Nublaremos sus conciencias, transformándolos en los hijos de Caín, mientras la noche nos abastece de su oscuridad, y luego de condenar sus almas, huiremos de la luz del sol, para cada noche por la eternidad, satisfacer nuestros cuerpos interfectos con su sangre y su dolor.
Y cuando la luna de nuevo cubra el tiempo, saldremos de las sombras, para lamer sus heridas y absorber lo que hay dentro de ellos, sentiremos el fervor de sus vidas mientras se escurre por nuestras gargantas, vaciaremos sus cuerpos y solo algunos podrán poseer nuestra maldición; en esto nos convertimos…
Desde aquella noche repartimos inmortalidad, nos hemos convertido en los que arrancan cuerpos del filo de la muerte, desapareciendo tras una nube grisácea cuando la negrura muere, esto es lo que elegimos, perpetuos, desalmados, feroces y tímidos ante la belleza de la sangre, tanto que hemos sido condenados a ser esclavizados por su presencia... Existimos sin necesidad de almas, nada nunca sentirá algo semejante como el placer de la sangre para nosotros.