En la oscuridad de su provisorio refugio, Álvaro escuchó atentamente, con el mango del
hacha bien apretado entre las manos.
Sin electricidad, apenas caía la noche la ciudad quedaba a oscuras, a excepción de las
zonas donde aún ardían algunos incendios.
Álvaro acercó la oreja a la puerta. El sonido de pasos lentos y torpes, rengueando o
arrastrando los pies, le indicó que por la calle avanzaban unos zombies; y el olor que llegó
hasta él hizo que se tapara las narices: nadie se acostumbraba a aquel olor nauseabundo.
En la calle, uno de los zombies giró hacia la puerta, y tras empujarla torpemente comenzó
a golpearla con manotazos.
Los otros zombies, como atraídos por un imán, se fueron acercando, volteaban hacia la
puerta y avanzaban, lanzando gemidos al aire nocturno infestado con su olor.
Álvaro encendió una linterna, ya no tenía caso permanecer en la oscuridad, lo habían
descubierto. Ya había previsto esa situación. Iluminando su camino, se desplazó por
una serie de corredores y habitaciones. Detrás de él, la puerta había cedido, y un tropel
de zombies avanzaba entre empujones y gruñidos.
Cerca de su salida de emergencia, vio una puerta que antes no había notado, aunque había
revisado el lugar varias veces.
La puerta se abrió y una luz lo encandiló, luego una figura se recortó en el umbral,
una figura humana; en apariencia.
Venga aquí. Aquí va a estar seguro - le dijo la figura, que ahora se veía más como un humano.
Álvaro dudó, ¿de dónde había salido aquella puerta? ¿Acaso había enloquecido? Había visto
a tantos perder la razón.
Iba aseguir de largo, pero escuchó que detrás de la salida de emergencia también había zombies,
e intentaban derribar la puerta; los otros ya estaban cerca.
No podía ser peor que lo que le esperaba si lo alcanzaban los muertos vivientes. Apenas entró
cerró la puerta, e inmediatamente esta desapareció, convirtiéndose en un muro.
- ¿¡Qué es esto!? - preguntó Álvaro sorprendido.
- Esto no es nada, sólo un pequeño truco - le respondió el hombre.
Álvaro le echó una rápida ojeada a la habitación. No había mucho que ver; las paredes, el piso,
el techo, todo era blanco. En el centro resaltaba una mesa, y sobre ella había todo un festín;
varios tipos de carne y frutas frescas, pan, podía oler el olor al pan recién horneado; algo
que no probaba desde hacía un buen tiempo.
El hombre vestía un traje blanco, impecable. Aparentaba unos treinta y algo de años, tenía
el pelo negro, prolijamente peinado. Su rostro era bastante corriente, lo único que resaltaba
en él eran los ojos; cuando Álvaro lo notó retrocedió a la vez que levantaba el hacha: los ojos
del hombre eran amarillos, y su pupila era una delgada línea vertical.
El hombre sonrió al ver la actitud de Álvaro, y señalando el hacha dijo:
"¿Intenta atacarme con esa cobra?"
Sintió que el mango del hacha se retorcía en sus manos, y al mirarlo estaba sosteniendo una
cobra. Álvaro la arrojó, y cuando cayó al suelo nuevamente era un hacha.
- ¿¡Qué es esto!? ¿Quién es usted? - preguntó Álvaro.
- Permítame presentarme: Tengo muchos nombres, pero prefiero que me llamen Diablo.
En otra circunstancia, seguramente hubiera dudado más, pero todos los días veía gente
muerta caminando por las calles, y todo lo que acababa de ver : la habitación que surgió de
la nada, la puerta, la cobra, y la mirada de aquel hombre, le indicaba que estaba ante el famoso
Rey De Las Tinieblas.
Si bien no quería morir, no le temía a la muerte, y aunque se consideraba un hombre bueno, era
conciente de que había hecho cosas que no lo iban a llevar al cielo; y ya estaba algo cansado de
luchar, era el fin del mundo, qué otra cosa podía esperar.
Resignado, sonrió levemente, y hasta sintió algo de curiosidad. Estaba ante un personaje mítico,
¿qué se traería el Diablo entre manos? ¿Qué quería de él?
- Se pregunta qué quiero de usted - comenzó el Diablo -. Primero, lo invito a que tome asiento
y disfrute de la comida, sé que estos días no comió mucho, y va a necesitar energía.
Ahora junto a la mesa había dos sillas. Álvaro miró la comida con desconfianza.
- No se preocupe, es comida buena, no le voy a hacer daño, usted es mi invitado.
- Nunca creí que el Diablo fuera tan amable - dijo Álvaro mientras se sentaba.
- Normalmente no lo soy. La fama que tengo en realidad no me hace justicia.
- Pues eso no me tranquiliza.
- Esta no es una situación normal. Sírvase lo que quiera. Si lo deseo puedo hacer que se trague
la comida contra su voluntad, pero no es lo que quiero; así que coma, necesitará la energía.
