El Estado Islámico está condenado a morir

El catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Barcelona afirma que "el 64% de los franceses que se unen al califato son perturbados"


Joan Anton Mellón:
Un grupo de niños del Estado Islámico posan armados y vestidos de militares LVD
El grupo Estado Islámico no es una realidad que vaya a quedarse aquí para siempre, ni mucho menos. “Está condenado a morir”, asegura el catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universitat de Barcelona Joan Anton Mellón en una comida en el Círculo del Liceo, uno de los espacios más clásicos de congregación de la alta sociedad barcelonesa.
En aquella estancia de tapiz rojo fresa y círculos blancos se escuchan murmullos de desaprobación pero también de alivio. El experto en yihadismo pone un dato sobre la mesa: “el 64% de los franceses que se unen al Estado Islámico son perturbados”.
Aun así, en los últimos años, el Estado Islámico ha puesto de manifiesto el fracaso de las políticas de integración de muchos países europeos, en donde los jóvenes acuden a la afirmación de su identidad de origen, “como una chica occidentalizada que decide ponerse el velo a los 16 años”.
Desafortunadamente, en algunos casos, hasta la adhesión a una organización terrorista. Se calcula que, en marzo, 3.000 europeos habían abandonado su cómoda vida en Europa para unirse a una organización terrorista que ha conocido por Internet.
El fenómeno cuesta de entender, y más cuando Mellón apunta que el problema es que no se les ha querido “demasiado”. Y es que a pesar de que se hayan hechos menús especiales sin cerdo en las escuelas, aunque las mujeres hayan podido acudir al ginecólogo y recibir ayudas, el racismo social es latente. Sin darse uno cuenta, chispea. El miedo a lo diferente, innato, sale de su cueva.
“Tienen que integrarse”. Este es el eslogan popular. Y no pueden llevar velo, pero la gente de aquí sí tatuajes y pañuelos cool. Y, ante la contradicción, muere la coherencia, esa que exige predicar y actuar en consecuencia, a pesar del riesgo de no ser correspondido.
Sea un problema psicológico o de afirmación de la identidad, Mellón advierte que la actuación ante el proceso de radicalización debe darse en sus primeras fases. “Cuando un individuo ha llegado al punto de fanático, el margen de actuación es cero”.
La preocupación de la sociedad española es creciente, mientras se van produciendo consecutivos ataques en democracias consolidadas como la francesa o la tunecina. El ‘monstruo’ acecha, y el nivel de alerta por atentado se eleva ya al 4 de 5. El gobierno británico lo advertía hace unos días en un informe para sus conciudadanos, el riesgo más alto está en España, Francia, Bélgica y el propio Reino Unido.
Es largamente conocido que la presencia de la policía y los servicios secretos se ha incrementado notablemente en la ciudad condal en los últimos tiempos. El control es ‘sobresaliente’, pero los predicadores esquivan ya las mezquitas y los imanes para decir sus barbaridades. “Ahora la radicalización – dice sin rodeos Mellón – se produce en los garajes”.
Y a la expectativa de, casi siempre, lobos solitarios, el califato se consolida y cumple su primer año. Y como apunta el profesor, que también es investigador del Centre de Recerca en Governança del Risc (GRISC) de la Universidad Autónoma de Barcelona, “es necesario combatir el wahabismo”. Eso y reconstruir Irak. Lo primero para acabar con el fanatismo, y lo otro para acabar con su sede, cuando el terreno del que hablaba Kaplan reivindica su papel más que nunca.

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