El derrumbe de las murallas de Jericó: ¿Fuerza divina o sofisticadas armas?

«El Arca de Yahvé dio una vuelta a la ciudad; después, todos volvieron al campamento, donde pasaron la noche. Josué se levantó de madrugada y los sacerdotes tomaron el Arca de Yahvé. Los siete sacerdotes que llevaban las siete trompetas de cuerno de carnero iban delante del Arca de Yahvé, tocando sus trompetas durante la marcha; delante de ellos iban los armados y la retaguardia iba detrás del Arca de Yahvé; se desfilaba al sonido de las trompetas. El segundo dia dieron también una vuelta alrededor de la ciudad y después volvieron al campamento. Así hicieron durante seis días. El dia séptimo se levantaron con el alba, dieron siete vueltas a la ciudad del mismo modo; solamente ese dia dieron siete vueltas alrededor de la ciudad. A la séptima vuelta, mientras los sacerdotes tocaban las trompetas, Josué dijo al pueblo: "Dad el grito de guerra, porque Yahvé os ha entregado la ciudad"». (Josué 6, 11-16).

El relato de Josué cuenta cómo los israelitas conquistaron la ciudad de Jericó al llegar a la Tierra Prometida después de caminar por el desierto durante cuarenta años. Una conquista que se llevó a cabo apenas sin oposición y donde el sonido de los instrumentos, el grito de guerra de los judíos y el Arca de la Alianza jugaron un extraño papel que vamos a tratar de analizar en este artículo. 

«El Arca de Yahvé dio una vuelta a la ciudad; después, todos volvieron al campamento, donde pasaron la noche. Josué se levantó de madrugada y los sacerdotes tomaron el Arca de Yahvé. 

Los siete sacerdotes que llevaban las siete trompetas de cuerno de carnero iban delante del Arca de Yahvé, tocando sus trompetas durante la marcha; delante de ellos iban los armados y la retaguardia iba detrás del Arca de Yahvé; se desfilaba al sonido de las trompetas. El segundo dia dieron también una vuelta alrededor de la ciudad y después volvieron al campamento. Así hicieron durante seis días. El dia séptimo se levantaron con el alba, dieron siete vueltas a la ciudad del mismo modo; solamente ese dia dieron siete vueltas alrededor de la ciudad. A la séptima vuelta, mientras los sacerdotes tocaban las trompetas, 

Josué dijo al pueblo: “Dad el grito de guerra, porque Yahvé os ha entregado la ciudad”». (Josué 6, 11-16). La primera excavación importante que se realizó en el lugar donde se cree se encontraba el emplazamiento de Jericó se desarrolló en la parte sur del Valle del Jordán entre 1907 y 1909 y estuvo a cargo de un equipo alemán. Los arqueólogos encontraron montones de ladrillos de barro en la base de la colina sobre la cual se cree que había estado construida la ciudad. Sin embargo, habría que esperar hasta los 1950s para que estas muestras pudieran ser analizadas con nuevas técnicas. Así fue como la arqueóloga británica Kathleen Kenyon confirmó que los ladrillos procedían de las murallas de la ciudad y que se habían derrumbado poco antes de su destrucción. El relato bíblico dice que, al desplomarse las murallas, los hijos de Israel entraron en la ciudad, incendiándola. 

Así lo refiere al menos Josué en 6, 24: «Después quemaron la ciudad y todo lo que había en ella, a excepción de la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro, que se depositaron en el tesoro de la casa de Yahvé». Y, efectivamente, Kenyon encontró evidencias de una masiva destrucción por el fuego. En su informe sobre las excavaciones de Jericó, escribió: «La destrucción fue total. Las paredes y suelos estaban ennegrecidos o enrojecidos por el incendio y cada habitación estaba llena de ladrillos caídos, maderas y utensilios caseros. 

En la mayoría de las habitaciones, los objetos encontrados estaban completamente abrasados». POLÉMICA EN TORNO A JERICÓ En general, los historiadores sitúan la conquista de la Tierra Prometida por Josué hacía el siglo XIII a.C. Sin embargo, Kathleen Kenyon no estaba de acuerdo con esa data, ya que —según ella— no encontró evidencias de que la destrucción de la ciudad se produjera en esas fechas. 

