Cantar el cortejo, matrimonio y luna de miel habidos entre Dumuzi e Inanna. Está escrito en una tablilla de arcilla encontrada al excavar la antigua ciudad de Uruk escrita con minúsculos caracteres cuneiformes:
En aquel día, enteradas las jóvenes diosas de la inminente boda de su amiga, la diosa Inanna, acudieron junto a ella a felicitarla. En diferentes lugares de la casa, esto es, del resplandeciente templo de Uruk, se hallaban los magníficos regalos que la diosa había recibido tanto de parte de su futuro esposo, Dumuzi, como de los amigos de éste. Rodeando a la joven diosa, con gran algarabía, todas ellas contentas, le dijeron:
“Oh Inanna, que regalos tan generosos has recibido. Tu novio, el señor Amaushumgalanna, es generoso. Sus amigos también son generosos, Inanna que capturas países enemigos como a pájaros, Ninegalla, tu novio y sus amigos son generosos. Oh tú que aplastas países enemigos como quien aplasta huevos, Inanna tu novio y sus amigos son señores generosos. Amaushumgalanna está en primer lugar, el labrador es el segundo en cuanto a sus regalos; no otro, sino el cazador de aves, es el tercero; el pescador, el hombre en medio del marjal, es el cuarto. Estos amigos te quieren mucho”.
“Dejadme a mí, la Señora, enviar un mensajero al pastor, a mi novio. Debo indicarle la fecha de la boda. Que mi enviado haga que Amaushumgalanna me obsequie el día de mis esponsales con las primicias de la mantequilla y de la leche de su redil. Dejadme enviar un mensajero al hacendado, el labrador, para que éste me obsequie con miel y vino. Dejadme que envíe un mensajero al cazador de aves que tiene sus redes tendidas. Dejadme enviarle un mensajero para que me obsequie con selectos pájaros. Y al pescador dejadme que le envíe un mensajero a su cabaña de juncos para que el amigo pescador me obsequie con sus preciosas carpas.
Pasado algún tiempo, los amigos del novio, tomando el día libre, pues la ocasión lo requería, llegaron a la casa de Inanna. El cazador de aves trajo pájaros escogidos, el pescador trajo preciosas carpas, las llevó en un cesto. El pastor, por su parte, cargaba cubos de mantequilla en sus manos, Dumuzi cargaba cubos de leche colgados de sus hombros, mantequilla y quesos pequeños colgaba de uno de sus hombros, leche batida mezclada con hierbas las cargaba en recipientes colgados del otro. El pastor Dumuzi puso la mano sobre la puerta y exclamó:
“ Apresúrate en abrir la casa, mi Señora, apresúrate en abrirla”. Inanna no había abierto la puerta, pues todavía no se hallaba preparada para recibir a nadie. Su madre, al percatarse de los movimientos de su hija, acudió junto a ella, que de pie y muy nerviosa estaba oyendo las palabras de Dumuzi. Acercándose le comenzó a hablar.
“Hija mía, realmente ahora tú eres ya esposa y él es tu esposo. Realmente tú serás su mujer. Eres su esposa. Y él es tu esposo. En verdad, tu madre, yo, soy ahora solo una extraña. Respetarás a su madre como si fuera yo. A su padre lo respetarás como si fuera tu padre.
Mientras Ningal le estaba indicando cual iba a ser su situación de entonces en adelante, desde afuera, Dumuzi se impacientaba por entrar.
“Apresúrate a abrir la casa, mi Señora, apresúrate a abrirla”, exclamaba insistentemente.
Inanna no hizo caso a la petición de Dumuzi, no le abrió la puerta. Es más siguiendo los consejos de su madre, se baño con agua, se perfumó con aceite dulce, decidió ponerse como vestido exterior el gran vestido principesco. También tomó sus amuletos en forma de hombre-animal, ordenó bien las piedras del collar de lapislázuli sobre su cuello y cogió su cilindro-sello en la mano.
La joven dama después de haberse acicalado adecuadamente, se situó detrás de la puerta, esperando de pié, estaba realmente hermosa.