Álvaro se sirvió una pata de pollo, estaba deliciosa, la mejor que había probado.
- Así está mejor. Ahora a los negocios - continuó el Diablo -. Estoy rescatando sobrevivientes
en todo el mundo, con la ayuda de colaboradores. Quiero que usted sea uno de ellos.
A Álvaro le pareció algo gracioso ¡El Diablo rescatando gente! Tras tragar un trozo de carne
dijo:
- ¿Rescatando? Acaso todo esto, el Apocalipsis, ¿no es obra de usted?
- No. No quiero que se extingan los humanos. Son los únicos seres con la capacidad de desviarse
hacia el mal. Mi “negocio” sería aburrido sin humanos. Tengo las almas que ya están aquí, pero
uno siempre quiere más.
- ¿Qué quiere decir con aquí? ¿Esto es el…? - preguntó Álvaro.
- Sí, es el infierno, pero usted no se preocupe. Sigua comiendo - le aclaró el Diablo, y tras la
interrupción siguió -. El Apocalipsis es culpa de ustedes, los humanos. Están solos por haber
comido la manzana prohibida, de eso sí tengo parte de la culpa; me enorgullezco en decirlo.
Álvaro seguía engullendo los manjares mientras escuchaba atentamente a su anfitrión.
- Quiero que usted forme parte de un pequeño grupo que está rescatando sobrevivientes,
aquí en Nueva York. Usted es un hombre fuerte, va a ser de mucha ayuda. En las afueras
tengo una ciudad protegida por un domo, ahí llevarán a los sobrevivientes.
- ¿Y porqué no lo hace usted mismo, con sus poderes?
- Mis poderes se limitan en la tierra, es algo complicado.
- ¿Y que va a pasar con esa gente?
- Seguirán con sus vidas, se reproducirán, y yo tendré mi suministro de almas ¡Jajajajaja!
- ¿Y que pasará conmigo?
- Si sobrevive, vivirá junto a esa gente. De cualquier forma usted va a terminar aquí.
- Creí que me iba a prometer algo tentador.
- ¿Acaso me creería?
- No. Está bien, lo haré por la gente.
- Sabía que diría eso. Ahora termine de comer, los otros ya están cerca.
Un rato después, en el fondo de la habitación se formó una puerta, el Diablo la señaló.
- Salga por ahí, esa puerta da a la calle, los demás lo esperan.
Álvaro abrió la puerta, en la calle había un enorme vehículo blindado.
- Una cosa más - dijo el Diablo -, a los sobrevivientes no puede decirle para quién esta
trabajando, si lo hace volverá inmediatamente al infierno, y entonces no seré tan amable.
Ahora váyase.
La puerta del vehiculo se abrió, un hombre con uniforme militar le gritó:
- ¡Vamos, venga! ¡Que los zombies ya están cerca! - Álvaro dio unas zancadas y entró.
El blindado arrancó. Enseguida sintió las terribles miradas de sus “compañeros” sobre él.
Al volante estaba un hombre grande de cabeza rapada y lleno de tatuajes.
El tipo, con cara de pocos amigos, volteó para examinarlo de pies a cabeza, volvió a mirar
hacia adelante y preguntó:
- ¿Eres latino? Tienes toda la apariencia.
- Lo soy. ¿Algún problema con eso? - contestó Álvaro. El hombre volteó de nuevo y esta
vez clavó sus ojos celestes en los de Álvaro.
- ¡Vamos Charlie! No empieces. Concéntrate en conducir. - intervino el hombre vestido de
militar. Le estrechó la mano y siguió:
- Bienvenido al equipo. No le hagas caso a Charlie, es un maldito nazi. Soy el Sargento
Mackey, puedes decirme simplemente Sargento.
- Me llamo Álvaro.
- ¡Álvaro! ¡Lo sabía, ¡Un latino! Puedo olerlos desde lejos - los interrumpió Charlie.
- ¡Charlie! Déjate de tonterías. Aplasta a esos que van por la calle ¡Arróyalos!
Con el impacto los zombies se hicieron pedazos.
Junto a ellos había una mujer bella de rostro, pero con demasiado músculo, y una mirada
de fiera al asecho. El Sargento la presentó:
- Ella es Saya, la desgraciada más fuerte que he visto. - Álvaro le tendió la mano.
- Hola.
- Hola. Te aclaro que no te hagas ilusiones conmigo. - dijo Saya con un tono frío.
- Me leíste el pensamiento. - bromeó Álvaro. Saya sacó un cuchillo y comenzó a limpiarse
las uñas con indiferencia.
“Que personajes mis compañeros” pensó Álvaro. El Sargento, a pesar de su sonrisa, se
notaba que era un hombre muy peligroso, los otros lo sabían, y aceptaban su liderazgo.
