Una altura de 17 metros, un tronco de 0,52 metros de diámetro, entre 90 y 110 años de antigüedad y unas inconfundibles hojas en forma de abanico. Estas son las características del ginkgo que puede contemplarse en el Real Jardín Botánico (RJB-CSIC) de Madrid. Más allá de su evidente atractivo, este árbol tiene una historia llena de curiosidades, como su sorprendente resistencia a la radiación.
El 6 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó una bomba atómica contra su enemigo japonés. El blanco fue Hiroshima, una ciudad portuaria que quedó absolutamente devastada tras la explosión. Decenas de miles de personas murieron y en un radio de más de 10 kilómetros todo –edificios, templos, parques, etc.– quedó arrasado. Sin embargo, a unos mil metros del epicentro de la explosión ocurrió algo extraordinario. Un ejemplar de ginkgo, situado en el templo Housenbou, logró sobrevivir. “Seguramente en el momento de la explosión tenía yemas latentes que no murieron, y eso le permitió rebrotar apenas un año después”, explica Mariano Sánchez, conservador del RJB. Por eso hoy este veterano superviviente es un árbol venerado; tanto que ha sido mantenido a la entrada del templo, pese a las obras de remodelación que se han llevado a cabo a lo largo de los años. Junto al árbol, el visitante puede leer: “No más Hiroshima”.
¿Cómo pudo un ser vivo soportar las enormes cantidades de radiación? Sánchez subraya que se trata de “una especie con una capacidad de rebrote muy grande. Además, tiene una corteza bastante blanda, gruesa y húmeda, lo que pudo contribuir a protegerlo”. Hay otro dato interesante: la bomba se lanzó en agosto, “una fecha en la que el árbol probablemente estaría acumulando reservas y tendría mucha agua y almidón en el tronco, las ramas y las raíces. Esto seguramente aumentó su resistencia”, apunta el conservador.
Según este experto, el ginkgo es un género único, “un fósil viviente que no padece plagas ni enfermedades porque ha ido sobreviviendo a todas ellas”. Algo así como una reliquia botánica que fue descrita por primera vez en 1691 en Japón. “Hasta ese momento había fósiles de sus hojas, pero no se conocía ningún ejemplar vivo”, afirma Sánchez. La explicación más extendida es que, aunque se extinguió en la naturaleza, al ser un árbol sagrado para el budismo, muchos templos hicieron notables esfuerzos para conservarlo. A raíz del hallazgo de varios ejemplares en Asia, se empezó a comerciar con semillas y así se reprodujo en otros continentes.
Conocido también como el árbol vivo más viejo del mundo (su existencia se remonta al Cretácico o incluso a épocas precedentes), el ginkgo puede alcanzar los 2.000 años de edad. Su madera se utiliza en ebanistería y tiene propiedades medicinales: es vasodilatador cerebral, antivaricoso y aporta beneficios para el tratamiento de los problemas de memoria y la alteración de las funciones cognitivas asociadas al envejecimiento.
En el Extremo Oriente se cultiva además como árbol frutal por sus semillas, que se consumen cocidas o tostadas a pesar de que, cuando se machacan, desprenden un olor desagradable, parecido al del pescado podrido.
Aviso para paseantes: además del ejemplar del Real Jardín Botánico, los madrileños parques del Oeste y de la Fuente del Berro también albergan una buena representación de ginkgos. El Parque de la Ciudadela, en Barcelona; el paseo de la Isla, en Burgos; o los Jardines de Alfonso XXII de Málaga son también lugares donde se puede contemplar este árbol milenario.