Es más, quien fuera el director del instituto que conserva los Manuscritos del Mar Muerto, el Dr. Broshi, afirmó que la ciudad de Jericó y todo el área circundante eran desierto entre los siglos XV y XI a.C. Por tanto, los israelitas no tuvieron que matar rivales y quemar ciudades para poder asentarse. Asimismo, el arqueólogo hebreo Israel Finkelstein de la Universidad de Tel-Aviv, cree que a colonización de la Tierra Prometida fue un proceso gradual que tuvo lugar durante el período largo y en el que participaron gente de Canaán y otros lugares. Ahora bien, aunque la mayoría de los estudiosos no aceptan la guerra de conquista de Josué como un hecho histórico, esto no significa que se haya dado carpetazo al asunto. Por un lado, varios expertos dicen que no hay pruebas de la destrucción de Hai (otra y urbe cananea cercana a Jericó), porque la ciudad estaba en otro sitio hace 3.000 años. 

Por el otro, investigadores como el norteamencano Bryant Wood, director de Pro-Bible Associates for Biblical Research, insisten en que sus propias investigaciones apoyan el asalto a Jericó y opinan que Kathleen Kenyon se equivocó respecto a las fechas. Pero si aceptamos la versión de Wood, es decir, el relato bíblico literal, deberíamos analizar qué fue lo que realmente provocó la caída de las murallas. En principio, la explicación más probable sería un terremoto, aunque el hecho de que sólo afectara de manera selectiva a ciertas partes de la muralla (la zona norte quedó en pie) hace pensar en otra posibilidad. 

Precisamente en el área norte de la ciudad vivía Rahat, la prostituta que ocultó a varios espías israelitas mientras hacían un reconocimiento previo de Jericó y cuya casa se apoyaba en la muralla. Antes de regresar al campamento israelí, los espías aconsejaron a Rahat que llevara a su casa a toda la familia porque allí nada les pasaría. «Premonición» que también queda reflejada en la Biblia (Josué 6, 17): «La ciudad será dada por anatema a Yahvé con todo lo que en ella se encuentra; solamente quedará con vida Rahat, la meretriz, y todos los que estén con ella en su casa, porque escondió a los exploradores que habíamos enviado».

 La voz del profeta relata en los versículos siguientes: «Josué dijo a los dos hombres que habían explorado la tierra: “Entrad en la casa de la meretriz y sacadla fuera con todos los suyos, como se lo habéis jurado”. Aquellos jóvenes exploradores entraron y sacaron a Rahat, a su padre, a su madre y a sus hermanos con todo lo suyo. Hicieron salir a toda la parentela y los colocaron fuera del campamento de Israel». Y esto fue exactamente lo que los arqueólogos se encontraron: las murallas conservadas en el lado norte de la ciudad con todas las casas apoyadas en ellas. 

De ahí que la hipótesis del terremoto no resulte convincente para explicar lo que realmente sucedió. Además, los autores bíblicos dejaron bien claro que todo fue obra de Yahvé como premio a la gran fe de los israelitas. ¿FUERZA DIVINA O SOFISTICADAS ARMAS? En Mystery Planet ya hemos planteado en anteriores ocasiones la posibilidad de que el Arca de la Alianza, lejos de ser una simple caja diseñada para albergar las Tablas de la Ley, fuera en realidad un arma sofisticada (ver video: El Arca de la Alianza: ¿era un reactor nuclear?). 

En ese caso, ¿no podría haber sido utilizada para hacer caer, selectivamente, las murallas de Jericó? Además, en esta ocasión el Arca iba escoltada por los sacerdotes, que tocaban las trompetas mientras rodeaban la ciudad. Estas vibraciones, unidas al estruendo de las pisadas de miles de personas y los gritos del séptimo día, podrían haber propiciado las condiciones necesarias para el «terremoto» provocado. Veamos porqué.




Hoy se sabe que los ultrasonidos pueden desintegrar hasta las piedras más densas. Sin embargo, en los restos arqueológicos hallados por Kathleen Kenyon a mediados del siglo pasado no había ninguna señal de este tipo de desintegración. Por el contrario, los ladrillos encontrados estaban enteros, haciendo suponer que cayeron desde cierta altura, como si la caída hubiera sido provocada por algún tipo de vibración procedente del mismo suelo.