El enorme blindado se abría paso por la ciudad destruida. Los autos que estaban parados
en la calle apenas lo estorbaban, y los zombies que se atravesaban terminaban molidos
bajo sus ruedas.
Pensó preguntarles como los había contactado el Diablo, mas desistió de la idea;
aquellos facinerosos apenas hablaban
El Sargento le mostró un compartimento lleno de armas de todo tipo. Álvaro eligió
dos machetes y un rifle de alto poder.
- Supongo que sabes usarlo - dijo el Sargento.
- Cazo desde que era niño - le aclaró Álvaro.
El blindado era similar a una casa rodante y estaba bien equipado. Mackey notó que
Álvaro estaba impresionado.
- Es una belleza - comenzó Mackey -. Es un vehículo de alta tecnología, lo mejor que hay.
- Ya veo si, es grande. - afirmó Álvaro.
Charlie frenó de golpe. ¡Malditos! - gritó, y golpeo el volante. Los otros se arrimaron al
frente á ver qué pasaba.
Una multitud de zombies, apretujados, se extendía por la calle hasta donde se veía.
- ¡Diablos! Son muchos como para pasarlos por encima. - Observó Mackey.
- ¡Voy a salir al techo y los voy a pulverizar! - gritó Charly, y tomó una metralleta que
tenía al lado.
- No, tú quédate aquí - le ordenó Mackey -. Yo voy con Álvaro. A medida que despejemos
la calle tú vas avanzando. Vamos Álvaro, hay que subir. Ahora veré que tan buen tirador eres.
El blindado tenía una especie de escotilla en el techo, por allí subieron.
La marea de zombies chocó contra el blindado, y los que estaban más cerca estiraban su brazos
hacia Álvaro y Mackey, que desde lo alto disparaban a gusto.
Eran tantos los zombies, estaban tan apretados, que el pesado vehículo comenzó a mecerse hacia
todos lados, debido al empuje que ejercían los muertos andantes.
Álvaro era muy certero, con cada disparo caía un zombie. Mackey también era un experto
tirador. Los casquillos humeantes rodaban por todo el techo, y en la calle se iban amontonando
los zombies abatidos; pero habían muchos.
Adentro, Charly estaba impaciente y no soltaba su arma, Saya también estaba lista para la
acción.
El blindado se hamacaba tanto, que en una de las sacudidas Mackey cayó a la calle.
Se levantó inmediatamente y comenzó a defenderse, los zombies se le vinieron encima.
Además de disparar, a los que estaban más cerca les daba culatazos, patadas y empellones.
Los zombies lanzaban manotazos por encima de los demás, la multitud de cuerpos decrépitos
gemía furiosa. Se le abalanzaban con la boca abierta, y los culatazos les dislocaba la mandíbula,
o les abría el cráneo.
Álvaro lo apoyaba desde arriba, pero eran demasiados, entonces se tendió en el techo y bajó lo
más que pudo.
- ¡Dame las manos! ¡Te subiré! - le gritó Álvaro.
- ¡No podrás, caeremos los dos! - le replicó el Sargento.
- ¡Puedo sí! ¡Dame las manos ahora! ¡Rápido!
Mackey levantó los brazos y tomó las manos de Álvaro. Con gran esfuerzo lo levantó hasta
el techo, los zombies quedaron manoteando el aire y despedazándose las uñas contra el blindado.
Mackey lo miró he hizo un gesto como agradeciendo, Álvaro pensó que era lo máximo que se
podía esperar de un hombre así, aunque acababa de salvarle la vida.
Desde lo alto los dos siguieron haciendo estragos sobre la horda de muertos vivientes. Al rato
el vehículo pudo avanzar, y al andar sobre pilas de cadáveres patinaban a veces, he iban dejando
un amasijo de carne y líquidos verdosos.
Cruzaron por una zona donde casi todos los edificios estaban incendiándose, y el humo cubría
las calles como una densa niebla, obligándoles a marchar lento. De las ventanas de los edificios,
salían lenguas de fuego que se retorcían cual serpiente. Algunos zombies estaban tirados en la
calle, con la piel calcinada, mas aún se movían.
Aquel está crujiente ¡Jajajaja! - bromeaba Charlie, él veía cosas divertidas hasta en lo más
atroz. Saya siempre estaba seria, ocupada en la limpieza de las armas o afilando sus cuchillos.
El sargento iba sentado adelante, atento al camino.
Salieron de la zona incendiada y tomaron una avenida , en una lujosa zona residencial.
Esta parte estaba desolado, no había siquiera zombies, y las casas apenas estaban estragadas.
¡Estos ricos! - comentó Álvaro - Hasta en el fin del mundo sus barrios son mejores.
Saya hizo una mueca, un intento de reírse, pero no le era fácil para ella. Álvaro igual lo tomó
como un geto positivo. Animado, quiso entablar conversación.
- Saya, antes de todo este desastre, ¿en qué trabajabas?
