COMO SON LAS MAQUINAS QUE LLAMAN O.V.N.I.S


CAPITULO V
Cómo son las Máquinas que llaman O.V.N.I.S.

En esos quince días en que estuve todo el tiempo con Pepe, preparando su partida definitiva de la Tierra, me narró muchas cosas que. a veces, no podía escribir, pues conversábamos constantemente. a todas horas, y muchas de sus explicaciones tuve que retenerlas en la memoria, por haber sido detalles que me daba en público, en el diario transitar en demanda de los arreglos necesarios para su partida.

Esto aclara que, en algunos pasajes de esta obra puedan deslizarse, tal vez, errores de concepto o de interpretación debidos a mi desconocimiento técnico o científico relativos a ciertos temas tratados con mayor autoridad por él, pero que sólo pude retener mediante rápidos y no siempre detallados apuntes. Hago esta salvedad porque deseo que mi versión logre ser sincera, aun cuando en ciertos aspectos de orden científico, no llegara a interpretar correctamente en todas sus partes, las sorprendentes explicaciones de mi amigo.

Ya he manifestado en la primera parte, la impresión que yo tuve al contemplar, junto con los míos, la enorme maquina que descendiera en el jardín de su casa la noche en que Pepe abandonó, para siempre, este planeta...

Era como una gigantesca lenteja metálica, de mas o menos quince a veinte metros de diámetro, con una cúpula central que podía tener hasta tres metros de altura, contando desde la base del aparato. En todo el contorno exterior, o filo de aquella "lenteja" que rodeaba la cúpula, se veía una hilera de huecos pequeños, como toberas de escape.

A ambos lados de la mencionada cúpula pude apreciar ventanas angostas y alargadas, algo así como los parabrisas de automóvil, sin lograr ver el interior por la distancia a que nos encontrábamos esa noche, pues ya expliqué cómo fue nuestra despedida: mi familia y yo, profundamente impresionados, permanecimos en la puerta de la casa que da al Jardín, sin acercamos al "platillo", cuando Pepe, después de abrazarnos, ingresó a la máquina.

Para hacerlo, subió por una escalerilla de metal que había descendido de la base de una puerta, o mamparo, que se abriera en la cúpula, frente a nosotros, en el centro de los dos ventanales ya descritos, abertura en que lo esperaron dos personas de estatura como la nuestra, que vestían escafandras, a mi entender, iguales o parecidas a las de nuestros astronautas.

Cuando el OVNI, se elevó, brotaron chorros de fuego de los huecos circundantes en toda la circunferencia exterior de la "lenteja", y me pareció que el metal de la estructura del platón, —no así la cúpula—, cambiaba de color con una brillante iridiscencia. También me llamó la atención que toda la maniobra se efectuara sin mayor estruendo, pues sólo escuchamos un leve zumbí. do, que se perdió rápidamente a medida que la nave se alejaba en el espacio.

Hasta aquí, lo que yo viera. Pepe me había explicado cómo fueron los dos viajes, de ida y vuelta, a Ganímedes, y su paso, las dos veces, por la base espacial, a que me he referido, en la primera parte de este libro. Me dijo, entonces, que había viajado en dos modelos de astronave diferentes en tamaño y poder, aunque similares en sus características esenciales: que de la Tierra a la base espacial y viceversa, emplearon un tipo más pequeño, con capacidad para seis personas; pero que de la base hasta Ganímedes usaron máquinas mucho más grandes y poderosas, en las que cómodamente podrían viajar más de veinte tripulantes.

Las características principales de esas naves se diferenciaban enormemente de las que estamos empleando en la Tierra, tanto en estructuras cuanto en energía, maniobras y velocidades.

Los dos modelos descritos por mi amigo estaban formados, estructural mente, por dos cuerpos concéntricos: la cabina de comando y la cámara de máquinas. La cabina de mandos ubicada en la cúpula central, era algo así como el cerebro electrónico de todo el conjunto, desde el que los tripulantes podían controlar y dirigir el funcionamiento de los complicados mecanismos productores de energía c impulsores de la nave espacial, repartidos, a su vez, en todo el espacio interior del otro cuerpo, o cámara de máquinas, llenando la circunferencia de forma lenticular que rodea al cuerpo central.

Los hombres de Ganímedes han llegado a producir y controlar, de manera absoluta, la energía atómica y la termonuclear. Poseen, también, el secreto de neutralizar a voluntad los efectos dañinos de las radiaciones y su conversión automática en nuevas formas de energía, que unidas, al aprovechamiento de energía proveniente de los rayos solares, de los rayos cósmicos y de las vibraciones lumínicas y sonoras, cuyo dominio llega en ellos a lo que en la Tierra nos parecería milagroso; es así como sus máquinas del espacio han podido alcanzar metas que aun nos falta mucho por lograr.