Luego pudo tratarse de un «terremoto» artificial, quizá debido a ondas sonoras de baja frecuencia o bien consecuencia de las trompetas tocadas por los sacerdotes. Los hechos pudieron haber sucedido así: el primer día, la multitud sólo habría dado una vuelta, suficiente —tal vez— para que los cimientos se resintieran debido a la resonancia de las notas producidas. 

El segundo día, pudo acentuarse el efecto anterior hasta el punto de que los cimientos podrían haber comenzado a moverse. Y así sucesivamente, hasta que al séptimo día los cimientos se encontrarían tan dañados que necesitaron muy poco para desplomarse. 

Toma de Jericó retratada en la Puerta del Paraíso, Baptisterio de Florencia, Italia. Obra del escultor y orfebre italiano Lorenzo Ghiberti, 1452.En ese momento, la combinación de los sonidos de las trompetas con el grito de la multitud pudo haber creado una onda capaz de hacer vibrar toda la muralla, excepto la parte en que se encontraban apoyadas algunas casas, hasta que aquélla terminó por desplomarse. La función del Arca en este caso no está clara, pero bien podría haber actuado como un escudo, protegiendo a los israelitas de los infrasonidos. La Biblia no menciona la posible defensa de la ciudad por los soldados de Jericó, algo que resulta realmente extraño si se da crédito al relato histórico.

 Este aparente desinterés por defender su ciudad, ¿podría haberse debido a una enfermedad capaz de debilitarles hasta el punto de que no pudieron reaccionar? Fue el investigador francés Vladimir Gavreau quien descubrió la capacidad de los infrasonidos para producir malestar fisiológico. Parece ser que estimulan el desequilibrio del oído central, provocando náuseas que se prolongan durante varias horas, incluso días. Si la exposición es suave, el individuo enferma, pero si es intensa y continuada, sobreviene la muerte. Datos que nos permiten interpretar los sucesos de Jericó desde otro punto de vista. Así, habría podido suceder que las vibraciones, de intensidad creciente día a día, fueran suficientes para neutralizar la defensa militar de la ciudad y, de paso, hacer caer sus muros. Gavreau descubrió que una frecuencia de 7 ciclos por segundo (cps) es mortal y las comprendidas entre 1 y 10 cps. producen efectos terroríficos. 

Aumentando ligeramente la amplitud, se afecta al comportamiento: primero se inhibe la actividad intelectual, luego se bloquea y, finalmente, se destruye. Toma de Jericó retratada en la Puerta del Paraíso, Baptisterio de Florencia, Italia. Obra del escultor y orfebre italiano Lorenzo Ghiberti, 1452. Pero los ataques con infrasonidos —cuyo éxito se debe a su propiedad de «agarrarse» al suelo— tienen también otras consecuencias, ya que hacen vibrar todo lo que se asienta sobre el suelo. A principios de siglo, el científico serbio Nikola Tesla dedicó una buena parte de su genio a explicar los efectos que pequeños sonidos podrían tener sobre la estabilidad de los edificios. Sus interlocutores se solían burlar de él porque ignoraban que, años antes, Tesla estuvo a punto de destruir su propio laboratorio con una máquina de infrasonidos. 

Más tarde, parece que inventó armas para generar impulsos en esas frecuencias, al parecer capaces de arrasar ciudades enteras. Volviendo al caso que nos ocupa, es importante indicar que, antes de llevar a cabo la estrategia de caminar alrededor de la ciudad, Josué había enviado unos exploradores para reconocer el territorio.