- Era maestra de escuela. - le respondió. Álvaro rió sinceramente, era obvio que era una broma.
Pasaron la noche en un puente, un lugar fácil para defender. Por la mañana siguieron viajando.
En algunas zonas los zombies salían de las casas y corrían tras el blindado. Por las calles siempre
vagaban algunos revividos, y la devastación estaba en todas partes: Era una ciudad muerta.
Saya preparó café y se lo ofreció a Álvaro. Al tomar la tasa también tomó sus manos, Saya lo
miró directo a los ojos con una mirada diferente, y hasta sonrió.
El Sargento miraba una pantalla digital que había en un tablero del blindado.
- Nos estamos acercando al objetivo - dijo el Sargento en voz alta -. Tomen todas las armas y
las municiones que puedan, ¡Alístense!
- Eh, Sargento ¿Cómo saben que hay sobrevivientes? - preguntó Álvaro.
- En este caso por las transmisiones de radio. Hay un grupo que quedó atrapado en el último
piso de un edificio, desde hace unos días están transmitiendo con algún aparato.
Pararon frente a un enorme edificio, habían llegado a destino.
El Sargento tomó un micrófono y apretó algunas teclas de la consola del blindado.
- Aquí el blindado “La salvación”, ¿hay alguien por aquí cerca? - Se escuchó un sonido
a estática.
- Yo le puse ese nombre - murmuró Charlie, riendo. El Sargento le ordenó que hiciera
silencio con un gesto de reproche.
- ¡Hola! ¡Hola! - se escuchó una voz en el radio.
- Sí, hola, habla Mackey desde el blindado “La salvación”
- ¡Oh! ¡Que alegría! Ya creíamos que no había más nadie. ¿Vienen a rescatarnos?
- Así es - respondió el Sargento -. Escuchamos sus transmisiones y ahora estamos frente al
edificio. ¿Cuántos son ustedes?
- Ahora cinco. Éramos más… pero los otros… los otros, ahora somos cinco.
- Bien. Vamos a subir por ustedes y los vamos a sacar de ahí. ¿Hay muchos zombies en el
edificio?
- Hay bastantes pero están desparramados por el edificio. Nosotros nos quedamos sin
municiones y…
- Bien, ya vamos por ustedes - lo interrumpió Mackey y cortó la comunicación.
Dirigiéndose a su pequeño grupo, el Sargento les dijo:
"Lleven varias linternas, adentro debe estar muy oscuro, no va a ser fácil."
Los cuatro entraron a lo que era la sala de recepción. Estaba completamente oscura. Enseguida
enfocaron a los primeros zombies, y comenzaron a disparar. Salían de cualquier lado, algunos
se arrastraban por la oscuridad, otros se abalanzaban hacia ellos corriendo.
Los cuatro permanecían hombro con hombro. Hacia donde apuntaran los rayos de luz había un
zombie, o salía de la oscuridad. El aire se fue cargando de olor a pólvora, y un círculo de muertos
con las cabezas destrozadas se fue formando alrededor de ellos.
Los rayos de luz siguieron buscando por todas partes, hasta que el Sargento dio la orden de
avanzar. Alcanzaron la escalera y comenzaron el largo ascenso.
En cada piso le salían al cruce pequeños grupos de muertos andantes; pero los cuatro juntos
eran imparables.
Charlie le palmeó el hombro a Álvaro.
- ¡Vaya que eres bueno! - dijo Charlie.
- No está mal para ser un latino, ¿no? - comentó Álvaro.
- ¡Jajaja! Es cierto. Eres un desgraciado duro. ¡Vamos a darle a esos putrefactos!
Escalón por escalón, piso por piso, en la oscuridad, con zombies saliéndoles al cruce, llegaron
hasta dónde estaban los sobrevivientes.
El descenso fue mucho más rápido. Todos subieron al blindado y el vehículo emprendió rumbo
al domo.
Los sobrevivientes, contentos, les agradecían una y otra vez.
Cruzaron por los restos de la gran ciudad, y tras un día de viaje llegaron al domo.
Era completamente gigantesco, una estructura transparente con forma de medio balón, protegía
una cuidad que parecía del futuro.
Entraron al domo y desde las casas la gente salía a recibirlos con júbilo, como a héroes.
El anfitrión del domo, El Diablo, les dio la bienvenida. Álvaro lo reconoció, aunque sus ojos ahora
eran normales. Saludaba a la gente con una gran sonrisa y les daba la mano. Álvaro y los otros
se miraban entre si.
Después los llamó aparte y les dijo:
"¡Muy buen trabajo! Ahora descansen. Mañana nuevamente partirán. Hay sobrevivientes
atrapados tras los muros de una mansión, y están completamente rodeados de zombies. "
Los cuatros se retiraron sin decir mucho, igual el Diablo les leía el pensamiento.
Al amanecer el blindado partió y desapareció tras una colina incendiada por el alba.