Inhalando aire y dando un gran suspiro al tiempo que sus ojos brillaban intensamente, al fin abrió la cancela de la puerta desde el interior, A Dumuzi solo le cupo empujar la puerta. El pastor la abrió de par en par y como un rayo de luna llena, Inanna, se le apareció, deslumbrante ante sus ojos. Él la miró. Se alegró muchísimo. La tomó en sus brazos y la besó.
Luego penetraron en los aposentos de la casa y consumaron el matrimonio. Al día siguiente se celebró un magnífico banquete de bodas. Todos los dioses invitados degustaron de los manjares que se habían dispuesto para celebrar tan Fausto acontecimiento: los esponsales de dos divinidades.
Inanna, después de pasar varios días en la casa de sus padres, con Zu-en, el dios Luna, y con Ningal, la “Gran Señora”, se despidió de ellos y se fue con Dumuzi a su nuevo hogar, la casa de Dumuzi.
Llegados a ella, el pastor condujo a Inanna a su aposento y él se encaminó en primer lugar a la capilla de su dios familiar. En el transcurso de sus sentidos rezos, le dijo con toda humildad a su dios:
“Oh, mi señor, he venido a casa, oh mi señor, mi esposa me acompaña. Que ella me dé en su momento un hijo. Oh mi señor, entra en ella, entra en la casa. Cuando hayas penetrado en nuestros cuerpos podremos concebir un niño”.
Luego el pastor Dumuzi salió del sagrado recinto y se fue junto a su esposa. Tomándola de la mano la llevó a la capilla. Ante la puerta le dijo:
“Esposa mía, oh Inanna, he acudido antes a la capilla de mi dios personal a orar, a invocarle ayuda. Te he traído aquí también, ahora, porque deseo tener un hijo. Dormiremos delante de mi dios personal. Y en el sitio de honor de mi dios tutelar se sentarás esposa mía.
Aunque Dumuzi habló así con ella, Inanna se sentó junto al antepecho de la ventana, totalmente asustada, diciendo:
“Dumuzi, necesito ayuda. Yo siempre he obedecido a mi madre, estoy perdida sin sus consejos. Además desconozco cuál es mi quehacer en este hogar. Incluso, oh querido Amaushumgalanna", dijo avergonzada , “no sé cómo usar una rueca”.
Dumuzi, oídas aquellas palabras, se dirigió a su dios tutelar. Tras elevarle un piadoso saludo, le manifestó la siguiente plegaria:
“Señor, mi esposa está temerosa. Desconoce lo que es ser madre. Al hallarse fuera de su casa paterna, echa de menos las palabras de su madre. ¿Qué debo hacer en este caso? ¿Cómo tranquilizarla?.
El dios tutelar, su buen espíritu, le aconsejó:
“Amaushumgalanna, deberás ser ante todo gentil. No abuses de tu esposa en las relaciones amorosas, compórtate de modo persuasivo. No se trata de una mujer vulgar, sino de una queridísima Diosa. Trátala con respeto, compórtate bien, facilítale la vida que se merece.
Aconsejado así, Dumuzi acudió junto a su esposa. El pastor puso su brazo alrededor de la joven diosa y le dijo:
“Inanna, no te he arrastrado a la esclavitud. Tu mesa será una mesa espléndida. Comerás ante una mesa espléndida. Mi madre Durtur come al lado del barril de cerveza. Su hermano no come allí. Mi hermana Geshtinanna tampoco come allí, pero tú comerás ante la mesa espléndida. Esposa mía, tu no tejerás ropa para mí. Inanna, no coserás ni hilarás para mí. Esposa mía, no cardarás los vellones de lana para mí. No montarás urdimbres para mí, No temas, tampoco amasarás pan para mí. Ninegalla no temas nada”.
La diosa, abrazando emocionada al pastor Dumuzi, dijo:
“Yo, que soy puro esplendor en el cielo, que luzco amarillenta en la base del cielo al amanecer y al anochecer, oh marido mío, yo, que tengo el esplendor y el brillo en el cielo, te voy a entregar todo mi amor.