 Probablemente su misión fuera informar no sólo sobre la distribución de las casas, sino también acerca del emplazamiento de cuevas, corredores y otras cavidades naturales dentro de la colina. Bajo ciertas condiciones, estos lugares pueden actuar como «cajas de resonancia», amplificando el poder de los infrasonidos y proyectándolo directamente sobre el objetivo deseado, en esta ocasión las murallas. ¿UN CAMPO ANTI-GRAVITACIONAL? Al tratar de analizar las posibles causas del derrumbamiento de las murallas de Jericó, convendría tener presente la curiosa experiencia vivida por un médico sueco, el doctor Jarl. Éste, en compañía de un amigo tibetano que había conocido en la Universidad de Oxford, viajó al Tíbet en 1939 para hablar con el lama jefe del monasterio. Un día, ambos amigos fueron testigos de algo realmente asombroso, al presenciar el extraño «método» utilizado por los lamas para transportar unas grandes losas de piedra hacia una cueva pequeña, situada a 250 metros de altura desde el pie de un acantilado. 

En medio del prado, a otros 250 metros del acantilado, se podía distinguir una losa que recordaba a un barreño, ya que contenía una cavidad central de 1 m. de diámetro y 15 cms. de profundidad. Hasta ella fue arrastrado por bueyes otro bloque de piedra cuyas dimensiones eran de 1 m. de ancho y 1,5 m. de largo. Posteriormente, y a una distancia de 63 m. de la losa, los lamas colocaron diecinueve instrumentos musicales trece tambores y seis trompetas que formaban un arco de 90 grados. Ocho de los tambores tenían un diámetro de 1 m. y una longitud de 1,5 m.; otros cuatro tenían 0,7 m. de diámetro y 1 m. de largo, y el más pequeño, 0,2 m. de diámetro y 0,3 m. de longitud. Todas las trompetas eran del mismo tamaño: 3,12 m. de largo y una abertura de 0,3 m. Los tambores grandes y las trompetas se colocaron sobre unos soportes ajustados, mediante bastones, a la losa de piedra, situándose una fila de monjes detrás de los instrumentos. 

Cuando la piedra estaba en posición, el monje que se encontraba tras el tambor pequeño dio una señal para que comenzara el concierto. El tambor pequeño provocaba un sonido muy agudo y podía oírse incluso entre la cacofonía generada por los demás instrumentos. Los monjes, paralelamente, entonaban un mantra cuya intensidad aumentaba al unísono con tambores y trompetas. Durante los primeros cuatro minutos no pasó nada, pero a medida que la velocidad de los sonidos aumentaba junto con el ruido general, la gran losa de piedra empezó a moverse y a columpiarse hasta que, de repente, se suspendió en el aire, ganando paulatinamente velocidad en dirección a la pequeña cueva. En tres minutos salvó una altura de 250 metros y «aterrizó» justo delante de la gruta. Por el mismo procedimiento, los lamas izaron seis rocas en poco más de una hora. El Dr. Jarl fue el primer occidental en presenciar un acontecimiento de esta índole, y también en registrarlo, pues, después de vencer su estupor inicial, logró sacar dos películas fotográficas del suceso. 

Un método de transporte ciertamente extraordinario que, según el investigador neozelandés Bruce Cathie, tiene su explicación. Este estudioso asegura que los monjes tibetanos conocen las leyes que gobiernan la estructura de la materia hasta el punto de que —según los cálculos de Cathie—, el secreto de la elevación de las piedras depende de la colocación geométrica de los instrumentos musicales en relación con las losas que van a ser levantadas y de la sintonización armónica de tambores y trompetas. Sumado lo anterior a los cantos de los monjes específicamente entrenados en el dominio de tonos y ritmos, fue como se consiguió el efecto descrito anteriormente. Las ondas sonoras generadas fueron proyectadas de tal manera que se creó un efecto anti-gravitacional en el centro del foco (la posición de las piedras) y alrededor de la periferia —o arco— por el cual se movían las piedras. 

En el caso de Jericó, tenemos también círculos (las vueltas que daban alrededor de la ciudad) y trompetas. Podría haberse dado un fenómeno parecido al de los lamas, que habría sido provocado por el griterío de la multitud, los sonidos de las trompetas y la alta carga de electricidad estática producida alrededor del Arca, después de haber sido transportada siete veces alrededor de la ciudad en siete días. Esta combinación podría haber creado anomalías gravitacionales en los ya debilitados cimientos de las murallas de Jericó precipitando así su derrumbe. ¿Fue esto lo que sucedió realmente?
Artículo publicado en MysteryPlanet

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