Jorge Leal
hacha bien apretado entre las manos.
Sin electricidad, apenas caía la noche la ciudad quedaba a oscuras, a excepción de las
zonas donde aún ardían algunos incendios.
Álvaro acercó la oreja a la puerta. El sonido de pasos lentos y torpes, rengueando o
arrastrando los pies, le indicó que por la calle avanzaban unos zombies; y el olor que llegó
hasta él hizo que se tapara las narices: nadie se acostumbraba a aquel olor nauseabundo.
En la calle, uno de los zombies giró hacia la puerta, y tras empujarla torpemente comenzó
a golpearla con manotazos.
Los otros zombies, como atraídos por un imán, se fueron acercando, volteaban hacia la
puerta y avanzaban, lanzando gemidos al aire nocturno infestado con su olor.
Álvaro encendió una linterna, ya no tenía caso permanecer en la oscuridad, lo habían
descubierto. Ya había previsto esa situación. Iluminando su camino, se desplazó por
una serie de corredores y habitaciones. Detrás de él, la puerta había cedido, y un tropel
de zombies avanzaba entre empujones y gruñidos.
Cerca de su salida de emergencia, vio una puerta que antes no había notado, aunque había
revisado el lugar varias veces.
La puerta se abrió y una luz lo encandiló, luego una figura se recortó en el umbral,
una figura humana; en apariencia.
Venga aquí. Aquí va a estar seguro - le dijo la figura, que ahora se veía más como un humano.
Álvaro dudó, ¿de dónde había salido aquella puerta? ¿Acaso había enloquecido? Había visto
a tantos perder la razón.
Iba aseguir de largo, pero escuchó que detrás de la salida de emergencia también había zombies,
e intentaban derribar la puerta; los otros ya estaban cerca.
No podía ser peor que lo que le esperaba si lo alcanzaban los muertos vivientes. Apenas entró
cerró la puerta, e inmediatamente esta desapareció, convirtiéndose en un muro.
- ¿¡Qué es esto!? - preguntó Álvaro sorprendido.
- Esto no es nada, sólo un pequeño truco - le respondió el hombre.
Álvaro le echó una rápida ojeada a la habitación. No había mucho que ver; las paredes, el piso,
el techo, todo era blanco. En el centro resaltaba una mesa, y sobre ella había todo un festín;
varios tipos de carne y frutas frescas, pan, podía oler el olor al pan recién horneado; algo
que no probaba desde hacía un buen tiempo.
El hombre vestía un traje blanco, impecable. Aparentaba unos treinta y algo de años, tenía
el pelo negro, prolijamente peinado. Su rostro era bastante corriente, lo único que resaltaba
en él eran los ojos; cuando Álvaro lo notó retrocedió a la vez que levantaba el hacha: los ojos
del hombre eran amarillos, y su pupila era una delgada línea vertical.
El hombre sonrió al ver la actitud de Álvaro, y señalando el hacha dijo:
"¿Intenta atacarme con esa cobra?"
Sintió que el mango del hacha se retorcía en sus manos, y al mirarlo estaba sosteniendo una
cobra. Álvaro la arrojó, y cuando cayó al suelo nuevamente era un hacha.
- ¿¡Qué es esto!? ¿Quién es usted? - preguntó Álvaro.
- Permítame presentarme: Tengo muchos nombres, pero prefiero que me llamen Diablo.
En otra circunstancia, seguramente hubiera dudado más, pero todos los días veía gente
muerta caminando por las calles, y todo lo que acababa de ver : la habitación que surgió de
la nada, la puerta, la cobra, y la mirada de aquel hombre, le indicaba que estaba ante el famoso
Rey De Las Tinieblas.
Si bien no quería morir, no le temía a la muerte, y aunque se consideraba un hombre bueno, era
conciente de que había hecho cosas que no lo iban a llevar al cielo; y ya estaba algo cansado de
luchar, era el fin del mundo, qué otra cosa podía esperar.
Resignado, sonrió levemente, y hasta sintió algo de curiosidad. Estaba ante un personaje mítico,
¿qué se traería el Diablo entre manos? ¿Qué quería de él?
- Se pregunta qué quiero de usted - comenzó el Diablo -. Primero, lo invito a que tome asiento
y disfrute de la comida, sé que estos días no comió mucho, y va a necesitar energía.
Ahora junto a la mesa había dos sillas. Álvaro miró la comida con desconfianza.
- No se preocupe, es comida buena, no le voy a hacer daño, usted es mi invitado.
- Nunca creí que el Diablo fuera tan amable - dijo Álvaro mientras se sentaba.
- Normalmente no lo soy. La fama que tengo en realidad no me hace justicia.
- Pues eso no me tranquiliza.
- Esta no es una situación normal. Sírvase lo que quiera. Si lo deseo puedo hacer que se trague
la comida contra su voluntad, pero no es lo que quiero; así que coma, necesitará la energía.
