En sentido propio, el término yihad, significa “esfuerzo”, pero el esfuerzo en la vía de Dios. Yihad, que suele traducirse como “guerra santa”, por más que su núcleo semántico no contenga la noción de guerra (en árabe: harb), viene de una raíz que expresa la idea de esfuerzo físico y moral que el hombre desarrolla para realizar sus obras, ya se trate de actos de adoración del culto, ya sea realizando las acciones necesarias para el desarrollo del conocimiento del mundo, ya sea participando en los combates ofensivos y defensivos que la comunidad musulmana ha llevado y lleva contra sus oponentes y enemigos. Sustantivo de género masculino, que tanto en teología como en hermenéutica nos propone un concepto polisémico que tiene connotaciones complejas y, por lo menos, tres sentidos: el esfuerzo contra sí mismo, el esfuerzo contra los malos musulmanes y el esfuerzo por la expansión del Islam.

Asimismo, los tratados sobre yihad, basados en el Corán y en la Sunna del Profeta Muhammad, insisten en este punto: este esfuerzo es el acto más ligado íntimamente a la escatología, porque confronta al hombre en contacto directo con la muerte. El combatiente puede resultar ileso, herido o muerto, pero en los tres casos se habrá enfrentado a la muerte y, seguro de alcanzar la recompensa eterna, habrá tenido que vencer el miedo (jawf) a perder la vida (ayt). El Corán insta, en numerosas ocasiones, a luchar contra los enemigos de la religión, prometiendo el Paraíso a los combatientes. Quien combate por Dios con intención sincera, tanto si muere en la lucha como si sale vivo de ella, tiene asegurada la recompensa en la otra vida: “¡Que quienes cambian la vida de acá por la otra combatan por Dios! ¡A quien, combatiendo por Dios, sea muerto o salga victorioso, le daremos una magnífica recompensa!” (4:74). El yihad se rige por normas jurídico-religiosas que regulan su doble faceta espiritual y material, interna y externa, que de no cumplirse, se vería anulado su auténtico sentido en el que la fidelidad de la intención (niyya) del individuo constituye la clave.
El combate es siempre preludio o posibilidad de muerte y, por tanto, generador de miedo. Sin embargo, apenas hay referencias al temor físico al dolor y a dejar de existir. El Corán sólo indica que no hay que temer al más allá. Y es que el miedo, inherente al ser humano, si no ocasiona la pérdida del discernimiento se transforma en valentía. Así lo entendió Hi-m b. Abd al-Malik (décimo califa omeya) cuando preguntó a su hermano Maslama b. Abd al-Malik: “¿has sentido miedo ante un combate o un enemigo?”. Maslama le respondió: “Yo no estoy libre del temor que pone en guardia contra un ardid, pero el miedo jamás me ha afectado hasta el punto de privarme del discernimiento”. Entonces dijo: “¡Tienes razón, por Dios! Eso es la valentía”. Sin embargo, la valentía nunca debe ser interpretada como un acto temerario ni mucho menos suicida, ya que este acto se condena en el Corán. Por el contrario, el combatiente ha de saber administrar sus fuerzas, renunciar a su propia iniciativa y siempre obedecer a sus superiores.
Así, la posibilidad asumida de morir se transforma en la meta deseada. Quien muere en el yihad cumpliendo todos los requisitos exigidos es un mártir/testigo (-ahd) del Islam y, por ello, tiene asegurada la entrada directa en el Paraíso y la jerarquía más alta entre los bienaventurados. El muyahid (“el que se esfuerza” en la vía de Dios) se enfrenta a una muerte vivificadora que lo anima y estimula a luchar y a morir, a “ser matado y después resucitar, ser matado y después resucitar, ser matado…”, según consta en un hadiz. El mártir halla en la muerte la verdadera vida. “¡No digáis de quienes han caído en el camino de Dios que han muerto! No, sino que viven” (Corán 2:154), dice una de las muchas citas coránicas acerca de esta cuestión.
El mártir, al igual que todo fiel musulmán, tiene asegurada la recompensa eterna. Sin embargo, como ha quedado expuesto anteriormente, el muyahid se sitúa en un destacado plano de privilegio sobre los demás, tanto en el momento de la muerte y en los posteriores trances como en su propia ubicación en el Paraíso. Tras una muerte sin miedo ni dolor, los musulmanes caídos en el combate saldrán de sus sepulcros, serán saludados por los ángeles y no experimentarán prueba alguna. Después, cada uno de ellos debajo de su propia bandera, es decir, la bandera de los mártires (liw´ al-uhad´), accederá al Paraíso por la primera de sus ocho puertas de oro con incrustaciones de perlas, pues ésta es la que está reservada a los profetas, a los enviados, a los mártires y a los santos. Entre todos los gozos que el mártir experimentará destaca su relación con las huríes, “hermosas doncellas de negras pupilas, engalanadas con seda verde que se ceñirán el cinturón amarillo de perlas (durr) y mostrarán sus senos y su busto y luego montarán uno de los caballos del Paraíso con las patas de jacinto y vendrán a ponerse detrás de vosotros y cuando padezcáis, ellas padecerán con vosotros y cuando uno de vosotros seáis derribado, ellas acudirán a enjugar la sangre y el rostro y dirán: hoy se acaba para vosotros el mundo (dunya) y sus penas, estaréis junto al Señor, el Generoso, y beberéis vino sellado (raq majtm) y escogeréis a vuestras esposas de entre las huríes de negras pupilas.
Aun allí se distinguirán tres tipos entre ellos, según la pureza de sus intenciones: a) el que salió a engrosar las filas del Islam sin ánimo de matar ni de ser matado; b) el que luchó con la intención de matar y de no morir; c) el que se entregó por completo con la intención de matar y de ser matado. Y el más meritorio de todos los mártires, el que mata y es matado, deseará paradójicamente lo que ningún otro bienaventurado: volver al mundo y ser matado diez veces a causa de los prodigios que ha visto. En el más elevado de los grados celestes los mártires experimentarán la más completa de las dichas, la visión beatífica, mencionada en el Corán 75:22-23 que expresa: “En ese día, el del Juicio, unos rostros brillarán, contemplando a su Señor”.
El yihad, para algunos el sexto pilar del Islam, está determinado por dos factores independientes y distintos entre sí que han de mantenerse armoniosamente unidos. Por una parte, su faceta material encaminada a hacer lo más rentable posible la acción del combatiente en pro de la victoria sobre el enemigo, y por otra, la espiritual, la que debe regir con fidelidad sus actos interiores. Ambas facetas, estrechamente unidas, confundidas en una sola, constituyen la base de la escatología del yihad, con los siguientes elementos: la acción de los combatientes es la más relacionada con la escatología porque pone al hombre en contacto directo con la muerte. El miedo a la muerte y a la otra vida se transforma en una sublime y deseada secuencia: valor, muerte vivificadora y vida perdurable en el Paraíso. Entre ellos, el que muere cumpliendo todos los requisitos exigidos, es un mártir (-ahd) y, por eso, tiene asegurada la entrada directa en el Paraíso. Los mártires, con un trato y ubicación de privilegio entre los bienaventurados, experimentarán el gozo sobrenatural de la contemplación de Dios o teofanía.