En primer lugar, cuentan con materiales completamente desconocidos en la Tierra. Han desarrollado aleaciones de metales que resisten a todas las fuerzas de la naturaleza, por poderosas que éstas sean y por adversas que fueran las circunstancias en que actúen. Tienen, también, productos moldeables o plásticos de propiedades tan maravillosas que nuestros químicos y físicos actuales se resistirían a aceptar.

Esto fue evidenciado por Pepe al comprobar las asombrosas velocidades que esas máquinas pueden alcanzar. Ya se ha dicho en la primera parte, del desconcertante asombro con que viera alejarse nuestro mundo en cuestión de minutos, y cómo, al calcular la posible velocidad con referencia al vertiginoso alejamiento de nuestro planeta, estuvo a punto de sufrir un síncope al darse cuenta de los resultados de su cálculo. El trayecto desde la Tierra hasta la base construida por ellos en el espacio. que, según le informaran, dista poco más de diez millones de kilómetros de nosotros, tardó sólo ¡una hora y minutos...!

Un simple cálculo basta para llegar a una cifra que, en la actualidad, nos produce escalofrío: ¡3.000 Km. por segundo! ¡Sólo cien veces menos que la velocidad de la luz! Cuando tratamos de esto, Pepe me manifestó que su primera reacción había sido de incredulidad. Pero sus acompañantes en el OVNI, leyendo su pensamiento, le dijeron que esperara a llegar a Ganímedes, con lo cual comprobaría aquello y mucho más.

No necesito repetir lo expuesto en la primera parte acerca de la segunda etapa del viaje. La distancia de 760 millones de kilómetros que nos separa de Ganímedes fue cubierta, entre las dos etapas, en un total de ¡tres días y cuatro horas, aproximadamente!... Esto corroboró, de nuevo, los primeros cálculos efectuados y el promedio de vuelo a una velocidad media de diez millones, ochenta mil kilómetros por hora...!

Todo ello resulta increíble, y así opiné, en ese entonces. Por que, además de los problemas directamente relacionados con 1A fuerza impulsora necesaria para alcanzar una supuesta velocidad de ese tipo, había que tener en cuenta los diferentes problemas derivados de la resistencia de materiales, gravitación, inercia, problemas de orden térmico, biológico y funcional sobre los organismos vivientes. Todo ese cúmulo de barreras que nuestra ciencia y nuestra técnica calculan hoy ante posibilidades de tal envergadura.

Pero, a todas mis objeciones, Pepe se limitó a decir:
"Si hace, únicamente, dos siglos, a nuestros antepasados les hubiéramos hablado de la televisión, de los viajes a la luna, del control remoto de máquinas en el espacio y de los adelantos de la electrónica y de la energía nuclear, nos habrían tomado por locos..."
Y después me explicó lo que lograra conocer sobre esas naves espaciales prodigiosas. Me advirtió, sin embargo, que sus tripulantes no quisieron proporcionarle detalles minuciosos acerca de los mecanismos ni de ciertas particularidades sobre propulsión, fuentes de energía, aplicación de fuerzas y conversión o neutralización de las mismas, y que lo obtenido era sólo fruto de sus observaciones personales, a la luz de lo aprendido por él en la Tierra y de la comparación de sus conocimientos con los nuevos fenómenos comprobados en el viaje.

Ya se ha dicho que las estructuras y todas las piezas de que están formadas esas máquinas, son de materiales completamente desconocidos en la Tierra. Por tanto sus resistencias y reacciones a las fuerzas y leyes de la naturaleza por nosotros conocidas, son diferentes. Parece que su fuerza impulsora es el resultado de un complejo sistema en el que intervienen: energía termonuclear do minada y controlada en absoluto, el desarrollo de poderosos campos magnéticos y el auxilio y aprovechamiento simultáneo de nuevas fuentes de energía cósmica y lumínica hasta ahora desconocidas por nosotros.

Si un rayo de luz viaja en el espacio a 300.000 Km. por segundo, y si las microscópicas partículas que forman los rayos lumínicos pueden ser susceptibles de concentrarse y de dirigirse como, por ejemplo en los Láser, ¿quién se atreverla a negar que. dentro de condiciones especiales, a través de mecanismos todavía no imaginados por nuestra humanidad, y en el amplio campo de las onda) electromagnéticas y de los rayos cósmicos, otra humanidad haya alcanzado a encadenar la fuerza de esas partículas, obligándolas a proporcionar una parte de su energía cinética en provecho de todo el conjunto...

De las observaciones efectuadas, pudo deducir que los dos cuerpos concéntricos a que se ha hecho mención: la cúpula central o cabina de mandos, y la plataforma circular externa o cámara de máquinas, no obstante estar sólidamente unidos, quedaban aislados, automáticamente, por la inserción de materiales que, sin disminuir la solidez del conjunto, garantizaba la independencia y seguridad de la cabina interior, neutralizando fuerzas y posibles radiaciones. Aún cuando los tripulantes pudieran cometer algún error o descuido fortuito, el sistema de control electrónico del aparato los ponía, constantemente, a salvo de los riesgos propios de tan extraordinarios viajes.