Álvaro se sirvió una pata de pollo, estaba deliciosa, la mejor que había probado.
- Así está mejor. Ahora a los negocios - continuó el Diablo -. Estoy rescatando sobrevivientes
en todo el mundo, con la ayuda de colaboradores. Quiero que usted sea uno de ellos.
A Álvaro le pareció algo gracioso ¡El Diablo rescatando gente! Tras tragar un trozo de carne
dijo:
- ¿Rescatando? Acaso todo esto, el Apocalipsis, ¿no es obra de usted?
- No. No quiero que se extingan los humanos. Son los únicos seres con la capacidad de desviarse
hacia el mal. Mi “negocio” sería aburrido sin humanos. Tengo las almas que ya están aquí, pero
uno siempre quiere más.
- ¿Qué quiere decir con aquí? ¿Esto es el…? - preguntó Álvaro.
- Sí, es el infierno, pero usted no se preocupe. Sigua comiendo - le aclaró el Diablo, y tras la
interrupción siguió -. El Apocalipsis es culpa de ustedes, los humanos. Están solos por haber
comido la manzana prohibida, de eso sí tengo parte de la culpa; me enorgullezco en decirlo.
Álvaro seguía engullendo los manjares mientras escuchaba atentamente a su anfitrión.
- Quiero que usted forme parte de un pequeño grupo que está rescatando sobrevivientes,
aquí en Nueva York. Usted es un hombre fuerte, va a ser de mucha ayuda. En las afueras
tengo una ciudad protegida por un domo, ahí llevarán a los sobrevivientes.
- ¿Y porqué no lo hace usted mismo, con sus poderes?
- Mis poderes se limitan en la tierra, es algo complicado.
- ¿Y que va a pasar con esa gente?
- Seguirán con sus vidas, se reproducirán, y yo tendré mi suministro de almas ¡Jajajajaja!
- ¿Y que pasará conmigo?
- Si sobrevive, vivirá junto a esa gente. De cualquier forma usted va a terminar aquí.
- Creí que me iba a prometer algo tentador.
- ¿Acaso me creería?
- No. Está bien, lo haré por la gente.
- Sabía que diría eso. Ahora termine de comer, los otros ya están cerca.
Un rato después, en el fondo de la habitación se formó una puerta, el Diablo la señaló.
- Salga por ahí, esa puerta da a la calle, los demás lo esperan.
Álvaro abrió la puerta, en la calle había un enorme vehículo blindado.
- Una cosa más - dijo el Diablo -, a los sobrevivientes no puede decirle para quién esta
trabajando, si lo hace volverá inmediatamente al infierno, y entonces no seré tan amable.
Ahora váyase.
La puerta del vehiculo se abrió, un hombre con uniforme militar le gritó:
- ¡Vamos, venga! ¡Que los zombies ya están cerca! - Álvaro dio unas zancadas y entró.
El blindado arrancó. Enseguida sintió las terribles miradas de sus “compañeros” sobre él.
Al volante estaba un hombre grande de cabeza rapada y lleno de tatuajes.
El tipo, con cara de pocos amigos, volteó para examinarlo de pies a cabeza, volvió a mirar
hacia adelante y preguntó:
- ¿Eres latino? Tienes toda la apariencia.
- Lo soy. ¿Algún problema con eso? - contestó Álvaro. El hombre volteó de nuevo y esta
vez clavó sus ojos celestes en los de Álvaro.
- ¡Vamos Charlie! No empieces. Concéntrate en conducir. - intervino el hombre vestido de
militar. Le estrechó la mano y siguió:
- Bienvenido al equipo. No le hagas caso a Charlie, es un maldito nazi. Soy el Sargento
Mackey, puedes decirme simplemente Sargento.
- Me llamo Álvaro.
- ¡Álvaro! ¡Lo sabía, ¡Un latino! Puedo olerlos desde lejos - los interrumpió Charlie.
- ¡Charlie! Déjate de tonterías. Aplasta a esos que van por la calle ¡Arróyalos!
Con el impacto los zombies se hicieron pedazos.
Junto a ellos había una mujer bella de rostro, pero con demasiado músculo, y una mirada
de fiera al asecho. El Sargento la presentó:
- Ella es Saya, la desgraciada más fuerte que he visto. - Álvaro le tendió la mano.
- Hola.
- Hola. Te aclaro que no te hagas ilusiones conmigo. - dijo Saya con un tono frío.
- Me leíste el pensamiento. - bromeó Álvaro. Saya sacó un cuchillo y comenzó a limpiarse
las uñas con indiferencia.
“Que personajes mis compañeros” pensó Álvaro. El Sargento, a pesar de su sonrisa, se
notaba que era un hombre muy peligroso, los otros lo sabían, y aceptaban su liderazgo.
