NIKOLA TESLA: LA FACTURA DE LA LUZ

La factura de la luz, con sus subidas pronunciadas, algunas veces disfrazadas de bajada, que sabes que no lo son porque te salen más caras, a menudo me recuerda a ese rayo, en mitad de la tormenta, que te alcanza en plena calle, te zarandea por las solapas, como en una película de gánsteres, y al final te perdona la vida, arrojándote contra los cubos de basura, de los que salen unos gatos corriendo. Hay rayos así, vagamente violentos y simpáticos, en la línea de la factura eléctrica. 

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LA FACTURA de la luz es un buen título para un poemario. Incluso la factura misma sugiere un poema en su contenido, complejo y oscuro, que nunca se penetra del todo. A veces hay que dejar las cosas que ignoramos en su sitio, o en la nevera. Esa oscuridad es el clavo ardiendo al que te agarras, para pensar que quiere decir algo, y que el mundo tiene sentido, aunque no lo conozcamos. Te gusta pensar que si comprendieses cómo funciona el sector eléctrico tu vida sería más dramática, y ya no te caben más dramas en casa. Ni siquiera en la nevera, llena de manuscritos inservibles.

Algo parecido a la publicidad pasa, en el fondo, con la facturación eléctrica, y sus resonancias poéticas. Si una factura no se deja agarrar, es porque su autor quiere que estés cincuenta años dándole vueltas -una vida-, y cuando un día mueres, el siguiente lector viva con las mismas tribulaciones. Y así hasta que tal vez un día un poeta, avispado y dicharachero, dice que aquella factura que se masticaba continuamente era una verdadera mierda, y que no escondía poesía alguna, sino simplemente un atraco.

Por un voltio hizo el vatio la estructura
lejana con el número que cuenta,
la eléctrica maldad que me revienta
ser parte y electrón de la factura


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