Tal sistema abarcaba la solución total de los problemas que para nuestros físicos presentan los viajes espaciales, y muchos otros aún desconocidos en la Tierra. Uno de los más serios obstáculos que tienen que vencer nuestros coterráneos es el conjunto de fenómenos derivados de la ley de gravedad. Los astronautas de Ganímedes se ríen de esto: ellos han resuelto, hace mucho tiempo, todos los problemas relacionados con lo que nosotros llamamos "gravedad" según la definición de Newton. Sus máquinas pueden neutralizar, a voluntad, toda forma de atracción de masas, liberándose así, cuando conviene, de la influencia en tal sentido de cualquier cuerpo celeste o astro.

Esto les permite realizar las maniobras que han desconcertado a muchos técnicos que, alguna vez, llegaron a ver un OVNI. Explica el por qué pueden elevarse con toda suavidad y lentitud y alejarse del suelo a cualquier tipo de velocidad. Sabemos que nuestras naves espaciales deben iniciar su vuelo con determinada velocidad, según su tamaño y peso, para lograr la fuerza de "arranque" o sea la velocidad inicial que, contrarrestando a la fuerza de gravedad, permita a la máquina alejarse de la Tierra, sin la cual no podría continuar su trayectoria y caería de nuevo al suelo.

En cambio, los Ovnis suben y bajan con toda suavidad, pueden detenerse en el espacio a cualquier altura y permanecer inmóviles todo el tiempo que sus tripulantes deseen, y realizar toda clase de virajes en ángulos inverosímiles para nuestros aviadores, sin que la máquina o sus ocupantes sufran en lo más mínimo. Poderosos campos magnéticos y la combinación de fuerzas a que ya se ha aludido más arriba, logran esto, aparte de la calidad especial de los materiales mencionados.

En cuanto al organismo y funciones biológicas de sus tripulantes, sucede lo mismo: en los momentos críticos de ciertas maniobras, como ascensos y descensos, o en los cambios bruscos de velocidad o virajes violentos, toda la estructura y muy particularmente la cabina central son rodeadas por una fuerza cuya magnitud está en relación directa con las fuerzas naturales que ha de vencer, manteniendo así a la nave dentro de lo que podíamos llamar un "campo gravitacional propio".

En esta forma quedan anuladas todas las reacciones por gravedad o inercia, y han vencido todos los efectos desagradables y peligrosos provenientes de los cambios de presión, desgravación o pérdida de peso en el espacio exterior, y los consiguientes efectos fisiológicos y psíquicos para sus ocupantes.

Otro problema, que hasta ahora resulta una valla insalvable para nuestros sabios: el recalentamiento por la fricción de los cuerpos, que puede tener resultados terroríficos al atravesar las zonas de atmósfera, de la Tierra o de otros astros, ha sido, también, re. suelto por ellos.

Un sistema automático protector absorbe la energía térmica a medida que ésta se va generando en toda la cubierta exterior de la astronave, transformándola en refrigeración controlada y en fuerza propulsora; de tal suerte la capacidad del vuelo permite alcanzar velocidades muy superiores, dentro de la atmósfera, a todo lo calculado por nuestros científicos, aún cuando, en verdad, dentro de esas zonas no se llegue nunca a los límites asombrosos que más arriba se ha indicado.

Recordemos que, en la primera parte, nuestro amigo explicó cómo habla notado un apreciable cambio de velocidad entre el tiempo que permaneció ran en la atmósfera terrestre y cuando alcanzaron el espacio interestelar.

Otra de las características especiales observadas por él fue la referente al sistema de detección a distancia. Nosotros hemos desarrollado el radar Lo que ellos poseen al respecto reúne las condiciones de servicio, combinadas, del radar, la televisión y la telemetría telescópica. Una experiencia interesante fue presenciada por Pepe cuando atravesaban la zona conocida como Cinturón de Asteroides, ya mencionada anteriormente. En la respectiva pantalla de la cabina de mandos apareció de pronto la imagen de un meteorito que se aproximaba velozmente en la misma trayectoria seguida por la nave.

Por las ventanas del aparato no se distinguía nada. Los tripulantes le llamaron la atención y le dijeron, telepáticamente, que iban a eliminar ese obstáculo. Nuestro amigo seguía sin ver nada a través del ventanal. En la pantalla de control el asteroide continuaba acercándose y era visible en todos sus detalles. Uno de los astronautas reguló una llavecita y oprimió un botón. En la pantalla se vio estallar, en formidable explosión, al meteoro y, al mismo tiempo, nuestro amigo pudo ver por las ventanas, en la misma dirección en que viajaban pero a una distancia enorme, un destello fugaz que desapareció...

Al mirar de nuevo, inquisitivamente a sus acompañantes, la respuesta fue:
"Rayos cósmicos... y de Luz...".

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