---- Háblame que en tus palabras no hay tiempo.
En aquel día, enteradas las jóvenes diosas de la inminente boda de su amiga, la diosa Inanna, acudieron junto a ella a felicitarla. En diferentes lugares de la casa, esto es, del resplandeciente templo de Uruk, se hallaban los magníficos regalos que la diosa había recibido tanto de parte de su futuro esposo, Dumuzi, como de los amigos de éste. Rodeando a la joven diosa, con gran algarabía, todas ellas contentas, le dijeron:
“Oh Inanna, que regalos tan generosos has recibido. Tu novio, el señor Amaushumgalanna, es generoso. Sus amigos también son generosos, Inanna que capturas países enemigos como a pájaros, Ninegalla, tu novio y sus amigos son generosos. Oh tú que aplastas países enemigos como quien aplasta huevos, Inanna tu novio y sus amigos son señores generosos. Amaushumgalanna está en primer lugar, el labrador es el segundo en cuanto a sus regalos; no otro, sino el cazador de aves, es el tercero; el pescador, el hombre en medio del marjal, es el cuarto. Estos amigos te quieren mucho”.
“Dejadme a mí, la Señora, enviar un mensajero al pastor, a mi novio. Debo indicarle la fecha de la boda. Que mi enviado haga que Amaushumgalanna me obsequie el día de mis esponsales con las primicias de la mantequilla y de la leche de su redil. Dejadme enviar un mensajero al hacendado, el labrador, para que éste me obsequie con miel y vino. Dejadme que envíe un mensajero al cazador de aves que tiene sus redes tendidas. Dejadme enviarle un mensajero para que me obsequie con selectos pájaros. Y al pescador dejadme que le envíe un mensajero a su cabaña de juncos para que el amigo pescador me obsequie con sus preciosas carpas.
Pasado algún tiempo, los amigos del novio, tomando el día libre, pues la ocasión lo requería, llegaron a la casa de Inanna. El cazador de aves trajo pájaros escogidos, el pescador trajo preciosas carpas, las llevó en un cesto. El pastor, por su parte, cargaba cubos de mantequilla en sus manos, Dumuzi cargaba cubos de leche colgados de sus hombros, mantequilla y quesos pequeños colgaba de uno de sus hombros, leche batida mezclada con hierbas las cargaba en recipientes colgados del otro. El pastor Dumuzi puso la mano sobre la puerta y exclamó:
“ Apresúrate en abrir la casa, mi Señora, apresúrate en abrirla”. Inanna no había abierto la puerta, pues todavía no se hallaba preparada para recibir a nadie. Su madre, al percatarse de los movimientos de su hija, acudió junto a ella, que de pie y muy nerviosa estaba oyendo las palabras de Dumuzi. Acercándose le comenzó a hablar.
“Hija mía, realmente ahora tú eres ya esposa y él es tu esposo. Realmente tú serás su mujer. Eres su esposa. Y él es tu esposo. En verdad, tu madre, yo, soy ahora solo una extraña. Respetarás a su madre como si fuera yo. A su padre lo respetarás como si fuera tu padre.
Mientras Ningal le estaba indicando cual iba a ser su situación de entonces en adelante, desde afuera, Dumuzi se impacientaba por entrar.
“Apresúrate a abrir la casa, mi Señora, apresúrate a abrirla”, exclamaba insistentemente.
Inanna no hizo caso a la petición de Dumuzi, no le abrió la puerta. Es más siguiendo los consejos de su madre, se baño con agua, se perfumó con aceite dulce, decidió ponerse como vestido exterior el gran vestido principesco. También tomó sus amuletos en forma de hombre-animal, ordenó bien las piedras del collar de lapislázuli sobre su cuello y cogió su cilindro-sello en la mano.
La joven dama después de haberse acicalado adecuadamente, se situó detrás de la puerta, esperando de pié, estaba realmente hermosa.
