Buenos Aires - ¿PORQUE TIENEN SOTANOS LAS CASAS ANTIGUAS?

Las casas antiguas de Corrientes Capital guardan secretos que poco a poco se van descubriendo. Uno de los motivos esgrimidos por las antiguas familias o propietarias de los fundos era que, los secretos de la casa se reservaban para los dueños temporales, teniendo en cuenta que los lugares, denominémoslos reservados, que significaban privacidad, seguridad, escondite etc., ante la ausencia de bancos, el sótano o la doble pared eran los escondites que ni siquiera el personal doméstico conocía. En algunas casas, de pronto la pared que uno pensaba maciza, tenía un hueco en su seno y en él se escondían algunos valores, papeles privados o simples chucherías, todos recuerdos de mejores o peores tiempos. 

Nos ubicamos sobre la calle Catamarca entre 25 de Mayo y pasaje Villanueva de nuestra ciudad. El pasaje supo albergar un antiguo mercado de abasto, es una callejuela angosta, hermosa y romántica. 

Cuando se produjo la invasión paraguaya a Corrientes, en 1865, de la que hemos esbozado ya dos teorías: una la restrictiva: que la ciudad vivía en la oscuridad, se escondían de los invasores, eran maltratados, etc.; otra, que todos confraternizaban en reuniones, bailes y otras tantas relaciones, seguramente por eso del síndrome de Estocolmo, en que el preso se enamora de su carcelero.  Todo marchaba bien mientras las relaciones correntino-paraguayas se mantenían en un nivel de convivencia pacífica, los oficiales se instalaban en casas de familias conocidas, muchas de ellas parientes de los huéspedes, teniendo en cuenta los lazos de amistad y vínculos parentales existentes. Hay que recordar que la mitad de Corrientes era paraguayista. 

En esa casa antigua, sobre la calle Catamarca, en la cual se hospedaron soldados paraguayos, uno de ellos descubrió el secreto de un sótano donde sus propietarios guardaban algo de dinero, alimentos, bebidas y otros enseres. El propietario le pidió que guardara el secreto porque formaba parte del círculo de la casa. 

Pasaron los días, conversaciones van y conversaciones vienen, se pusieron de acuerdo en que si tenían que retirarse de la ciudad, el grupo de tres oficiales paraguayos se quedaría escondido en la casa, hasta que las aguas se calmaran. No querían volver a su tierra, según manifestaron, por ser opositores a Francisco Solano López, a quien describieron por su crueldad. Otro detalle es que una de las hijas de los propietarios -ocupantes pasajeros de la casa- se enamoró perdidamente de Francisco, soldado paraguayo, pintón, buen cantor, diestro con la guitarra, zalamero por oficio y ascendencia. El padre de esta niña, vio con buenos ojos la relación porque el muchacho era parte de la tropa elite de los paraguayos y de familia acomodada. Sin embargo, por ser demasiado joven, esta hija no será la encargada del secreto que viene después, ni de las desgracias que sellaran la suerte y el destino de su enamorado. 

Los días transcurrieron felices hasta que se produce un cambio de situación. Noticias graves llegan a la ciudad, Wenceslao Robles, o mejor dicho sus seguidores, se retiran con sus fuerzas hacia su país en octubre de 1865 y afirmaban que Urquiza los traicionó, todos corren de un lado a otro, el ejército paraguayo de ocupación comienza sus preparativos para embarcarse hacia su patria. Los oficiales hospedados en la casa de la calle Catamarca, conjuntamente con su dueño, urden un plan: se esconderán en el sótano, que hasta una letrina tiene para seguridad, conectado al pozo de la casa por un tubo, de escaso diámetro, inclinado de hierro. El agua en canteros, más los alimentos que habían mermado desde la invasión, mayor consumo por mayor población, diríamos. Estaba todo planeado. 

El dueño de la casa había reforzado la puerta de acceso al sótano con barras de hierro por dentro, otra por fuera, la puerta era de hierro fundido hecha especialmente en la ciudad de Buenos Aires, al efecto y bastante chica, debían pasar agachados. Francisco y sus compinches de aventura, cuando el ejército paraguayo se retiró, se escondieron en el sótano. El dueño, como es lógico, colocó la tranca de metal y un gran candado que aseguraba la puerta. Corrió el mueble que tapaba el acceso y esperó el desenlace de la situación. Los paraguayos buscaron a los suyos, no los encontraban. Supusieron lo peor y se fueron. En la retirada, los invasores fueron acompañados de numerosas familias adeptas, entre ellas, esta familia. En la casa el único que sabía era el padre, quien encomendó a una hija casada y embarazada, que una vez retiradas las tropas paraguayas, fuera a la casa y abriera la tranca y sacara el candado. Eugenia se llamaba la encomendada En las últimas escaramuzas entre federales y mitristas locales, un disparo perdido dio en el pecho de Eugenia, quien se encontraba sentada en el patio de la casa, antes de morir trató de explicar a su esposo, recién llegado de San Roque, que tenía que abrir el sótano. Éste no conocía el secreto de la casa por orden de su suegro, eran de bandos opuestos. Al morir “la Euge” condenó a los desdichados refugiados en el sótano a la muerte directa. Primero, se terminó el agua, lamían las paredes, gritaban, golpeaban la puerta de metal, sin embargo, solo el silencio les respondía. 

Murieron atrozmente de sed y hambre. La niña enamorada volvió a la casa después de años, ya echa mujer y descubrió cuál fue el destino de su amado, de quien nada supo desde aquella noche en que abandonaron la ciudad. Abrieron el sótano y encontraron los restos de los desdichados. Uno de ellos se había suicidado, su esqueleto con el viejo uniforme colgaba de un gancho y su cinto hacía de horca. Los otros en posición fetal.

Desde entonces, hasta hoy, se escuchan los gritos de los desgraciados en la casa, un lamento agónico, en busca de la vida. 

Otros me contaron que en noches tranquilas, serenas, se suele escuchar una melodía dulce en guaraní al compás de una guitarra, para terminar con un grito desgarrador que pone los pelos de punta. 



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