndole a gritos que se apresurara. Guibourg se puso de pie y, levantandose los hábitos, se abalanzó sobre el cuerpo de la cortesana que se estremeció bajo su ataque. Después, una vez hubo satisfecho la lubricidad de la cortesana, Guibourg volvió a reponer en su sitio la copa y la cruz, aunque el cuerpo de la Montespán se estremecía por el placer recibido y, con los brazos alzados, el renegado gritó con voz demencial:


¡Astaroth! ¡Asmodeo! ¡Satán!...¡Dueños de los Infiernos! ¡Yo os conjuro fervientemente para que aceptéis el sacrificio de este niño que os ofrezco...!


Mmoiselle des Oillets ya sabía lo que debía hacer y tendió hacia aquel hombre el cuerpecito del niño que lloraba con desespero: Guibourg se armó de un largo y afilado cuchillo y gritó: 


¡Oh, Astaroth! ¡Oh, Asmodeo! ¡Oh, Satán! ¡ Yo solicito de vuestra gracia y de vuestros poderes la muerte para Mademoiselle de Lavallière, y que la Condesa de Roma, por la cual se ofrece desnuda esta mujer, entre en gracia en la Corte!



Lentamente, el cuchillo descendió hacia el cuello del bebé sostenido por Mmoiselle des Oillets, en el que se hundió salpicando de sangre el cuerpo de la Montespán y la estola del innoble sacerdote, el cual llenó luego la copa de plata. Guibourg arrojó al suelo el pequeño cadáver y, metiendo sus manos en la sangre, se puso a bañar el vientre y el seco de la Montespán, antes de alzar su casulla y repetir aquel acto consigo mismo. El acto terminó con una serie de oraciones invertidas, blasfematorias y obscenas, después de lo cual los tres personajes se entregaron a toda clase de contactos carnales, llegando a los más depravados.


En estos años en París eran muy frecuentes estas Misas Negras, aunque habría que llamarlas mejor Misas Sangrientas, por ejemplo Laoignon, vicario de Saint-Eustache, sería condenado a muerte, por haber descuartizado el cuerpo de un niño, oficiando sobre una muchacha de catorce años a la que después violó salvajemente. Parece que a la Aristocracia de la época le sedujo el ejemplo de la Montespán, así las marquesas de Angulema, de Bouillan, de Saint-Pont, de Luxemburgo y de Vendôme, ordenaron que se celebraran Misas Negras sobre su vientre. Los niños eran comprados a las prostitutas de París, para ser luego entregados a los sacerdotes renegados, y para hacerse una idea de lo numerosas que llegaron a ser estas ceremonias, en obras de investigación de la época calculan en dos mil los niños degollados en ofrenda al Diablo.



OTROS RITOS SANGRIENTOS


Una secta satánica de época mas reciente, la Orden Hermenéutica de la Aurora Dorada, que se dice fué creada en el tiempo de las Cruzadas, pretendiendo ser una sencilla asociación de practicantes de las Ciencias Ocultas. En el año 1920, los miembros de esta secta se entregaron a actos de antropofagia ritual, en los jardines de la Abadia de Theleme, en Sicilia. Colocaban en lo alto de árboles frutales del jardín a viejos y vagabundos que previamente habían capturado los caballeros de la Orden. Luego a la manera de los agricultores, los miembros de la secta dse dividían entre los árboles y comenzaban a sacudirlos hasta que uno de aquellos desdichados perdía el equilibrio y caía al suelo.


Todos acudían entonces para apoderarse de su víctima, dejando sólo un par de caballeros en calidad de centinelas para que no escapase ninguno de los otros. Y allí mismo, en el jardín, ante los ojos horrorizados de sus futuras víctimas, mataban a golpes al desgraciado que no había podido resistir las sacudidas del árbol, y, atravesándolo con un palo, lo colocaban sobre el fuego para asarlo, tras lo cual lo devoraban en un antropofágico festín, que culminaba en una orgía sexual, copulando entre ellos. Otra secta que hizo de la antropofagia uno de sus actos rituales, es la Sociedad o Comunidad Edelweis, que se declaran seguidores de la reina Margarita y se manifestaban dispuestos a perpetuar el vicio de ésta, consistente en raptar criaturas para luego comerlas glotonamente, lo cual, según la reina Margarita y los sectarios de Edelweis, favorecía notablemente los impulsos sexuales
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