El enorme blindado se abría paso por la ciudad destruida. Los autos que estaban parados
en la calle apenas lo estorbaban, y los zombies que se atravesaban terminaban molidos
bajo sus ruedas.
Pensó preguntarles como los había contactado el Diablo, mas desistió de la idea;
aquellos facinerosos apenas hablaban
El Sargento le mostró un compartimento lleno de armas de todo tipo. Álvaro eligió
dos machetes y un rifle de alto poder.
- Supongo que sabes usarlo - dijo el Sargento.
- Cazo desde que era niño - le aclaró Álvaro.
El blindado era similar a una casa rodante y estaba bien equipado. Mackey notó que
Álvaro estaba impresionado.
- Es una belleza - comenzó Mackey -. Es un vehículo de alta tecnología, lo mejor que hay.
- Ya veo si, es grande. - afirmó Álvaro.
Charlie frenó de golpe. ¡Malditos! - gritó, y golpeo el volante. Los otros se arrimaron al
frente á ver qué pasaba.
Una multitud de zombies, apretujados, se extendía por la calle hasta donde se veía.
- ¡Diablos! Son muchos como para pasarlos por encima. - Observó Mackey.
- ¡Voy a salir al techo y los voy a pulverizar! - gritó Charly, y tomó una metralleta que
tenía al lado.
- No, tú quédate aquí - le ordenó Mackey -. Yo voy con Álvaro. A medida que despejemos
la calle tú vas avanzando. Vamos Álvaro, hay que subir. Ahora veré que tan buen tirador eres.
El blindado tenía una especie de escotilla en el techo, por allí subieron.
La marea de zombies chocó contra el blindado, y los que estaban más cerca estiraban su brazos
hacia Álvaro y Mackey, que desde lo alto disparaban a gusto.
Eran tantos los zombies, estaban tan apretados, que el pesado vehículo comenzó a mecerse hacia
todos lados, debido al empuje que ejercían los muertos andantes.
Álvaro era muy certero, con cada disparo caía un zombie. Mackey también era un experto
tirador. Los casquillos humeantes rodaban por todo el techo, y en la calle se iban amontonando
los zombies abatidos; pero habían muchos.
Adentro, Charly estaba impaciente y no soltaba su arma, Saya también estaba lista para la
acción.
El blindado se hamacaba tanto, que en una de las sacudidas Mackey cayó a la calle.
Se levantó inmediatamente y comenzó a defenderse, los zombies se le vinieron encima.
Además de disparar, a los que estaban más cerca les daba culatazos, patadas y empellones.
Los zombies lanzaban manotazos por encima de los demás, la multitud de cuerpos decrépitos
gemía furiosa. Se le abalanzaban con la boca abierta, y los culatazos les dislocaba la mandíbula,
o les abría el cráneo.
Álvaro lo apoyaba desde arriba, pero eran demasiados, entonces se tendió en el techo y bajó lo
más que pudo.
- ¡Dame las manos! ¡Te subiré! - le gritó Álvaro.
- ¡No podrás, caeremos los dos! - le replicó el Sargento.
- ¡Puedo sí! ¡Dame las manos ahora! ¡Rápido!
Mackey levantó los brazos y tomó las manos de Álvaro. Con gran esfuerzo lo levantó hasta
el techo, los zombies quedaron manoteando el aire y despedazándose las uñas contra el blindado.
Mackey lo miró he hizo un gesto como agradeciendo, Álvaro pensó que era lo máximo que se
podía esperar de un hombre así, aunque acababa de salvarle la vida.
Desde lo alto los dos siguieron haciendo estragos sobre la horda de muertos vivientes. Al rato
el vehículo pudo avanzar, y al andar sobre pilas de cadáveres patinaban a veces, he iban dejando
un amasijo de carne y líquidos verdosos.
Cruzaron por una zona donde casi todos los edificios estaban incendiándose, y el humo cubría
las calles como una densa niebla, obligándoles a marchar lento. De las ventanas de los edificios,
salían lenguas de fuego que se retorcían cual serpiente. Algunos zombies estaban tirados en la
calle, con la piel calcinada, mas aún se movían.
Aquel está crujiente ¡Jajajaja! - bromeaba Charlie, él veía cosas divertidas hasta en lo más
atroz. Saya siempre estaba seria, ocupada en la limpieza de las armas o afilando sus cuchillos.
El sargento iba sentado adelante, atento al camino.
Salieron de la zona incendiada y tomaron una avenida , en una lujosa zona residencial.
Esta parte estaba desolado, no había siquiera zombies, y las casas apenas estaban estragadas.
¡Estos ricos! - comentó Álvaro - Hasta en el fin del mundo sus barrios son mejores.
Saya hizo una mueca, un intento de reírse, pero no le era fácil para ella. Álvaro igual lo tomó
como un geto positivo. Animado, quiso entablar conversación.
- Saya, antes de todo este desastre, ¿en qué trabajabas?