Inhalando aire y dando un gran suspiro al tiempo que sus ojos brillaban intensamente, al fin abrió la cancela de la puerta desde el interior, A Dumuzi solo le cupo empujar la puerta. El pastor la abrió de par en par y como un rayo de luna llena, Inanna, se le apareció, deslumbrante ante sus ojos. Él la miró. Se alegró muchísimo. La tomó en sus brazos y la besó.
Luego penetraron en los aposentos de la casa y consumaron el matrimonio. Al día siguiente se celebró un magnífico banquete de bodas. Todos los dioses invitados degustaron de los manjares que se habían dispuesto para celebrar tan Fausto acontecimiento: los esponsales de dos divinidades.
Inanna, después de pasar varios días en la casa de sus padres, con Zu-en, el dios Luna, y con Ningal, la “Gran Señora”, se despidió de ellos y se fue con Dumuzi a su nuevo hogar, la casa de Dumuzi.
Llegados a ella, el pastor condujo a Inanna a su aposento y él se encaminó en primer lugar a la capilla de su dios familiar. En el transcurso de sus sentidos rezos, le dijo con toda humildad a su dios:
“Oh, mi señor, he venido a casa, oh mi señor, mi esposa me acompaña. Que ella me dé en su momento un hijo. Oh mi señor, entra en ella, entra en la casa. Cuando hayas penetrado en nuestros cuerpos podremos concebir un niño”.
Luego el pastor Dumuzi salió del sagrado recinto y se fue junto a su esposa. Tomándola de la mano la llevó a la capilla. Ante la puerta le dijo:
“Esposa mía, oh Inanna, he acudido antes a la capilla de mi dios personal a orar, a invocarle ayuda. Te he traído aquí también, ahora, porque deseo tener un hijo. Dormiremos delante de mi dios personal. Y en el sitio de honor de mi dios tutelar se sentarás esposa mía.
Aunque Dumuzi habló así con ella, Inanna se sentó junto al antepecho de la ventana, totalmente asustada, diciendo:
“Dumuzi, necesito ayuda. Yo siempre he obedecido a mi madre, estoy perdida sin sus consejos. Además desconozco cuál es mi quehacer en este hogar. Incluso, oh querido Amaushumgalanna", dijo avergonzada , “no sé cómo usar una rueca”.
Dumuzi, oídas aquellas palabras, se dirigió a su dios tutelar. Tras elevarle un piadoso saludo, le manifestó la siguiente plegaria:
“Señor, mi esposa está temerosa. Desconoce lo que es ser madre. Al hallarse fuera de su casa paterna, echa de menos las palabras de su madre. ¿Qué debo hacer en este caso? ¿Cómo tranquilizarla?.
El dios tutelar, su buen espíritu, le aconsejó:
“Amaushumgalanna, deberás ser ante todo gentil. No abuses de tu esposa en las relaciones amorosas, compórtate de modo persuasivo. No se trata de una mujer vulgar, sino de una queridísima Diosa. Trátala con respeto, compórtate bien, facilítale la vida que se merece.
Aconsejado así, Dumuzi acudió junto a su esposa. El pastor puso su brazo alrededor de la joven diosa y le dijo:
“Inanna, no te he arrastrado a la esclavitud. Tu mesa será una mesa espléndida. Comerás ante una mesa espléndida. Mi madre Durtur come al lado del barril de cerveza. Su hermano no come allí. Mi hermana Geshtinanna tampoco come allí, pero tú comerás ante la mesa espléndida. Esposa mía, tu no tejerás ropa para mí. Inanna, no coserás ni hilarás para mí. Esposa mía, no cardarás los vellones de lana para mí. No montarás urdimbres para mí, No temas, tampoco amasarás pan para mí. Ninegalla no temas nada”.
La diosa, abrazando emocionada al pastor Dumuzi, dijo:
“Yo, que soy puro esplendor en el cielo, que luzco amarillenta en la base del cielo al amanecer y al anochecer, oh marido mío, yo, que tengo el esplendor y el brillo en el cielo, te voy a entregar todo mi amor.
---- Háblame que en tus palabras no hay tiempo.