- Era maestra de escuela. - le respondió. Álvaro rió sinceramente, era obvio que era una broma.
Pasaron la noche en un puente, un lugar fácil para defender. Por la mañana siguieron viajando.
En algunas zonas los zombies salían de las casas y corrían tras el blindado. Por las calles siempre
vagaban algunos revividos, y la devastación estaba en todas partes: Era una ciudad muerta.
Saya preparó café y se lo ofreció a Álvaro. Al tomar la tasa también tomó sus manos, Saya lo
miró directo a los ojos con una mirada diferente, y hasta sonrió.
El Sargento miraba una pantalla digital que había en un tablero del blindado.
- Nos estamos acercando al objetivo - dijo el Sargento en voz alta -. Tomen todas las armas y
las municiones que puedan, ¡Alístense!
- Eh, Sargento ¿Cómo saben que hay sobrevivientes? - preguntó Álvaro.
- En este caso por las transmisiones de radio. Hay un grupo que quedó atrapado en el último
piso de un edificio, desde hace unos días están transmitiendo con algún aparato.
Pararon frente a un enorme edificio, habían llegado a destino.
El Sargento tomó un micrófono y apretó algunas teclas de la consola del blindado.
- Aquí el blindado “La salvación”, ¿hay alguien por aquí cerca? - Se escuchó un sonido
a estática.
- Yo le puse ese nombre - murmuró Charlie, riendo. El Sargento le ordenó que hiciera
silencio con un gesto de reproche.
- ¡Hola! ¡Hola! - se escuchó una voz en el radio.
- Sí, hola, habla Mackey desde el blindado “La salvación”
- ¡Oh! ¡Que alegría! Ya creíamos que no había más nadie. ¿Vienen a rescatarnos?
- Así es - respondió el Sargento -. Escuchamos sus transmisiones y ahora estamos frente al
edificio. ¿Cuántos son ustedes?
- Ahora cinco. Éramos más… pero los otros… los otros, ahora somos cinco.
- Bien. Vamos a subir por ustedes y los vamos a sacar de ahí. ¿Hay muchos zombies en el
edificio?
- Hay bastantes pero están desparramados por el edificio. Nosotros nos quedamos sin
municiones y…
- Bien, ya vamos por ustedes - lo interrumpió Mackey y cortó la comunicación.
Dirigiéndose a su pequeño grupo, el Sargento les dijo:
"Lleven varias linternas, adentro debe estar muy oscuro, no va a ser fácil."
Los cuatro entraron a lo que era la sala de recepción. Estaba completamente oscura. Enseguida
enfocaron a los primeros zombies, y comenzaron a disparar. Salían de cualquier lado, algunos
se arrastraban por la oscuridad, otros se abalanzaban hacia ellos corriendo.
Los cuatro permanecían hombro con hombro. Hacia donde apuntaran los rayos de luz había un
zombie, o salía de la oscuridad. El aire se fue cargando de olor a pólvora, y un círculo de muertos
con las cabezas destrozadas se fue formando alrededor de ellos.
Los rayos de luz siguieron buscando por todas partes, hasta que el Sargento dio la orden de
avanzar. Alcanzaron la escalera y comenzaron el largo ascenso.
En cada piso le salían al cruce pequeños grupos de muertos andantes; pero los cuatro juntos
eran imparables.
Charlie le palmeó el hombro a Álvaro.
- ¡Vaya que eres bueno! - dijo Charlie.
- No está mal para ser un latino, ¿no? - comentó Álvaro.
- ¡Jajaja! Es cierto. Eres un desgraciado duro. ¡Vamos a darle a esos putrefactos!
Escalón por escalón, piso por piso, en la oscuridad, con zombies saliéndoles al cruce, llegaron
hasta dónde estaban los sobrevivientes.
El descenso fue mucho más rápido. Todos subieron al blindado y el vehículo emprendió rumbo
al domo.
Los sobrevivientes, contentos, les agradecían una y otra vez.
Cruzaron por los restos de la gran ciudad, y tras un día de viaje llegaron al domo.
Era completamente gigantesco, una estructura transparente con forma de medio balón, protegía
una cuidad que parecía del futuro.
Entraron al domo y desde las casas la gente salía a recibirlos con júbilo, como a héroes.
El anfitrión del domo, El Diablo, les dio la bienvenida. Álvaro lo reconoció, aunque sus ojos ahora
eran normales. Saludaba a la gente con una gran sonrisa y les daba la mano. Álvaro y los otros
se miraban entre si.
Después los llamó aparte y les dijo:
"¡Muy buen trabajo! Ahora descansen. Mañana nuevamente partirán. Hay sobrevivientes
atrapados tras los muros de una mansión, y están completamente rodeados de zombies. "
Los cuatros se retiraron sin decir mucho, igual el Diablo les leía el pensamiento.
Al amanecer el blindado partió y desapareció tras una colina incendiada por el alba.
Jorge Leal